Siempre he pensado que en la bolsa podría ganar mucho dinero.

Tal vez pueda doblar el capital. Y, bueno, y en cuanto a las aficiones, jamás se lo he dicho a nadie porque siempre me ha parecido ridículo y rebuscado, pero ahora que tengo el suficiente dinero como para convertir este sueño en realidad, me gustaría volver al fútbol americano.

No para jugar, claro. Para eso ya soy un poco mayor. Pero buscar por ahí, tratar de introducirme como capitalista en alguna asociación que tenga en proyecto organizar un equipo -no tiene por qué ser necesariamente en Los Angeles, podría ser en Chicago, Cleveland, Kansas-e intervenir activamente en la dirección del mismo convirtiéndome para ello en asesor del equipo de entrenadores.

Eso sería estupendo, me parecería que vuelvo a vivir mi época universitaria.

Creo que lo que te he dicho me mantendría ocupado durante muchos años.

Ah, sí y… -Ha mirado al Perito Mercantil-espero contar con tu colaboración para que revises mis inversiones y cuides de mis impuestos. Siempre y cuando no pienses retirarte, claro".

"Gracias por la confianza que me demuestras -ha dicho el Perito Mercantil-. No, creo que no me imagino retirado.

Me temo que mis planes de utilización de la parte que me corresponde os parezcan muy ridículos comparados con los vuestros.

Pero a mi edad es difícil cambiar. Desde luego que no me imagino dejando el trabajo y el barrio donde vivo. Es posible que me compre una casa más grande en la misma zona o que reforme la mía si eso resultara más económico.

Desde un punto de vista práctico, tal vez estudie la posibilidad de ampliar el negocio, asociarme a ser posible con alguien y alquilar unos despachos más bonitos".

"Vamos, hombre -le ha dicho el Mecánico burlándose de él-, todo eso que dices es muy aburrido y pesado. Puedes hacer cosas mejores, amigo mío. Divertirte un poco, compañero. Tienes un cuarto de millón de dólares. ¿No te gustaría pasártelo bien? Cómprate uno de esos salones de masaje en los que hay tantas chicas".

El Perito Mercantil ha esbozado una débil sonrisa.

"Ya he pensado en eso, ya. Creo que me gustaría ser capitalista del club nocturno del señor Ruffalo. El Traje de Cumpleaños.

Dado que le llevo los libros, sé cuál es el valor exacto de este negocio. Creo que al señor Ruffalo no le importaría aceptarme como socio. Sería un buen negocio.

En cuanto a las mujeres, sí, me gustaría encontrar a una joven que resultara adecuada, una joven bonita y discreta a la que pudiera poner un apartamento, que se mostrara agradecida a cambio de mi ayuda e interés y que no fuera tan exigente como para complicarme la situación matrimonial. Eso sería muy agradable".

"!Y que lo digas!", ha exclamado el Mecánico.

"Otra otra cosa -ha añadido el Perito Mercantil casi con timidez-. Me gustaría ir a Hunza".

"¿Ir a dónde? -le ha preguntado el Mecánico-. ¿Qué demonios es Hunza?"

Yo hubiera podido informarle pero he preferido permanecer al margen y dejar que hablara el Perito Mercantil.

"Como tú sabes, soy un adepto de la comida sana. En general me interesa cualquier cosa -tanto si es un régimen alimenticio como un lugar geográfico-que contribuya a la buena salud y, por consiguiente, a la prolongación de la vida.

Y ciertamente que los Estados Unidos no constituyen un sitio adecuado para aquellos que se interesan por la longevidad".

"Tienes razón -le ha interrumpido el Agente de Seguros-.nA este respecto, podría referirte dos datos de nuestras tablas actuariales.

La esperanza de vida del varón americano al nacer es de sesenta y siete años. En relación con la esperanza de vida de los varones, existen veinte naciones que nos llevan la delantera.

En Suecia y en Noruega el hombre corriente alcanza la edad de setenta y dos años y en Islandia y los Países Bajos alcanza los setenta y uno".

"Y en Hunza -ha dicho el Perito Mercantil-vive hasta los noventa años y a veces hasta la edad de ciento cuarenta".

"Todavía no nos has contado qué demonios es Hunza", le ha dicho el Mecánico.

El Perito Mercantil ha asentido como para calmarle.

"Hunza es un lejano y pequeño país de trescientos veinte kilómetros de longitud y uno y medio de anchura situado en un valle himalayo del norte del Pakistán.

Se cree que fue fundado por tres desertores griegos del ejército de Alejandro Magno que huyeron a dicho valle en unión de sus esposas persas.

Hunza es insólito por muchos conceptos. Está gobernado por un Mir hereditario y su población es aproximadamente de treinta y cinco mil almas. En Hunza no hay aduaneros, ni policía, ni soldados, ni cárceles, ni bancos, ni impuestos, ni divorcios, ni úlceras, ni infarto, ni cáncer y prácticamente no se conoce el delito.

Y tampoco existe aquello que nosotros masoquísticamente calificamos de vejez. En Hunza existen años jóvenes, años medianos y años ricos.

En Hunza abundan sobre todo los centenarios. Los visitantes han podido observar que la mayoría de hunzukuts viven hasta los ochenta y noventa años, con un elevado porcentaje de población que rebasa la edad de cien años o más.

En Hunza los hombres conservan la virilidad y son capaces de procrear a los setenta y a los ochenta años".

"Pero, bueno, ¡qué maravilla! -ha exclamado el Mecánico-. ¡Y eso cómo es posible?"

"Nadie conoce la causa. Puede deberse a muchos factores.

No obstante, uno de dichos factores es, sin lugar a dudas, el régimen alimenticio.

La persona corriente consume en Hunza mil novecientas veintitrés calorías diarias. La gente se dedica a los cultivos orgánicos, sólo ingiere alimentos naturales, alimentos sin preparar ni aderezar. Por eso yo… -El Perito Mercantil ha vacilado y ha esbozado una tímida sonrisa-. Bueno, la comida sana que me veis comer está adaptada a la típica dieta Hunza.

Ya sabéis, pan de cebada, albaricoques secos, calabaza, pollo, estofado de vaca, manzanas, nabos, yogourt, té.

Pero bueno, yo siempre he deseado algo más que limitarme a seguir el régimen alimenticio de Hunza.

Mi auténtica ambición ha sido siempre visitar Hunza, aprender sus secretos y beneficiarme de su Fuente de la Juventud. Es más, no me importa revelaros un secreto.

Hace años que tengo preparado el pasaporte en mi despacho y lo renuevo cada vez que caduca por si se me presentara la ocasión de realizar el viaje. Pero el viaje siempre ha estado más allá de mis medios y mis limitaciones de tiempo.

Ahora, disponiendo de tiempo y dinero, espero poder hacer el viaje dentro de uno o dos años." "Podrías llevarme contigo -le ha dicho el Agente de Seguros-.

Me gustaría confeccionar unas tablas actuariales acerca de las posibilidades de conservar la virilidad más allá de los cien años." "Cuando organice el viaje, te lo comunicaré", le ha prometido el Perito Mercantil.

He observado entonces que el Mecánico me miraba con ojos legañosos.

"Estás muy serio para ser un chico que acaba de heredar una fortuna".

"Os estaba escuchando", he contestado.

"Formas parte del Club de Admiradores. Tienes que mostrarte activo. Todos hemos manifestado la forma en que pensamos gastarnos nuestro botín. ¿Cómo vas a gastarte el tuyo?"

En realidad, yo no había pensado todavía en cómo gastarme mi parte de aquellas ganancias mal adquiridas.

Había estado escuchando atentamente y llegando a distintas conclusiones como resultado de esta conversación centrada en qué-se-hace-cuando-el-sueño-seconvierte-en-realidad.

Había observado que esta fantasía de la riqueza había hecho palidecer primero y suplantado después la inicial fantasía de la satisfacción sexual. Ello a su vez me ha inducido a hacer ciertas reflexiones.

Me he preguntado si, una vez convertida en realidad, esta fantasía llegaría a resultar tan poco satisfactoria para los participantes como habían resultado las relaciones sexuales con el Objeto.

"Bueno, ¿cómo te lo vas a gastar?", ha repetido el Mecánico.