¿Cómo podemos estar seguros de que la señorita Fields ha sido citada con exactitud?

– Podemos estar seguros de que allí donde hay mucho humo necesariamente debe haber fuego -replicó Malone muy en serio-.

Otra cosa sería si nos hubiéramos limitado a dos o tres entrevistas, Leo.

Pero aquí yo os he mostrado varias docenas. Y en todas ellas se expresa lo mismo. ¿No irás a creer que todas estas historias han sido deformadas o exageradas, verdad?

– En eso tienes razón -reconoció Brunner.

– Tantos entrevistadores distintos citando casi las mismas palabras de Sharon Fields -prosiguió Malone-. Tiene que haber algo de verdad. Y, aunque no confiaras en estos reportajes, ¿qué me dices de las grabaciones de entrevistas por radio y televisión que se le han hecho? Tengo las "cassettes".

Puedes oírlas cuando quieras. En ellas no hay ningún periodista que se interponga entre Sharon y el público.

En ellas puedes oírla hablar directamente y diciendo estas mismas cosas acerca de sus sentimientos y deseos.

En mi opinión, lo que hace es decirnos a los hombres como nosotros que somos la clase de hombre que le interesan.

Y he observado que su cualidad más constante es la sinceridad absoluta. Dice lo que piensa. -Señaló los recortes que había esparcidos por toda la estancia-.

Y aquí nos dice que nos la llevemos. Por lo menos, así lo interpreto yo.

Shively se puso en pie y se ajustó el cinturón.

– Sí, yo también lo he interpretado así.

– Recogió los recortes, los acarició brevemente y los volvió a dejar. Se adelantó, rodeó a Malone con el brazo y le contempló admirado-.

¿Sabes una cosa, muchacho? Antes no me importó decirte que al principio me habías parecido una especie de chiflado que nos quería tomar el pelo.

Ahora estoy empezando a comprender que aquí hay algo. Todo empieza a resultar lógico.

Estoy dispuesto a dar el siguiente paso aunque no sea más que para pasar el rato.

– ¿El siguiente paso? -repitió Malone.

Shively se apartó de Malone y le miró a los ojos.

– Ya sabes a qué me refiero. Al plan.

Al plan que has elaborado para llevarlo a la práctica.

Lo que nos has dicho hasta ahora es que empezaremos por llevárnosla. Pero eso no basta.

Será mejor que te sientes y nos digas qué sucedería después.

Shively se dejó caer una vez más en el sillón de cuero y Malone acercó la desvencijada otomana al semicírculo formado por sus amigos y se acomodó en ella.

– Muy bien -dijo-.

Los cuatro vamos un día y nos la llevamos.

Brunner sacudió la cabeza enérgicamente.

– Yost lo ha dicho antes.

Y quiero subrayarlo una vez más.

Eso es un secuestro y se trata de un grave delito. No intentes hacerlo pasar por otra cosa.

– Tal vez pueda calificarse de secuestro al principio y sería secuestro si insistiéramos en retenerla contra su voluntad -dijo Malone-.

Pero, si una vez hecho, a ella no le importa, ya no se tratará de un secuestro.

– ¿Y después qué? -preguntó Shively.

– Después nos la llevamos a algún sitio cómodo y seguro a pasar el fin de semana.

Logramos conocerla más a fondo. Ella empieza a conocernos a nosotros. Y después, bueno, supongo que acabamos acostándonos con ella.

– Debo señalar que eso es lo que se llama violación -dijo Brunner con inesperada firmeza.

– Si ella accede, no -repuso Malone-. Si ella se presta voluntariamente a colaborar no es violación.

– Pero supongamos que no le agrade la situación y se niegue a colaborar con nosotros -dijo Brunner escasamente convencido.

– Eso no sucedería.

– ¿Pero y si sucediera?

– Entonces habríamos fracasado -dijo Malone-. No tendríamos más remedio que soltarla.

Brunner se mostró satisfecho.

Shively volvió a levantarse.

– Otra cosa antes de que me vaya, muchacho -le dijo a Malone-.

Mañana empiezo a trabajar muy temprano y será mejor que me vaya a dormir. Pero, antes de irme, una cosa.

Has estado hablando de cosas con carácter general. Nada concreto. Si vamos a seguir, será mejor que sepamos exactamente lo que vamos a hacer.

– ¿Te refieres a los detalles del procedimiento? -Preguntó Malone-.

Tengo preparados los detalles. Páginas y más páginas llenas de notas acerca del cómo llevarlo a cabo. Puedo repasarlas todas contigo cuando dispongas de tiempo.

– Muy bien, eso es lo que quiero saber -dijo Shively-¿Cómo lo haremos "si" es que lo hacemos? ¿Dónde iremos al grano?

– Dime el sitio y la hora y allí estaré -dijo Yost.

– ¿Tú qué dices, Leo? -preguntó Shively.

Brunner vaciló y después se encogió de hombros.

– ¿Por qué no? -dijo. Mientras se encaminaban hacia la puerta, empezaron a hablar del sitio y la hora.

Puesto que se acercaba el fin de semana llegaron a la conclusión de que el mejor momento sería el lunes al anochecer, es decir, al cabo de cinco días.

Decidieron también celebrar la reunión en el despacho de Brunner de la avenida Western, porque la esposa de Brunner sabía que éste solía quedarse a trabajar hasta tarde aquel día y, además, porque de noche el despacho les ofrecía una posibilidad de aislamiento absoluto.

Al separarse, Malone les prometió que no se arrepentirían.

– Cuando veáis mis proyectos, comprenderéis que se trata de un negocio muy serio.

El lunes siguiente al anochecer, tras haber salido tarde del trabajo, Adam Malone llegó hasta la puerta de vidrio del tercer piso de aquel triste edificio comercial de la avenida Western, en cuya placa podía leerse en letras negras: "Leo Brunner. -Perito Mercantil Titulado".

Con una cartera de cuero de imitación bajo el brazo, Malone abrió la puerta y entró.

La pequeña estancia que, al parecer, se utilizaba como vestíbulo de recepción y despacho de la secretaria estaba vacía y a oscuras, a excepción del rayo de luz que se filtraba a través de la puerta que daba acceso al despacho adyacente.

Malone pudo distinguir la mole de Yost y la estilizada figura de Shively en un sofá.

De repente, la luz quedó parcialmente bloqueada al aparecer Brunner en la puerta que unía las dos estancias.

– ¿Quién es? -preguntó Brunner-. ¿Eres tú, Adam?

– El mismo que viste y calza.

Brunner entró apresuradamente en la estancia en sombras.

– Estábamos empezando a pensar que no vendrías. Llevamos aquí tres cuartos de hora.

– Lo lamento, el jefe me ha entretenido con un trabajo de última hora.

Después he tenido que pasar por casa para recoger los papeles.

Brunner estrechó la mano de Malone.

– Menos mal que has llegado. Pasa. Será mejor que cierre con llave la puerta principal. No queremos recibir visitas inesperadas.

– Desde luego que no.

Esta reunión tiene que ser de absoluto alto secreto.

Miró a Brunner mientras éste cerraba con llave la puerta, le esperó y entró junto con él en el despacho interior saludando y disculpándose ante los otros dos.

Malone fue a sentarse en el sillón del cliente que había frente al escritorio del perito mercantil, pero Brunner le indicó que se sentara detrás del escritorio.

– Puesto que vienes con todos estos papeles, utiliza el escritorio, Adam. Voy a dejarte sitio.

Apartó la calculadora y los libros a un lado, ladeó el sillón giratorio en dirección a Malone y fue a sentarse en el otro sillón.

– Hay un poco de cerveza fría -dijo Brunner.

– No, gracias -dijo Malone sacudiendo la cabeza-. Quiero concentrarme en lo que he traído.

Empezó a extraer de la cartera gran cantidad de notas mecanografiadas y varias carpetas.

Lo que había reunido era el fruto de casi todo su tiempo libre de los últimos cinco días.

Normalmente, el precioso tiempo libre de que disponía antes de ir o al volver del supermercado solía dedicarlo al desarrollo de una o más narraciones breves que ya hubiera escrito, o bien al esbozo de una novela en la que hubiera estado pensando.