"No lo sé -he contestado con toda sinceridad-. Tal vez consiga dejar el empleo a horas, que siempre me ha impedido disponer de tiempo para escribir.

Supongo que ahora podré escribir a pleno rendimiento.

Tal vez me aleje algún tiempo de Los Angeles y me vaya a vivir a la “Rive Gauche” de París por la experiencia personal que ello significará y por el estímulo creador que me proporcionará".

"Y por las francesas", ha añadido el Mecánico con su acostumbrada vulgaridad.

Yo no le he hecho el menor caso.

"Me gustaría viajar un poco, ver mundo, ver cómo viven otras personas.

Creo que un autor necesita un “Wanderjahr”. Tal vez me detenga en Mallorca, en Venecia y Florencia, en Samarcanda y posiblemente en Atenas y Estambul. No sé.

Aparte de eso, no he pensado demasiado en el dinero ni en la forma de gastarlo".

"Podrías convertirte en productor cinematográfico -ha dicho el Agente de Seguros-, contratar a tus propias actrices y hacer tus propias películas".

"No -he contestado-, no me interesa esta faceta de las películas.

Me gusta ir al cine, disfrutar de las películas y leer comentarios acerca de las mismas. Tal como ya os he dicho, no hay demasiadas cosas que me interese comprar.

A decir verdad, estoy totalmente satisfecho de lo que ahora tenemos. Es lo que siempre he querido".

El Mecánico se ha preparado chapuceramente otro trago.

"Ya cambiarás de idea. Todavía no estás acostumbrado. Espera a tocar con la mano tu parte del botín".

"¿Y qué hacemos con éste? -ha preguntado el Agente de Seguros-. Me refiero al botín. ¿Os parece que dejemos de beber y empecemos a preparar la nota final de rescate? Tenemos que organizar las medidas necesarias con vistas al cobro del dinero".

"Vamos, no te preocupes. -le ha dicho el Mecánico-. Ya está en tu poder. Lo demás vendrá por sus pasos contados.

Divirtámonos un poco. Una ocasión así no se produce todos los días. Disfrutemos de ella y después terminaremos lo que tengamos que hacer".

En ese momento, sin que los demás se dieran cuenta, me he alejado de su presencia.

He salido fuera para buscar un poco de soledad y reflexionar acerca de mi situación.

Acaba de ocurrírseme pensar que hemos estado tan ocupados celebrando nuestra suerte que nadie ha tenido la delicadeza de informar acerca de lo que ha sucedido a la persona a la que debemos nuestra futura riqueza.

Estará deseando saber si se ha cerrado el trato y si pronto podrá regresar a su público.

Voy a cerrar el cuaderno de notas y a comunicarle la noticia.

Los demás estaban demasiado sumidos en su borrachera para poder percatarse del regreso de Adam Malone al refugio.

Evitando cualquier contacto con ellos, Malone recorrió rápidamente el pasillo y entró sigilosamente en el dormitorio de Sharon Fields.

La encontró vestida con un jersey color púrpura y una falda marrón, sentada con las piernas cruzadas sobre la tumbona y leyendo.

Al verla, recordó que, desde que se había redactado y echado al correo la primera nota de rescate del sábado, es decir, desde hacía cuatro días, ninguno de los demás había experimentado el deseo de seguir manteniendo relaciones sexuales con ella.

Prueba fehaciente de que el dinero constituía el máximo orgasmo.

El, en cambio, había sido más constante, La había visitado todas las noches, si bien sólo se había acostado con ella dos noches.

Se habían hecho el amor el sábado por la noche.

Ella había empezado a experimentar molestias menstruales el domingo y éstas se habían prolongado a lo largo de todo el lunes y el martes.

Anoche había estado en condiciones de recibirle de nuevo y la unión entre ambos había constituido una inmensa dicha. Al verle entrar, Sharon puso rápidamente una señal en el libro y lo dejó.

Malone se alegró de comprobar que había estado leyendo uno de los volúmenes que él le había traído: la colección de bolsillo de las obras de Moliére.

Se sentó frente a ella y observó que se estaba esforzando por disimular su inquietud.

– Hola, cariño -le dijo dirigiéndole una fugaz sonrisa y sumiéndose de nuevo en su estado de ansiedad-. Me alegro de que hayas venido. He estado oyendo un barullo terrible. ¿Qué es lo que ocurre?

– He pensado que debemos informarte de ello. Tu representante, el señor Zigman, ha recibido la nota. Siguiendo las instrucciones ha insertado el anuncio en el “Los Angeles Times” de esta mañana.

Al parecer, lo tiene todo arreglado. El dinero está listo. Como es natural, mis amigos se han alegrado mucho. ¿Qué te parece?

Ya se había percatado de su suspiro de alivio. Sin embargo, pareció como si la noticia no la hubiera alegrado.

– No sé qué decir. En cierto sentido, lamentaré alejarme de ti. Lo lamentaré de veras, cariño. Pero, desde un punto de vista más práctico, me alegro de que todo se haya solucionado satisfactoriamente.

No me censuras, ¿verdad? La alternativa que se planteaba en la nota no es que fuera muy halagüeña que digamos. Si la nota de rescate no hubiera dado resultado, yo habría muerto.

– ¿Muerto? -repitió él-. Totalmente imposible. Eso jamás hubiera ocurrido. No era más que una simple amenaza para asegurarnos el pago del rescate.

– Pues, yo no estoy tan convencida como tú.

En cualquier caso, habida cuenta de la amenaza que pesaba sobre mi cabeza, es indudable que me alegro de mi próxima puesta en libertad. -Se detuvo y añadió-: ¿Cuándo recogeréis el dinero? ¿Será mañana o bien el viernes?

– Será pasado mañana con toda seguridad. El viernes, 4 de julio.

Nos hacía falta otro día para poder enviar la segunda carta con las instrucciones al objeto de que el señor Zigman sepa dónde tendrá que dejar el dinero.

– ¿Cuándo, se la vais a enviar? -preguntó ella preocupada-. No olvides que el cuatro de julio es fiesta. No pasa el cartero.

– El señor Zigman la recibirá. Se la enviaremos por correo urgente desde una estafeta de correos cercana a su despacho. Lo arreglaremos esta tarde.

Es probable que te la dicte el más alto. Será muy breve. Después yo la echaré al correo esta noche o mañana por la mañana lo más tarde.

Le dijimos al señor Zigman que estuviera en su despacho mañana y el viernes. Por lo tanto, estoy seguro de que allí estará. Y la recibirá a tiempo.

– ¿Y entonces me soltaréis?

– En cuanto regresemos aquí con el dinero.

– ¿Tardaréis mucho tiempo en efectuar los análisis químicos?

– No habrá análisis químicos. Lo hemos dicho para asegurarnos de que no marque los billetes. Ahora nadie se atreverá a marcarlos.

Cuando tengamos el dinero en nuestro poder, supongo que nos lo repartiremos. Y entonces ya habremos terminado. Te cubriremos los ojos con una venda y te conduciremos a algún lugar de Los Angeles en el que podamos dejarte sin peligro.

Te aflojaremos las cuerdas de las muñecas para que, una vez nos hayamos ido, puedas librarte de ellas, quitarte la venda de los ojos y dirigirte a la casa o gasolinera más próxima para llamar al señor Zigman y decirle que pase a recogerte. Será muy fácil.

Cuando tengamos el dinero en nuestro poder, serás puesta en libertad.

Sharon guardó silencio por espacio de unos segundos. Mantenía la boca y la barbilla rígidas.

– ¿Cómo sabes que van a soltarme? -le preguntó mirándole directamente a los ojos.

– Porque es el trato, Sharon -repuso él sorprendido ante su preocupación-. ¿Por qué no iban a soltarte?

– Tú es posible que lo hicieras -dijo ella muy seria-. Dos de los demás quizá también. Pero el cuarto de ellos… me refiero al más alto de ése no me fío.

– Pero, te fías de tres de nosotros, ¿no es cierto? Somos mayoría. No tendrá más remedio que aceptarlo.

– Ya ha roto otras dos veces su palabra haciendo caso omiso del acuerdo a que habíais llegado y de las promesas que me habíais hecho -dijo ella sin mostrarse muy convencida-.

Te prometió que no me violaría pero entró aquí y me violó. Prometió que no intentaría cobrar ningún rescate pero ha seguido adelante y ha convertido esta situación en un secuestro a cambio de un rescate.