– La mía es posible que sí -contestó Yost-. Prefiero no probarlo.

¿No sería mejor que nos cubriéramos el rostro con medias de seda cuando estuviéramos con ella?

– Eso resultaría demasiado incómodo y le causaría miedo -dijo Malone.

– ¿Y si mantuviéramos a Sharon con los ojos vendados durante las dos semanas? -preguntó Yost.

Malone no se mostró de acuerdo.

– Creo que eso la asustaría mucho y nos impediría comunicarnos adecuadamente con ella.

– Además -dijo Shively con una sonrisa perversa-, quiero que pueda ver lo que le doy. Ahí está la gracia.

– Bueno -dijo Yost-, me parece que Leo y yo podríamos utilizar disfraces artificiales en el último momento.

Es decir, que seguiríamos tal como estamos hasta el momento de salir de casa y entonces modificaríamos nuestro aspecto por medio de un disfraz.

Yo podría utilizar gafas de sol en todo momento y tal vez teñirme el cabello y peinarme de otra manera.

– Daría resultado -dijo Malone-.

Y tú, Leo, podrías modificar tu aspecto con un aplique de cabello o tal vez con un peluquín entero y hasta un bigotito falso.

Y tal vez pudieras quitarte las gafas en su presencia y vestir… bueno, prendas menos serias, nada de corbatas y camisas corrientes, sino más bien jerseys de cuello cisne. ¿Te importaría?

Brunner se mostró de acuerdo con la perspectiva.

– En absoluto de no ser por las gafas. Soy muy corto de vista…Estaría perdido sin ellas, Pero en lo demás pienso colaborar.

– ¿Y por qué no te compras otras gafas de montura distinta? -le aconsejó Yost-. Una gruesa montura negra.

– No es mala idea -repuso Brunner.

– Sólo serán dos semanas -le recordó Malone-. Cuando hayamos terminado y, hayamos soltado a Sharon, te desprenderás del peluquín y del bigote falso y volverás a ponerte las gafas de montura metálica y prendas de vestir más conservadoras.

Howard se librará de los reflejos, se lavará el tinte y se peinará como tiene por costumbre.

Y Kyle y yo, nos limitaremos a afeitarnos el bigote y barba y a cortarnos el cabello. Y así estaremos a salvo de cualquier error.

– Puedes estar bien seguro -dijo Shively. Señaló la hoja de Malone-. ¿Qué nos queda todavía por solucionar?

– Penúltimo problema -dijo Malone-.

Cuando nos la llevemos, ¿cómo conseguiremos dejarla inconsciente en seguida?

– Muy bien -repuso Shively-. Nos llevamos una lata de éter o cloroformo.

– Eter no -dijo Brunner-, el cloroformo es mucho más seguro. Me precio de saber algo acerca de estas cosas -dijo carraspeando-. Mi mujer ha sido hospitalizada con frecuencia y ha estado sometida a tratamiento médico como consecuencia de distintas afecciones.

La he atendido muy a menudo y estoy muy familiarizado con "The Merck Manual of Diagnosis and Therapy" y también con "The Home Medical Guide". El éter es más peligroso. Es explosivo. Los vapores pueden acumularse en un lugar cerrado y bastaría una chispa para inflamarlos. El cloroformo, en cambio, es igualmente eficaz y no explota.

– ¿Y de dónde lo sacaremos? -preguntó Yost.

– De cualquier farmacia si tienes un motivo legal que lo justifique -repuso Brunner-.

Podrías decir que lo necesitas para las mariposas que quieres añadir a tu colección. O…

– Ni hablar -le interrumpió Shively. No acudiremos a ninguna farmacia.

– No es necesario -añadió Malone-.

Yo puedo disponer fácilmente de cloroformo. Conozco a una pareja de drogados de Venice que se toman toda clase de tranquilizantes y euforizantes, mezcalina, óxido nítrico, cloroformo y éter. Están en condiciones de obtenerlos porque ella trabaja en una clínica particular y se lleva todo lo que le interesa. Le diré que quiero probar un poco de cloroformo en mi apartamento. Y me lo dará.

– Tal vez tenga que recordaros otra cosa -dijo Brunner-.

No quisiera pareceros un aguafiestas pero es necesario que lo tengamos todo previsto.

Debéis tener en cuenta que ni el cloroformo ni el éter son de efectos prolongados.

Si se aplican por medio de una mascarilla, un trapo o un pañuelo, deja a la persona instantáneamente inconsciente.

Pero la persona recupera rápidamente el conocimiento a no ser que se le siga administrando este tipo de anestesia y, en caso de que se aplique una dosis excesiva, los efectos pueden ser mortales.

Todo depende del rato en que deba permanecer inconsciente la señorita Fields.

– Todavía no hemos cronometrado la duración del viaje desde Bel Air al refugio de Gavilán Hills, Leo -dijo Yost-.

Lo sabremos con toda exactitud dentro de una o dos semanas. Pero me parece que tendríamos que procurar mantenerla inconsciente durante cuatro o cinco horas para estar más seguros.

– Entonces el cloroformo no va a dar resultado -dijo Brunner-.

Puede utilizarse de momento en calidad de anestesia rápida.

Después tendríais que administrarle una inyección hipodérmica con un narcótico de efecto más prolongado.

Procuraré enterarme de lo que podría ser más eficaz.

En cuanto a la administración de una inyección hipodérmica, yo podré encargarme de ello porque en casa le he administrado a mi mujer en distintas ocasiones inyecciones de insulina.

– Esperemos que resuelvas este extremo, Leo -dijo Malone.

Estudió la hoja por última vez y después la apartó a un lado-.

El problema final con que tendremos que enfrentarnos, señores.

Nos llevamos a Sharon. La mantenemos escondida en Más a Tierra por espacio de dos semanas.

Durante este período de tiempo no estaremos en contacto con nadie y ella tampoco lo estará.

El problema. La echarán en falta. Tiene que trasladarse a Londres al día siguiente de su desaparición.

Es indudable que estará citada con amigos y conocidos. Y se esfuma en el aire, Es mundialmente famosa. Puede producirse una conmoción, es posible que alguien llame a la policía.

– Pues claro que lo harán -dijo Brunner.

– ¿Cómo lo arreglamos? -preguntó Malone-.

Tengo una idea. Cuando la tengamos en nuestro poder, la animaremos a que escriba una carta a su representante, Félix Zigman, o bien a su secretaria, Nellie Wright, explicando que ha cambiado de planes, que ha decidido huir para descansar por espacio de dos semanas y que no se preocupen por ella porque volverá muy pronto.

– Creo que una carta de la señorita Fields sería un error -dijo Brunner-. Podría revelar todo.

– Queda excluida la carta -dijo Shively rotundamente.

– Bueno, entonces no nos queda más que otra alternativa, -dijo Malone.

Tenemos que confiar en el pasado historial de Sharon y en su comportamiento impulsivo y extravagante.

Desde que alcanzó la fama, es de todos sabida su afición a no acudir a las citas, a mostrarse caprichosa, a desaparecer de vista sin más.

Hace varios años desapareció en cierta ocasión y no volvió hasta al cabo de una semana.

Tengo, recortes en los que su desaparición se compara con la de la hermana evangelista Aimee Semple McPherson, que desapareció durante varios días y después apareció un día por las buenas sin dar ninguna explicación razonable.

– Prefiero eso a que escriba a sus amigos -dijo Shively-.

De este modo, es posible que sus amigos piensen que se ha largado, y, además, la soltaremos antes de que tengan tiempo de preocuparse demasiado.

Yost, que estaba dando chupadas al puro, se lo quitó de la boca para poder hablar.

– Estaba pensando en lo que sucederá cuando aquel día se descubra que Sharon ha desaparecido.

¿Cuánto tardarán la secretaria o el ama de llaves o el representante en empezar a preocuparse y llamar a la policía?

– Yo creo que se pasarán por lo menos uno o dos días intentando localizarla entre amigos o bien en compañía de algunos de sus antiguos amantes -dijo Malone.

– Pero, si no la encuentran, acudirán inmediatamente a la policía -dijo Yost.

– Es probable que lo hagan -dijo Brunner mostrándose de acuerdo-, pero con la policía no van a llegar muy lejos.