Pero usted, por lo visto, no. Bueno, pues créame. No soy lo que usted piensa que soy. No soy nada de eso.

– Sí lo es -insistió tercamente Malone-, sé que lo es. La he oído en persona sin que nadie hablara en su lugar. La he oído por radio y televisión. Tengo las grabaciones. Puedo ponérselas.

– Lo que haya usted oído en las grabaciones, lo que haya… -Sharon sacudió la cabeza-. Créame, debe creerme, me limitaba a bromear, a decir tonterías o tal vez no me expresé con la suficiente claridad y usted me interpretó erróneamente.

Ahora va a decirme que soy el símbolo sexual número uno y que ello significa que soy más sexual que las mujeres normales y que necesito más a los hombres.

– Es cierto que es usted más sexual, sabe que es cierto -dijo Malone percatándose de que estaba empezando a hablar en tono de súplica-. Todo el mundo sabe que en eso tengo razón.

He visto cómo actúa y cómo goza exhibiendo su cuerpo en las películas. Estoy al corriente de toda su vida amorosa, de sus escapadas. ¿Por qué finge ahora ser distinta?

– ¡Qué estúpidos son ustedes, los hombres! -exclamó Sharon-. Soy una actriz. Actúo. Finjo. Lo demás son leyendas, folklore, falsedades basadas en la publicidad.

Media un abismo entre lo que usted pensaba y piensa que soy y lo que efectivamente soy.

– No.

– Cualquiera que sea mi reputación y mi aspecto exterior, no se lo crea. Mi imagen pública es una gran mentira. Me falsea por completo. Por dentro soy una mujer normal y corriente, con los mismos temores y complejos y problemas que las demás mujeres.

Soy una mujer que da la casualidad de que tiene un determinado aspecto y ha sido presentada al público de una manera determinada, y da la casualidad de que soy famosa, pero la persona que usted cree que soy es falsa, no es más que una apariencia sin realidad.

La palabra "realidad" se hundió en Malone como un puñal. Su gran experimento estaba empezando a desintegrarse.

– Soy una ficción -siguió diciendo Sharon desesperada-, un ser creado por los directores, profesores de declamación, guionistas y expertos en relaciones públicas, con vistas a convertirme en un objeto que los hombres puedan desear y anhelar.

Pero no soy lo que los hombres desean que sea. No soy distinta a ninguna de las mujeres que usted haya conocido. Tiene que comprenderlo.

En realidad, conduzco una vida serena y tranquila aunque sea un personaje famoso. En cuanto a los hombres, siento por ellos lo que siente la mayoría de las mujeres.

Tal vez encuentre algún día algún hombre que me aprecie tanto como yo le aprecie a él. Si le encuentro, querré casarme con él. Hace un año que no tengo nada que ver con los hombres en la forma que usted supone.

Ahora me interesa más mi propia madurez e identidad. Quiero saber quién soy. Quiero pertenecerme a mí misma. Quiero ser libre igual que usted. -Se detuvo y miró a Malone fugazmente-. Le han engañado. Ahora ya conoce la verdad. Reconózcalo y olvidemos este malentendido.

Suélteme. La broma ha terminado.

Malone se aturdió y se sintió como perdido en el espacio.

– Está fingiendo -dijo débilmente-, no podemos habernos equivocado.

– Está usted equivocado, completamente equivocado. Por consiguiente, deje de comportarse como un loco.

Santo, cielo, pero, ¿qué le habrá pasado por la cabeza? ¿Qué se imaginó usted? ¿Qué esperaba usted conseguir una vez me hubieran traído aquí? Yost se había levantado del brazo de la tumbona y se encontraba de pie junto a la cama.

– Con toda sinceridad, señorita Fields, esperábamos que se mostrara usted amable y accediese a colaborar.

– ¿Con todos ustedes? ¿A cambio de haberme hecho eso tan horrible? ¿Que me mostrara amable y accediera a colaborar? ¿Cómo? ¿De qué manera? ¿Qué demonios esperaban ustedes?

– ¡Déjeme contestar! -exclamó Shively poniéndose en pie de un salto-. Ya se han dicho bastantes mierdas en esta habitación. Yo se lo diré, señorita. Le diré lo que esperábamos. Esperábamos que nos permitiera acostarnos con usted.

– No hables así -dijo Malone enfurecido.

– Tú te callas, cabeza de chorlito. De ahora en adelante me encargaré yo de esta señorita tan fina.

La he estado oyendo hablar y actuar. Ella es la que nos está engañando. Está acostumbrada a eso. Pero a mí no va a hacerme desistir de mi propósito. -Shively la miró enfurecido y con expresión aterradora-. Señorita, tal vez piense usted que, por ser quien es, nosotros no somos lo bastante para usted.

Permítame decirle, señorita, y me importa un bledo lo rica y famosa que sea, que lo sabemos todo de usted y sabemos lo que es realmente. Lleva usted muchos años divirtiendo a sus amigos ricos. Y distribuyéndolo de balde.

Y nosotros pensamos que a lo mejor se había cansado un poco de que le metieran los miembros los canijos y los maricas. Nos imaginamos que estaría dispuesta a conocer a hombres como es debido. Nos imaginamos que cuando nos echara un vistazo y trabara conocimiento con nosotros, se divertiría y nosotros nos divertiríamos también acostándonos juntos que es lo auténtico para variar.

Aquí no hemos venido a jugar al billar. Hemos venido para acostarnos con usted, éste es el único motivo de que la hayamos traído aquí y basta de mierdas.

Sharon le estaba mirando con expresión ofendida.

– ¡Cochino bastardo! -dijo forcejeando para librarse de las cuerdas-. Está usted más loco que el otro. No le permitiría que me tocara ni con una pértiga de tres metros.

– Usted lo ha dicho, señorita, eso tengo precisamente -dijo Shively.

– Me dan ganas de vomitar -dijo ella mirando a Malone y a Yost-. Ya estoy harta de toda esta locura. Suéltenme antes de que se metan ustedes en un lío.

Suéltenme en seguida dondequiera que estemos. Si lo hacen ahora mismo, yo olvidaré qué ha sucedido, me lo borraré de la imaginación.

La gente puede interpretar las cosas equivocadamente, cometer errores. Todos somos humanos. Lo comprendo. Lo dejaremos así y lo olvidaremos.

– Yo no estoy dispuesto a olvidar nada -dijo Shively en tono implacable-. No vamos a dejarla salir hasta que nos conozcamos mejor. Quiero conocerla mejor. -Contrajo los ojos recorriendo las curvas de su figura tendida-. Sí, mucho mejor. No tenga tanta prisa, señorita. La soltaremos a su debido tiempo. Pero no en seguida.

Brunner se había adelantado.

Tenía la frente empapada en sudor y se dirigió a Shively:

– Tal vez debiéramos olvidar todo este…

Shively se volvió hacia él.

– Tú te callas y me dejas a mí arreglar las cosas. -Volvió a mirar a Sharon Fields-. Sí, será mejor que se haga a la idea de hacernos compañía algún tiempo. Le daremos tiempo para pensarlo.

– ¿Para pensar qué? -preguntó Sharon a voz en grito-. ¿Qué es lo que tengo que pensar?

– En compartir algo de lo que tiene con cuatro amigos. Ha demostrado que es la mujer más excitante del mundo. Ahora le damos la oportunidad de que demuestre que es algo más que eso.

– Yo a usted no tengo que demostrarle nada -dijo Sharon-, no tengo por qué compartir nada con usted. ¿Quién demonios se ha creído que es? Si me, tocan siquiera, ya me encargaré de que todos ustedes acaben en la cárcel de por vida.

No van a salir bien librados como me traten así. Tal vez hayan olvidado quién soy. Conozco al presidente. Conozco al gobernador. Conozco al director del FBI.

Harán lo que sea por mí. Y, si yo se lo pido, les castigarán como jamás hayan castigado a nadie. Recuérdenlo.

– Yo que usted no amenazaría, nena -le dijo Shively.

– Le estoy, exponiendo unos hechos -dijo Sharon con firmeza-. Deben saber a qué se exponen como me toquen. No bromeo. Por consiguiente, antes de que se metan en un buen lío, les aconsejo que me suelten.

Shively se limitó a dirigirle una perversa sonrisa.

– ¿Sigue pensando que es demasiado para nosotros, verdad?

– Yo no he dicho que sea demasiado ni para ustedes ni para nadie. Le estoy diciendo simplemente que soy yo, y que usted es para mí un perfecto desconocido con quien no me da la gana de tener nada que ver.