La nota me la están dictando. La escribo de puño y letra para que sepas que procede de mí.

Fui secuestrada el día 18 de junio. He estado prisionera desde entonces. Nadie se puso en contacto contigo al principio porque había que tomar ciertas decisiones.

Me encuentro bien. Seré puesta en libertad si tú te avienes exactamente a las condiciones que te expondré en esta nota de rescate.

Si no accedes a avenirte a estas condiciones o las alteras, ello significará mi muerte.

Si no te avienes a la entrega de la suma, la forma de pago y el secreto, seré asesinada.

Eso es indudable. Las condiciones para mi puesta en libertad son las siguientes: El rescate que se pide por mi vida asciende a un millón de dólares (1.000,000) en efectivo y en billetes de tamaño normal.

Los billetes deberán ser de 100, 50 y 20 dólares.

La suma total deberá contener 1.000 billetes de 100 dólares, 2.000 de 50 y 40.000 billetes de 20 dólares.

Sólo una mitad podrá constar de billetes nuevos. La otra mitad deberá estar integrada por billetes ya usados.

Sólo podrá haber hasta 8 billetes con número de serie consecutivo pero no más. Es necesario que ninguno de los billetes esté marcado visible o invisiblemente.

No seré puesta en libertad hasta que se hayan analizado químicamente los billetes. Ello retrasará en unas doce horas mi puesta en libertad. Si se descubriera un sólo billete marcado, ello significará para mí la muerte segura.

Los billetes deberán guardarse en dos maletas marrones de fácil acarreo.

La maleta más grande deberá medir menos de noventa centímetros de largo y menos de sesenta de alto.

La segunda maleta deberá ser más pequeña, pero lo suficientemente grande como para poder contener el resto del dinero.

Cuando hayas reunido la suma del rescate, publica un anuncio en la columna de "personales" de la sección clasificadora del diario “Los Angeles Times”. Deberá publicarse en la edición del miércoles por la mañana del día 2 de julio. El anuncio que indicará que ya has reunido el dinero y esperas las instrucciones acerca de dónde dejarlo deberá decir lo siguiente: "Querida Lucie.

Todo se ha solucionado.

Espero tu regreso.

Con afecto, papá".

Cuando se publique este anuncio, yo te escribiré una segunda nota más breve indicándote dónde y cuándo deberás dejar el dinero.

Procura estar libre los días jueves, 3 de julio, y viernes, 4 de julio, para efectuar la entrega en alguno de estos días. Cuando efectúes la entrega no deberá acompañarte ni seguirte nadie.

Félix, te suplico que no comuniques a nadie el contenido de esta nota ni el de la siguiente Si se enteraran las autoridades, ello se sabría aquí y significaría mi ejecución inmediata. Mi vida está enteramente en tus manos. No me falles.

Siempre tuya, Sharon L. Fields.

Félix Zigman notó que se le ponía piel de gallina en los brazos y que un estremecimiento helado le recorría la columna vertebral.

Se quedó aturdido y petrificado a causa del contenido de la nota de rescate y del amenazador tono de la misma. Volvió a leer la carta y buscó las frases peligrosas: “si no te avienes a la suma, la forma de pago… seré asesinada… un sólo billete marcado, ello significará para mí la muerte segura… Si se enteran las autoridades… significaría mi ejecución inmediata”.

Y con frases que no dejaban lugar a ninguna duda, Sharon le cargaba con toda la responsabilidad de su supervivencia.

“Si no accedes a avenirte a las condiciones o las alteras, ello significará mi muerte.

Mi vida está enteramente en tus manos. No me falles”.

Zigman se reclinó abrumado contra el respaldo del sillón giratorio y se cubrió los ojos con las manos.

– Dios mío -murmuró en voz alta. Había perdido el aplomo y la seguridad, cosa que jamás le había ocurrido.

Su “raison d’tre”, su valor ante los simples mortales que solían ser víctimas de las emociones, su mismo éxito se basaba en su imperturbabilidad y en su capacidad de pensar con claridad por grave que fuera una situación.

Pero jamás en su vida se había visto en el centro de una situación parecida, una situación en la que tenía que cargar él solo con la responsabilidad de la supervivencia o aniquilamiento de otro ser humano, especialmente de un ser humano más querido para él que ningún otro que conociera.

El delito que acababa de revelársele era tan inesperado y sobrecogedor, la situación en que se encontraba la víctima era tan aterradora que tardó mucho rato en reaccionar.

Su primer pensamiento racional le indujo a no creerlo. La incredulidad era la reacción que mejor sabía manejar.

Considerar que la nota del rescate no era más que una broma, una burla e incluso un timo resultaba muy fácil y consolador y le quitaba de encima todo el peso de la responsabilidad.

Claro, ésa debía ser la explicación, intentó decirse a sí mismo, ésa debía ser. Alguien se había enterado de la desaparición de Sharon. Tal vez los criados de la casa, los O’Donnell, lo hubieran comentado con algún conocido poco discreto y este sinvergüenza se había apresurado a urdir un cruel timo en la esperanza de hacerse con la fortuna que en la nota se exigía.

Claro, ése debía ser el motivo de la carta. La gente normal jamás se atrevería a secuestrar a alguien tan famoso como Sharon Fields, de la misma manera que a nadie se le ocurriría secuestrar a la reina de Inglaterra o al presidente de los Estados Unidos.

Zigman llevaba viviendo tanto tiempo en el ambiente cinematográfico y entre personas de este ambiente, llevaba tanto tiempo desenvolviéndose en un mundo falso e imaginario que un horror como aquél lo archivaba automáticamente en los sótanos de los estudios junto con las cintas de episodios de mentirijillas. Aquello era una fantasía más.

Examinando con más detenimiento la nota de rescate, observó que la caligrafía del autor de la misma, siendo a primera vista muy parecida a la de Sharon Fields, no era en realidad más que una miserable imitación de la auténtica. Cesó el aturdimiento de su cerebro.

Estaba empezando a pensar de nuevo con claridad.

Si la carta era una patraña, no había que hacerle caso. No tenía por qué prestarle atención. Recuperaría la cordura, la responsabilidad en relación con la vida de otra persona ya no sería suya y el día computado podría seguir su curso.

Zigman se irguió en su asiento. Seguía correspondiéndole cierta parte de responsabilidad. Era necesario que aquella nota falsa de rescate se estudiara exactamente igual que si se tratara de un asunto de negocios cualquiera.

Había que cerciorarse. Había que ver si la propiedad correspondía a su descripción.

Había que establecer si era susceptible de proporcionar los beneficios anunciados.

Muy bien, lo comprobaría todo de una forma rutinaria, le echaría un rápido vistazo para experimentar la satisfacción del deber cumplido antes de quitarse de la cabeza aquella estupidez.

Se inclinó hacia adelante, pulsó el botón y llamó a su secretaria.

– ¿Sí, señor Zigman? -le dijo la voz de ésta.

– Juanita, tráigame el archivo de la correspondencia de Sharon Fields del último año. Tráigamelo inmediatamente.

– Sí, señor.

Tamborileó con los dedos sobre el escritorio mientras esperaba impacientemente el archivo. ¿Qué demonios estaría haciendo esta muchacha? Le parecía que había transcurrido una hora.

Miró el reloj del escritorio.

Sólo había transcurrido un minuto.

Con una carpeta de papel manila, Juanita estaba acercándose a él pisando la mullida alfombra. El extendió la mano y casi le arrebató la carpeta de un tirón. Pero no se disculpó.

– Gracias -murmuró en voz baja.

Depositó inmediatamente la carpeta sobre el escritorio y la abrió. En el momento en que se disponía a revisar su contenido, se percató de que Juanita todavía se encontraba de pie junto al escritorio.

Levantó los ojos y vio que le estaba mirando con aire preocupado.