En dicho anuncio podía leerse lo siguiente: "Querida Lucie.

Todo está solucionado.

Espero tu regreso.

Con afecto, papá".

Eso era exactamente lo que le habíamos dictado al Objeto, las palabras que ella había incluido en su nota al Representante de tal forma que éste pudiera darnos a entender que había recibido el mensaje, se interesaba por nuestra oferta de negocios y estaba dispuesto a realizar la inversión.

Yo temía que el Representante no considerara auténtica la nota de rescate.

Al parecer, la caligrafía y el empleo del nombre "Lucie" su segundo nombre, que sólo utiliza en su correspondencia con los amigos íntimos-ha inducido al Representante a tomarse en serio la nota y a contestar en la sección de anuncios clasificados.

Tras leer el anuncio, el Mecánico ha pegado un salto casi hasta el techo.

Abrazó al Agente de Seguros y le ha dado unas palmadas en la espalda gritando: "¿Lo ves? ¿Lo ves? ¡Ya te dije que lo conseguiríamos! ¡Mi idea ha dado resultado! ¡Un millón, eso es lo que tenemos!" El más pausado de nosotros, es decir, el Perito Mercantil, ha procurado calmarle diciendo: "Todavía no lo tenemos en nuestro poder, por consiguiente, todavía no podemos celebrarlo".

Pero el Mecánico ha hecho caso omiso de sus recelos y ha dicho canturreando: "¡Está en el banco! ¡Es nuestro, es nuestro!" Su entusiasmo resultaba tan contagioso que, al final, el Perito Mercantil se ha dejado convencer y ha accedido a participar en la alegría general.

Aunque yo había censurado desde el principio aquella transacción, no deseaba ser un aguafiestas.

He sonreído y les he felicitado.

El Agente de Seguros ya estaba trayendo whisky, hielo y vasos e insistía en que brindáramos por el día más memorable de nuestras vacaciones.

Yo he aceptado un trago y he participado hipócritamente del brindis por el día más memorable a pesar de constarme en mi fuero interno que no se trataba del día más memorable.

Mi mejor día fue aquel en que gané todo el amor del Objeto, y alcancé la dicha de unirme a ella.

Sabía que la satisfacción que nace del amor jamás podría ser comparable al burdo placer que procede de las ganancias materiales.

Mientras nos trasladábamos con nuestras bebidas al salón, he tenido ocasión de comprobar que el hecho de alcanzar el éxito con la mujer más deseable de la tierra jamás puede compararse con el éxito de la riqueza repentina.

Está muy claro que para los hombres el máximo pináculo, la perfecta consecución del orgasmo, no se alcanza a través de la sexualidad sino del dinero.

No sé si Wilhelm Reich debió darse cuenta alguna vez de esta circunstancia.

Como es lógico, aunque llegue a esta conclusión, yo no la suscribo puesto que formo parte de una minoría y soy un anticonformista.

He conservado el trago y me he abstenido de beber, observando en cambio cómo los demás se iban llenando una y otra vez los vasos.

A continuación se ha iniciado una conversación en la que al principio no quería participar si bien después me he visto obligado a hacerlo.

Repantigado en el sofá, el Mecánico no cabía en sí de gozo y satisfacción.

"Un cuarto de millón para cada uno -se repetía una y otra vez como si no consiguiera creérselo, y ha sido la única vez en que le he oído hablar en tono auténticamente amable-.

Imaginaos, imaginaos lo que habrán cambiado nuestras vidas para el sábado. Basta de preocupaciones. Basta de luchas.

Seremos unos ricachos y bastará que chasquemos los dedos para conseguir lo que se nos antoje, igual que Onassis y Getty".

"Yo aún no me lo creo -ha dicho alegremente el Agente de Seguros-, no sé qué haré primero".

"Podremos permitirnos hacer lo que más nos agrade -ha dicho el Perito Mercantil, pero después ha añadido un prudente consejo muy propio de su carácter-.

Claro que sería conveniente invertir una buena cantidad en bonos municipales exentos de impuestos.

Ello evitaría que nos gastáramos todo el dinero atolondradamente y nos permitiría obtener unos ingresos regulares".

"Primero yo quiero tener las cosas que siempre he deseado", ha dicho el Mecánico.

"¿Cómo qué?", le ha preguntado el Agente de Seguros.

Observando la expresión del rostro del Mecánico, se me ha ocurrido pensar momentáneamente en un pobre huérfano que hubiera sido adoptado de repente por una acaudalada familia y estuviera pasando sus primeras Navidades con ésta y acabara de abrir las docenas de paquetes amontonados bajo el árbol de Navidad alegremente adornado.

"¿Qué es lo que quisiera hacer con la pasta? -El Mecánico ha empezado a reflexionar, cosa insólita en él puesto que no parece una persona acostumbrada a utilizar demasiado la imaginación.

Cada persona dispone seguramente de un armario cerebral en el que guarda y conserva los posibles sueños que con frecuencia se avergüenza de manifestar.

Y el Mecánico ha revelado los sueños que ahora, con esta repentina ganancia, podrían convertirse en realidad-.

Pero una cosa es segura -ha dicho-, pienso pasarme mucho tiempo sin trabajar y, si vuelvo a trabajar, lo haré por mi cuenta.

Creo que lo primero que voy a hacer será buscarme un nuevo apartamento. Tal vez me compre un elegante apartamento de soltero, el más grande que haya, o tal vez una casa en la playa de Marina del Rey, donde hay tanto ambiente, o tal vez en alguna zona de Malibú".

"Una casa en la playa será muy cara", le ha recordado el Perito Mercantil.

"Estás hablando con un ricacho -le ha contestado el Mecánico esbozando una ancha sonrisa-.

Sí, un sitio todo para mí en la playa, y todas las noches organizaré fiestas en honor de esas chicas en bikini que se exhiben por la playa.

Y después me compraré un coche deportivo extranjero de carrocería especial, tal vez un Ferrari o un Lamborghini rojo, y me iré a pasear por ahí como uno de esos "playboys" de Africa del Sur.

Y después, vamos a ver, creo que me gustará hacer alguna inversión, tal como sugiere nuestro Perito Mercantil.

Tal vez compre un auténtico coche de carreras -uno de esos Porsches de doce cilindros blanco y verde-con el que pueda participar en algunas de esas carreras que organizan por el país y ganar algunos premios y trofeos.

Bueno, eso para empezar. Hay muchas otras cosas que también quiero. -Ha señalado con el vaso lleno hacia el Agente de Seguros y ha derramado parte del contenido-. Y tú, ¿qué? ¿Qué vas a hacer con el botín?"

El Agente de Seguros, con el mofletudo rostro arrebolado a causa del alcohol y la satisfacción, ha empezado a reflexionar seriamente.

"Pues mira, puedes creerme, me he preguntado a menudo lo que haría si heredara de repente una elevada suma de dinero. Por consiguiente, ya estoy bastante hecho a la idea.

Ante todo, tal como tú has dicho, me gustaría dejar el trabajo inmediatamente.

Ser vendedor tiene sus ventajas pero en el fondo es una forma humillante de ganarse la vida un día sí y otro también.

Siempre luchando, sonriendo, procurando resultar simpático, embaucar a la gente, y la mayoría de las veces para que te miren por encima del hombro y te insulten. Ya estoy harto de eso".

"Pero, en concreto, ¿qué quieres hacer?", le ha preguntado el Perito Mercantil.

"Bueno, me gustaría hacer un depósito para Nancy y Tim, mis hijos, para asegurarles el futuro.

Después me gustaría trasladarme a vivir a Beverly Hills, comprarme una de esas preciosas casas de dos pisos de estilo español que hay por Rodeo o Linden, una casa con piscina en la parte de atrás.

Y dejaría la decoración y la elección del mobiliario en manos de mi mujer, ella siempre ha deseado tener la oportunidad de poder hacerlo.

Como es natural, me haré socio de algún elegante club de golf y me pasaré mucho tiempo jugando dieciocho hoyos al día y alternando con la mejor sociedad.

Y haré buenas inversiones en el mercado bursátil.