Sé que estudió usted en la Escuela de Educación Social de la señora Gusset y que se especializó en psicología en Bryn Mawr. Sé que, sin el conocimiento de sus padres, participó en un concurso de belleza y fue declarada unánimemente vencedora. Sé que hizo usted anuncios de televisión. Sé que estudió el método Stanislavsky con vistas a convertirse en una gran actriz, y que fue descubierta por un agente cinematográfico en el Plaza de Nueva York cuando, junto con otras actrices, pasaba usted modelos en el transcurso de una fiesta de carácter benéfico.

– Malone se había dejado arrastrar por la pasión de sus propias palabras. Se detuvo, intentó leer la expresión del rostro de Sharon y, por primera vez, descubrió en éste interés y hasta fascinación.

Alentado por este semitriunfo, prosiguió presa de la excitación-.

Podría decirle muchas más cosas, señorita Fields podría enumerar todas las fases de su ascenso al éxito desde las primeras pruebas cinematográficas, pasando por los papeles secundarios hasta llegar al estrellato. No la molestaré más porque ahora ya sabe usted hasta qué extremo la conozco.

Pero sé algo más que simples hechos.

A través de lo que he leído acerca de usted y de lo que he estudiado y reflexionado a propósito de su psicología, estoy al corriente de todas sus características psicológicas como mujer, de sus más profundos sentimientos como ser humano y de sus valores espirituales ocultos.

Sé cuál es su actitud en relación con los hombres. Conozco sus secretos anhelos y la clase de relaciones que usted desea auténticamente.

Conozco sus necesidades, aspiraciones y esperanzas como mujer. Y lo conozco todo, señorita Fields, porque usted misma me lo ha dicho y me lo ha revelado. Por usted, señorita Fields, y por lo que usted me ha dicho, estamos nosotros aquí y está usted aquí.

– Se detuvo teatralmente rebosante de confianza en sí mismo. El triunfo estaba muy cerca. Lo presentía, lo veía.

Sus ojos verdes, más grandes que nunca, le miraban sin parpadear y sus labios aparecían entreabiertos y mudos de asombro.

Al fin, pensó Malone, al fin lo comprende. Se levantó rápidamente, se dirigió a la mesa de cristal, descubrió admiración y respeto en los semblantes de Yost y Brunner, tomó la valiosa carpeta de papel manila con las irrefutables pruebas de la conspiración del Club de los Admiradores, y regresó a su silla al lado de la cama.

Abrió la carpeta y empezó a leer fragmentos de recientes entrevistas-.

Mire, escuche esto. Las palabras son suyas, señorita Fields.

"Necesito a un hombre agresivo, que me haga sentir indefensa y me domine".

Y después dice usted lo siguiente: "Francamente, si estamos hablando de un hombre que me desea, prefiero que me tome por la fuerza a que intente tomarme por medio de falsos juegos de seductor".

Y después dice: "He abierto la puerta de mi corazón a esta a esta voluntad de permitir la entrada a cualquier hombre que me quiera más que a nada en el mundo, que arriesgara cualquier cosa que tuviera para tenerme".

Y después dice: "La mayoría de los hombres no comprenden lo que les sucede a las mujeres y a una mujer como yo. Pero tal vez haya algunos que sí lo comprendan y a ésos les digo: estoy dispuesta, Sharon Fields está dispuesta y espera".

Y repite usted varias veces este mismo deseo de ser buscada y poseída por hombres auténticos independientemente de su profesión y posición social.

El deseo de que se la lleven hombres fuertes y agresivos que estén dispuestos a arriesgarlo todo por usted.

– Malone cerró la carpeta, se levantó, la depositó de nuevo encima de la mesa y siguió hablando-.

Usted nos hablaba a cada uno de nosotros e intentaba decirnos lo que realmente quería. Era una invitación a que hiciéramos un esfuerzo por conocerla.

– Fue a sentarse en la silla pero se detuvo y permaneció en pie. Evitando la mirada de Sharon, extendió el brazo como para incluir a sus compañeros-.

Por eso estamos aquí los cuatro. No hemos hecho otra cosa más que aceptar su invitación. Le hemos tomado la palabra.

Hemos buscado el medio de conocerla y ahora ya la hemos conocido y usted nos ha conocido a nosotros. Y por eso está usted aquí.

Sencillamente por eso. Y ahora tal vez nos comprenda usted y nos acepte.

Miró a Sharon Fields esperanzado, dispuesto a recibir una respuesta favorable, a observar un cambio de actitud, una valoración positiva de la romántica hazaña que habían llevado a cabo.

Pero en cuanto le vio la cara y observó su reacción, su sonrisa se trocó en asombro y confusión.

Sharon había cerrado los ojos y había dejado caer la cabeza sobre la almohada. Estaba pálida y movía la cabeza de un lado para otro gimiendo afligida, agobiada por alguna emoción que, al parecer, no podía expresar.

Presa del desconcierto, Malone contempló como hipnotizado aquel comportamiento tan inexplicable. Al final escuchó sus palabras, brotó de sus labios un entrecortado lamento.

– Oh, Dios mío, no -estaba diciendo-. No, no puedo creerlo. Dios mío, ayúdanos. Que que alguien, que ustedes hayan podido creerlo, que hayan podido creer todas esas bobadas, esa basura, "y hacer eso".

El mundo está loco y ustedes están completamente locos, están locos, haber creído haber llegado a imaginar…

Malone se agarró al respaldo de la silla para no tambalearse. Procuró no ver la reacción de los demás pero no pudo evitar percatarse de que los tres le estaban mirando fijamente.

– No, no, tiene que ser una pesadilla. -Sharon jadeaba y tosía y se esforzaba por no perder la calma.

Volvió a hablar consigo misma y también con ellos-.

Lo sabía. Sabía que hubiera tenido que prescindir de los servicios de ese estúpido agente de relaciones públicas, de ese idiota de Lenhardt. Debiera haberle despedido de buenas a primeras, con sus ideas acerca de la mujer liberada, acerca de los nuevos públicos cinematográficos y de una nueva imagen que me permitiera ejercer más atracción en los hombres y excitar a los jóvenes, "más éxito de taquilla" me decía ese idiota, para mi película y para mi futuro.

Y yo, sin hacerle caso, sin importarme un comino, le dejé dirigir el baile, le permití organizar la campaña a su gusto, le permití que hiciera de mí lo que jamás he sido y jamás seré.

"Sharon, eres demasiado pasiva fuera de la pantalla -me decía-. Ya ha pasado la época en que una estrella no era más que objeto al que adorar -me decía-. Los tiempos han cambiado y tú tienes también que cambiar, Sharon -Me repetía-. Tienes que hablar con franqueza, expresarte con sinceridad, decir que te gustan los hombres tanto como tú les gustas a ellos, decir que las mujeres experimentan los mismos deseos que los hombres, y tienes que mostrarte audaz y agresiva y decir que te gustan los hombres tan audaces y agresivos como tú. Es la moderna tendencia, todo abiertamente y de cara, tanto si lo crees de veras como si no".

Y a mí me importó un bledo. Tenía la cabeza en otro sitio, le dejé seguir adelante. Pero ni haciendo el mayor esfuerzo de imaginación hubiera podido suponer que hubiera alguien que se dejara convencer por esas idioteces publicitarias, Por esas mentiras impresas y pensar que dichas mentiras eran una invitación.

– La confesión pareció ejercer un efecto catártico, Porque ahora Sharon miró a Malone con una mezcla de compasión y desprecio-.

Quienquiera que sea usted, debe creerme. No es más que una sarta de mentiras, todas y cada una de esas palabras son mentira. Jamás he dicho ninguna de las cosas que usted me ha estado leyendo.

Estas entrevistas se las inventaron publicitarios con mucha imaginación, son entrevistas en conserva. Puedo demostrarlo.

Y usted, pobre ingenuo, se lo ha tragado todo. ¿Es que acaso no pensó nada antes de comportarse como un loco? ¿Es que no se preguntó si era lógico que una mujer decente accediera a que la tomaran por la fuerza un grupo de desconocidos? ¿Acaso hay alguna mujer que desee que la narcoticen, la secuestren, la arrastren qué sé yo adónde y la amarren de este forma a no ser que esté loca? Cualquier hombre sensato hubiera podido contestar a estas preguntas.