Tomemos el condado de Los Angeles en uno de estos últimos años.

Hubo tres mil cuatrocientas noventa violaciones. En este mismo año sólo fueron detenidos mil trescientos, ochenta sospechosos.

Y de los que fueron detenidos, sólo pudo demostrarse la culpabilidad de trescientos veinte. Como ves…

– Oye, eso es muy interesante -terció Yost-. No tenía ni la menor idea.

¿Cómo es posible que cueste tanto demostrar la culpabilidad de alguien en un caso de violación?

– Por muchos motivos -repuso Malone-. El principal factor es de carácter psicológico.

Los jurados se aferran a la anticuada idea según la cual una mujer no puede ser violada si ella no se presta de buen grado.

Se da por sentado que, si a una mujer la penetran, es porque ella lo ha querido y porque le ha gustado, por ser éste, un hecho biológico natural.

Tal como dijo un fiscal de la oficina del fiscal de distrito: "A no ser que a la víctima le machaquen la cabeza o se trate de una persona de noventa y cinco años o cualquier otro caso límite, los jurados no pueden creer en la violación de una mujer.

Siempre sospechan que la culpa ha sido suya, que se ha insinuado al hombre o que ha consentido… el consentimiento es una de las cosas que más trabajo cuesta confutar.

Cuando el acusado afirma que no lo hizo por la fuerza y que ella accedió a mantener relaciones sexuales con él, resulta muy difícil poder confutarlo".

Otra cosa.

La demostración física.

Cuándo una mujer ha sido violada, la policía la traslada inmediatamente al Central Receiving Hospital.

Allí la someten a un examen pélvico, le extraen líquido seminal y le practican una irrigación antiséptica.

Pero lo que quiere la policía es obtener inmediatamente el líquido seminal al objeto de utilizarlo como prueba.

Ahora bien, el líquido sólo puede obtenerse si a la víctima se la encuentra en seguida en el escenario del delito o bien si ella presenta inmediatamente la denuncia.

Y sólo dos de cada cien mujeres acuden a la policía inmediatamente.

Las demás suelen irse a casa o a otro sitio para reponerse de la impresión y calmarse, y después lo primero que quieren hacer es limpiarse. Y de esta manera eliminan todas las pruebas.

Como ves, Leo, si a Sharon le pasara por la cabeza la idea de presentar una denuncia por violación contra nosotros, lo más probable es que no llegara a ninguna parte.

– No estoy de acuerdo -dijo Brunner-.

Ella no es una víctima como las demás. Es la actriz más famosa del mundo. La escucharían. Y la creerían tanto la policía como el jurado.

– Estás completamente equivocado -dijo Malone muy convencido-. En este caso, la perjudicaría, precisamente el hecho de ser quien es. He investigado los procedimientos policiales.

Una de las primeras cosas que hace la policía es elaborar el producto, expresión que, en lenguaje policial, significa analizar los antecedentes de la presunta víctima, su comportamiento e historia sexual.

Y todos conocemos el historial de Sharon. En él ha habido muchos hombres. Innumerables escándalos sexuales aireados a los cuatro vientos. No creo que la defensa pudiera presentarla como a una tímida mujer virginal.

Se trata nada menos que del máximo símbolo sexual mundial. No, Leo, no correríamos ningún peligro de resultar perjudicados.

– Tal vez -dijo Brunner vacilando.

– En cualquier caso, no tiene nada que ver con el asunto que nos traemos entre manos. Tal como ya he dicho antes, no llegaríamos a este extremo. No nos proponemos atacarla a la fuerza.

No somos como los hombres ignorantes, enfermos y tarados que hacen esas cosas. Somos tipos corrientes. Somos seres humanos civilizados. Además, tal como ya he repetido muchas veces, la violación no entra en nuestros planes, porque no será necesaria.

Es posible que al principio Sharon se muestre enojada y resentida por el hecho de que nos la hayamos llevado y le hayamos estropeado lo que tuviera en programa, pero, una vez nos haya conocido, bueno, creo que se calmará y se le pasará el enfado.

Al fin y al cabo, es una muchacha muy amante de la aventura y sabrá apreciar en lo que vale nuestra acción y hasta admirará nuestro valor.

Es muy posible que se muestre entonces favorablemente dispuesta en relación con nosotros. Por consiguiente, creo que no debes preocuparte, Leo. En nuestro plan no se incluye ningún delito.

– Sí se incluye un delito -dijo Brunner, y se volvió para dirigirse también a Yost y a Shively-.

Lamento poner tantas trabas, pero creo que no nos causaría ningún bien mostrarnos impulsivos y lanzarnos a ello sin tener en cuenta los hechos y los riesgos que entraña tal empresa. Porque, aunque se excluya el delito de violación, vuelvo a repetir que hay otro delito de por medio. El delito de secuestro.

– Pero, bueno, Leo, si ella colabora una vez nos hayamos conocido, no irá después a acusarnos de secuestro -dijo Yost levantándose-.

Voy a tomarme una cerveza.

– Es posible, es posible que sí -dijo Brunner levantando la voz-.

¿Sabes cuál es la ley de secuestro que se aplica en este Estado? -rebuscó rápidamente entre el montón de papeles que tenía sobre las rodillas-. Todos debierais estar plenamente informados.

– Ya está bien, Leo -murmuró Shively enojado-, no nos fastidies más con todas estas mierdas legales.

Pero Brunner no quiso callarse.

– Artículo Doscientos Siete del Código Penal de California.

Secuestrador es "toda persona que lleva consigo, retiene o toma a cualquier otra persona en este Estado para trasladarla a otro país, Estado o condado o a otra parte del mismo condado".

Me parece que está muy claro. Tan claro como el artículo Doscientos Ocho, en el que se especifica la pena que entraña tal acto.

Si raptas a alguien, el delito se castiga "con reclusión en la prisión del Estado durante un período no inferior a diez años y no superior a veinticinco años". -Brunner posó los papeles sobre el escritorio-. ¿Estáis todos dispuestos a arriesgar veinticinco años de vuestra vida a cambio de pasar un fin de semana con esta mujer? Porque éste es el castigo del secuestro y aquí estáis hablando de secuestro y nada más.

Malone se levantó del sillón giratorio.

– Leo, no has entendido el punto esencial.

Este acto sería secuestro si a Sharon nos la lleváramos a la fuerza contra su voluntad y ella nos acusara de haberlo hecho así efectivamente.

Pero, ¿acaso no os he demostrado con la suficiente claridad, acaso no os he explicado lo suficientemente bien que, una vez hubiéramos hablado con ella, sin causarle el menor daño, Sharon no tendría ningún motivo para acusarnos de tal delito? Jamás haría eso. No tendría ningún motivo.

Brunner se removió inquieto.

– Ojalá pudiera estar tan seguro como tú -dijo.

– Muy bien, voy a ir todavía más lejos. Supongamos que aun así, cuando la dejáramos en libertad sin haberle causado el menor daño, ella estuviera molesta con nosotros y decidiera perjudicarnos. Supongamos que se dirigiera a la policía.

¿A quién tendría que acusar? En mi plan, lo tengo previsto. Cuando nos la lleváramos, iríamos disfrazados. En su presencia iríamos también disfrazados.

Jamás nos llamaríamos por nuestros nombres. No podría saber ni quiénes éramos ni cómo éramos. No, Leo, en el peor de los casos, no sabría a quién acusar.

– Al parecer, lo tienes todo previsto -dijo Brunner.

– Pues claro. Es necesario tener previstas todas las contingencias.

No, no podría fallarnos nada porque lo tengo muy bien planeado. -Miró sonriendo a los demás-.

Nos divertiríamos con ella y después la soltaríamos al cabo de una semana o el período de tiempo que nos pareciera, y ella lo olvidaría o sólo lo recordaría como una aventura insólita y reanudaría su vida normal. Nosotros desapareceríamos y reanudaríamos nuestras vidas. -Se detuvo-.

Pero conservaríamos algo muy especial que muy pocas, poquísimas personas corrientes han logrado alcanzar.