Puesto que esta noche hemos decidido ser sinceros, les diré que la puesta en práctica de mi plan me la ha impedido también otra razón no distinta a la aducida por Leo Brunner al hablar de las mujeres.

Soy muy hábil en la creación y forja de planes e ideas. Fundamentalmente no soy un hombre de acción. Por consiguiente, siempre procuro buscar a otros que me ayuden a poner en práctica mis ideas.

Shively no apartaba los ojos de Malone.

– Tal vez en Yost, e incluso en Brunner y en mí, haya usted encontrado lo que siempre ha andado buscando.

– Es todo lo que espero.

– Muy bien, basta de tonterías, muchacho. A partir de ahora quiero ser práctico, ¿comprende? Nada de juegos.

Ya me imagino echándole las manos encima. Eso sí me lo imagino. Pero de lo que quiero estar seguro es de lo que seguirá.

Supongamos que nosotros cuatro consiguiéramos echarle las manos encima.

¿Qué prueba absoluta tiene usted de que podríamos hacerlo con ella, de que ella no opondría resistencia y se nos entregaría? Contésteme a eso y ficharé por su equipo.

– Puedo contestarle a su entera satisfacción -repuso Malone-. Poseo pruebas absolutamente documentadas según las cuales, una vez la hubiéramos conocido personalmente, ella se mostraría dispuesta a colaborar.

– Sí, tan fácil como coser y cantar.

– ¿Prueba?

– Prueba.

– Se lo demostraré, se lo demostraré todo -dijo Malone con firmeza-. Aquí no. Tendrá que ser en mi apartamento.

Cuando lo vea, se disiparán sus dudas. Estoy seguro de que se mostrará dispuesto a seguir adelante. ¿Quiere venir a mi apartamento mañana por la noche después de cenar? Digamos a eso de las ocho.

Shively apoyó las palmas de la mano sobre la mesa.

– Por lo que a mí respecta, trato hecho.

– Miró a los otros dos-.

¿Quieren ustedes venir sí o no?

– Pues claro que sí -repuso Yost frunciendo el ceño-. ¿Quién no quisiera tratándose de este asunto? Estaré allí. Sólo para saber qué se propone Malone, si me convence usted de que será factible, le seguiré hasta el final.

Ahora estaba esperando que hablara Brunner. Los ojos de éste parpadeaban sin cesar detrás de las gafas. Al final decidió hablar.

– No… no lo sé.

Puesto que ya he llegado hasta aquí, ¿por qué no seguir?

– Unanimidad -dijo Shively esbozando una ancha sonrisa-. Así me gustan las cosas.

– A mí también -dijo Malone satisfecho-. Será nuestro lema. Todos para uno y uno para todos.

– Sí, no está mal -dijo Shively-.

Muy bien, Malone, díganos dónde vive. Iremos sin falta. Será la primera reunión oficial de la Sociedad "Acostémonos con Sharon Fields".

Malone hizo una mueca y después miró a su alrededor para percatarse de que nadie les había oído. Nadie les había oído.

Se inclinó hacia los demás: -Creo que a partir de este momento será mejor que nos mostremos cautelosos -murmuró-.

Si lo hacemos, tendrá que ser algo absolutamente secreto.

Shively formó un círculo con el pulgar y el índice.

– Muy bien, sellado con sangre -prometió-. A partir de ahora, todo será secreto. Porque algo me dice en la bragueta que eso va a suceder.

– Pues claro que va a suceder -dijo Malone suavemente-.

Y, puesto que así va a ser efectivamente, sugiero otro nombre para nuestro grupo, algo que suene muy inocente…

– ¿Como qué? -preguntó Shively.

– Como…como… El Club de los Admiradores.

– Sí -dijo Shively con ojos brillantes-. Me parece estupendo. Eso es lo que somos, compañeros.

A partir de ahora seremos El Club de los Admiradores.

Eran las ocho y diez del miércoles por la noche.

Era el momento con el que Adam Malone llevaba un año soñando.

Desde la bandeja colocada encima del aparato de televisión, en la que había botellas, vasos y cubitos de hielo, Malone preparaba y servía tragos sintiéndose invadido por un sentimiento de afecto e identificación con sus tres nuevos amigos, que descansaban en un apartamento de soltero de Santa Mónica.

Estaba Kyle Shively, repantigado en el desvencijado sillón de cuero marrón con una pierna apoyada en uno de los brazos de esta pieza de mobiliario que Malone había adquirido en un almacén de muebles usados del Ejército de Salvación.

Estaba Leo Brunner, sentado rígidamente y con aire muy preocupado en una esquina del sofá cama.

Estaba Howard Yost, sin corbata, recorriendo la estancia y examinando las fotografías y carteles de Sharon Fields -que cubrían dos de las paredes de la misma.

– Oye, Adam -dijo el agente de seguros-, veo que conoces muy bien a Sharon Fields. En mi vida he visto una colección semejante. Tu apartamento parece un museo de carteles. ¿De dónde sacas todo eso?

– De la Aurora Films y de otros estudios para los que ha trabajado Sharon Fields -repuso Malone-.

Algunas cosas las he comprado en tiendas de segunda mano especializadas en arte cinematográfico. Algunas las he conseguido a cambio de fotografías de otras actrices cinematográficas en cueros. Sí, creo que es una de las colecciones más completas del país.

Yost se detuvo ante un cartel de gran tamaño y soltó un silbido.

– Fijaos en ésta. Miradla bien -dijo señalando la fotografía de Sharon Fields en tamaño superior al natural de pie con las piernas separadas, apoyando una mano en la cadera y sosteniendo con la otra un arrugado vestido sin lucir otra cosa más que un fino sujetador blanco y unas ajustadas bragas y desafiando audazmente a sus invisibles espectadores-.

Chicos, ¿no os gustaría tenerla entre vuestros brazos tal como se la ve aquí?

– Malone se apartó del aparato de televisión, pasó entre un estropeado archivador y una mesa y se acercó a Yost para admirar con éste el cartel.

– Es uno de los mejores -dijo-. Se utilizó para los anuncios de "¿Es usted decente?" Es la obra que interpretó Sharon Fields hace cinco años en la que desempeña el papel de una remilgada censora por cuenta propia dispuesta a arruinar a un productor de espectáculos pornográficos que posee una compañía ambulante actuando por toda Nueva Inglaterra.

Para descubrir a este productor, Sharon tiene que fingir ser una artista de "strip" e incorporarse a su espectáculo.

¿Recuerdas la película?

– ¿Como no voy a recordarla? -dijo Yost sin dejar de contemplar la enorme fotografía de Sharon Fields-. ¿Y dices que tienes otras?

Malone dio orgullosamente unas palmadas al archivador.

– Cuatro cajones de aquí están llenos de todo lo que puede saberse acerca de Sharon Fields.

Y lo tengo todo cuidadosamente archivado, anuncios, recortes de periódicos y revistas, grabaciones de entrevistas por radio y televisión, fotografías, todo lo que tú quieras. Sin contar mis propias notas.

Shively bajó la pierna que tenía apoyada sobre el brazo del sillón de cuero.

– Vosotros dos, dejad de babear, no perdamos el tiempo y vayamos al grano.

Tú, Adam, ibas a facilitarnos una información completa acerca de la tía.

Andando, pues.

– Ahora mismo iba a hacerlo -repuso Malone.

Mientras Yost se acomodaba al lado de Brunner en el sofá cama, Malone abrió el primer cajón del archivador y sacó tres carpetas.

Buscó un sitio sobre la pequeña mesa circular, abrió las carpetas y empezó a examinar y seleccionar el material.

Al final se volvió para mirar a los demás.

– Aquí está el asunto de que estamos tratando.

Sharon Fields.

Versión abreviada.

Nació hace veintiocho años en una granja tipo plantación de las afueras de Logan, Virginia Occidental.

Buena familia, elegantes aristócratas.

Su padre era un caballero georgiano que se dedicaba a la abogacía. Recibió instrucción primaria en la Escuela de Educación Social de la señora Gussett, de Maryland. Una escuela muy fina.

Después estudió en el colegio Bryn Mawr de Pennsylvania. Se especializó en psicología y estudió también artes teatrales.