En la última carta que me escribió me decía que, cuando dispusiera de algunos días libres, se iría a pasarlos con sus hijos a México. Vaughn no aparecerá por aquí hasta dentro de tres o cuatro años.

– Bueno, eso ya lo tenemos resuelto -dijo Shively-.

Si tan aislado está, ¿cómo demonios podremos llegar hasta este refugio? -Hacen falta dos clases de vehículos para llegar hasta allí.

Un coche normal o un camión de tamaño mediano pueden subir por el camino hasta la mitad. Después, a partir del lugar en que Vaughn construyó su camino particular, para recorrer lo que queda del Mount Jalpan se requiere algo más pequeño y resistente.

Se puede subir a pie el resto de la distancia. Pero os digo que en verano es una escalada tremenda a no ser que se esté en muy buena forma. Nosotros lo probamos una vez. Después alquilamos una motocicleta que subimos hasta medio camino en una furgoneta.

Después tuvimos que dejar la furgoneta a medio camino y efectuamos el resto del recorrido con la moto.

Para volver, tomábamos la motocicleta, la dejábamos aparcada entre los arbustos, nos metíamos en la furgoneta y bajábamos la colina hasta llegar a la autopista de Riverside y desde allí hasta casa.

Ah, recuerdo ahora una cosa que se me había olvidado. Vaughn dejó de usar la moto al poco tiempo porque se veía obligado a hacer dos viajes de subida y bajada para poder trasladar a la familia. Acabo de acordarme. Sustituyó la moto por uno de esos cacharros Cox de ir por las dunas, que modificó añadiéndole dos asientos provisionales en la parte de atrás y una capota de lona.

¿Habéis visto en acción alguna vez uno de esos cacharros de ir por las dunas? Son capaces de andar por las rocas, las barrancas, las colinas más escarpadas, los caminos más difíciles, la arena, cualquier cosa. Ahora quisiera recordar.

– ¿Recordar qué? -le aguijoneó Malone.

– Lo que hizo con este cacharro de dunas antes de irse a Guatemala. No, estoy seguro de que no lo vendió. ¿Pero qué digo? Si lo vi allí mismo cuando Vaughn se fue. Claro que sí, lo dejó aparcado para mantenerlo en forma.

Pero la última vez que estuve allí, la maldita cosa no se puso en marcha.

– La batería agotada -dijo Shively.

– Y tuve que ir a pie tanto a la ida como a la vuelta.

Santo cielo, Shiv, tal vez en estos momentos se haya estropeado, algo más que la batería.

Hace un año que nadie utiliza este vehículo. No sé si podríamos hacerlo funcionar.

– No te preocupes por eso -dijo Shively-, yo soy capaz, de hacer funcionar lo que sea.

– Muy bien -dijo Yost con renovado entusiasmo-, iremos a echarle personalmente un vistazo.

¿Qué te parece, Shiv? Una mañana cualquiera de la semana que viene podemos desplazarnos a primera hora hasta Arlington, y desde allí seguir en dirección a las colinas y el refugio.

– Más a Tierra -le recordó Malone.

– Claro, claro, lo que tú digas -dijo Yost, dirigiéndose de nuevo a Shively-. Podemos hacer el viaje y calcular con toda exactitud el tiempo que tardaremos.

Podemos ir con mi Buick hasta la mitad de la colina y llevarnos unas cuantas latas de gasolina para el cacharro. Tú traes las herramientas y piezas de recambio que pienses que vas a necesitar. Y podemos recorrer la distancia que nos quede hasta el refugio a pie.

No es que me agrade demasiado la idea, pero me imagino que será la última vez. Tú arreglarás el cacharro y, mientras, yo veré si todo está en orden en el refugio y qué artículos van a hacernos falta. ¿Te parece bien?

– Cualquier mañana -repuso Shively. Basta que me lo comuniques con un día de antelación.

Malone estaba tamborileando con el lápiz sobre el cuaderno de notas.

– Muy bien, ya está solucionado el asunto del segundo vehículo.

Pero ¿y el principal? ¿El que utilizaremos para… bueno, para llevarnos a Sharon y trasladarla por la autopista hacia las colinas? No creo que ninguno de nuestros coches nos sirviera.

Creo que debiéramos utilizar una especie de camioneta cerrada o tal vez una furgoneta de acampar, en la que pudiéramos ocultarla.

Algo así como uno de esos autobuses El Camino o VW.

– No tenéis ni la menor idea -le interrumpió Shively belicosamente, ofendido de que Malone se hubiera atrevido a invadir su propio territorio-. Eso de los coches será mejor que me lo dejéis a mí. Estas camionetas y furgonetas tan elegantes que acabas de mencionar nos costarían un ojo de la cara, aunque las adquiriéramos de segunda mano.

¿De dónde sacaríamos el dinero a no ser que tú estés dispuesto a pagarla de tu bolsillo? No. Eso déjamelo a mí. Encontraré alguna vieja camioneta de reparto abandonada -tal vez una vieja camioneta Yamahauler o una Chevy-de las muchas que hay todavía por ahí.

Escogeré la más adecuada, sacaré de alguna otra las piezas que sean aprovechables, pondré manos a la obra, la dejaré como nueva y no cobraré nada por el trabajo. ¿De acuerdo, muchachos?

– Ya lo creo, Shiv. Estupendo.

Después, en el último momento, tal vez le pintemos algo en el lateral para que parezca que somos de alguna empresa. Utilizaremos un nombre falso Desinfección y Desratización, Sociedad Anónima, o algo por el estilo. Después lo borraremos.

– Tras haber calmado a Shively, Malone volvió a examinar el cuaderno de notas-.

Y ahora pasemos a los suministros.

¿Qué clase de suministros nos harán falta en Más a Tierra?

– Depende -repuso Yost-…

Depende del tiempo que los cuatro -bueno, los cinco-permanezcamos ocultos allí. Todavía no hemos llegado a un acuerdo a este respecto. Me parece que debiéramos dejarlo bien sentado cuanto antes.

– ¿Qué os parece una semana? -preguntó Malone.

– No, no basta -protestó Shively-. Lo he estado pensando mucho. Una semana no será suficiente.

Hay que tener en cuenta, ateniéndonos al plan de Adam, que perderemos dos, tres o tal vez cuatro días en calmarla y conseguir que se muestre más favorablemente dispuesta en relación con nosotros.

En tal caso, sólo nos quedarían tres días para pasarlo bien. No quiero tomarme todas estas molestias a cambio de poder acostarme tres días con una mujer.

– La primera vez te conformabas con una sola noche -le dijo Malone.

– Eso fue entonces. Ahora es distinto. Porque ahora la cosa cada vez va siendo más real. ¿Por qué no aprovecharla al máximo? Yo digo que un par de semanas; me parece algo muy propio del verano: unas vacaciones de dos semanas. ¿Qué opináis?

– No pongo reparos -repuso Malone-. Lo que vosotros acordéis.

¿Tú qué dices, Howard? Yost sopesó la posibilidad de las dos semanas.

– Bueno, creo que podrá arreglarse.

Mis clientes se pasan dos semanas sin mí siempre que salgo de vacaciones con Elinor y los niños. Supongo que mi clientela podrá sobrevivir una vez más.

– ¿Y tú, Leo? -preguntó Malone mirando a Brunner.

Brunner se empujó nerviosamente las gafas hacia arriba.

– No lo sé. Os digo que no es fácil. Raras veces transcurre una semana sin que a alguno de mis clientes le ocurra alguna contrariedad. A decir verdad, jamás me he ausentado de mi despacho durante un período superior a una semana.

– Pues ya es hora de que empieces a hacerlo -le dijo Shively.

– Bueno, si la mayoría vota a favor, no quiero ser el único disidente -dijo Brunner-. Intentaré arreglarlo.

– Solucionado -dijo, Malone y giró el sillón en dirección a Yost-.

Necesitaremos dos semanas de suministros para cinco personas.

– No preveo ningún problema si todo lo organizamos de antemano -dijo Yost-.

Es probable que subamos al refugio un par de veces antes del gran día y en tales ocasiones podremos llevar lo que haga falta y dejarlo allí.

Recuerdo que el refugio está completamente amueblado. Hay dos dormitorios. Vaughn ocupaba el dormitorio principal, en el que había una cama muy espaciosa y un armario lleno de sábanas, almohadas, mantas y toallas.