Después se había mostrado deseoso de hablar y, al exponerle sus ideas, Sharon intuyó por primera vez el éxito alcanzado.

– Estamos pensando en soltarte -le dijo él.

Ella procuró disimular su gratitud.

– Pero no a cambio de nada -añadió él-. Estamos pensando en la posibilidad de pedir un rescate a cambio.

Al fin y al cabo, nos merecemos algo a cambio del alojamiento y manutención que te hemos ofrecido.

El muy hijo de puta.

– Pero, como es natural, esperamos que nos prestes tu colaboración -dijo.

– ¿Cómo?

– Si lo hacemos, tendremos que demostrarle a tu gente que te tenemos en nuestro poder. Te dictaremos una nota de rescate que escribirás tú misma. El instinto le dijo que tenía que seguir simulando que ya no le apetecía la libertad, que estaba disfrutando de aquellas vacaciones y que la idea de cambalachearla a cambio de dinero le resultaba ofensiva.

– ¿Y si me niego a escribir la nota de rescate?-le preguntó burlonamente.

Shively decidió seguir interpretando su papel.

– Cariño -le dijo-, te lo diré muy claro. Si no podemos enviar una carta escrita de tu puño y letra, no tendremos más remedio que enviar tu mano. ¿Supongo que eso no te gustaría, verdad?

– No.

Santo cielo, era espantoso, el mismísimo Calígula en persona.

– Muy bien, hermana, ya te comunicaré lo que hayamos decidido.

Se tomó la píldora para dormir en la creencia de que no podría conocer su decisión hasta el día siguiente, pero estaba demasiado alborozada ante aquella posibilidad de éxito y no conseguía conciliar el sueño.

Después, mucho más tarde, cuando ya estaba a punto de sumirse en la inconsciencia, hacía algo menos de media hora, se había abierto la puerta y ella se había sobresaltado e incorporado en la cama comprobando entonces que dos de ellos habían entrado en la habitación.

Uno de ellos había encendido una lámpara -era Yost-y a su espalda Sharon había visto de nuevo a Shively.

– Ya lo hemos decidido -le dijo Shively acercando una silla para Yost y otra para sí mismo-.

Hemos pensado que te gustaría saberlo en seguida.

– ¿Estás bien despierta? -le preguntó Yost.

– Bastante -repuso ella y esperó conteniendo el aliento.

Yost había decidido encargarse de las explicaciones.

– Te lo diré muy resumido. Mañana cuando estés más despierta te facilitaremos todos los detalles. Mañana te dictaremos una breve nota de rescate. Queremos que la escribas de tu puño y letra. ¿A qué personas deberá enviarse? ¿A Félix Zigman?

– Sí.

– ¿Reconocerá tu caligrafía?

– Inmediatamente.

– Le contarás lo que te ha ocurrido. No demasiado, simplemente que has sido secuestrada y que se te mantiene prisionera a la espera de un rescate.

Que estás bien y que serás puesta en libertad una vez se haya efectuado el pago. Le dirás que lo haga todo en forma confidencial. Que si lo notifica a la policía o al FBI, jamás volverá a verte viva.

Si hace alguna tontería con el dinero del rescate, billetes marcados o cosas de ese tipo, los descubriremos inmediatamente y ello será tu sentencia de muerte.

Nuestras instrucciones acerca de los billetes serán muy explícitas. Le dirás a Zigman que publique un anuncio en la sección clasificada del “Los Angeles Times” cuando tenga preparado el dinero. Cuando se publique el anuncio, le enviarás una segunda nota escrita de tu puño y letra y nosotros se la enviaremos por correo urgente.

En esta nota le indicarás exactamente cómo y dónde depositar el dinero.

Una vez lo tengamos en nuestro poder, nos hayamos cerciorado de que no hemos sido seguidos y hayamos comprobado que los billetes están bien, serás puesta en libertad inmediatamente en algún lugar de las afueras de Los Angeles. Podrás entonces dirigirte a un teléfono y te facilitaremos las monedas necesarias para que puedas llamar a Zigman. ¿Lo has entendido?

– Sí -repuso ella vacilante y después preguntó-: ¿Cuándo ocurrirá eso?

– ¿Qué?

– Me refiero a cuándo esperáis cobrar el rescate y dejarme en libertad.

– Si todo sale bien, de acuerdo con el programa, y no ocurre ningún contratiempo, podrás regresar a tu casa el viernes cuatro de julio. Es decir, dentro de siete días.

– Gracias.

Ambos se levantaron.

– Muy bien, ya estás al corriente de la situación -le dijo Yost-. Ahora descansa un poco.bLa primera nota la enviaremos mañana. Buenas noches.

– Buenas noches.

Se dirigieron hacia la puerta y ya la habían abierto para cuando Shively se volvió y la miró esbozando su helada sonrisa de siempre.

– Oye, ¿no te interesa saber lo que pensamos que vales?

– No me atrevía a preguntarlo.

– No temas. Es algo que te enorgullecerá. Te dará una idea de lo que pensamos de ti ¿Quieres saberlo?

– Claro.

– Un millón de dólares -le dijo él. Tras lo cual la saludó con la mano y se cerró la puerta.

Tendida ahora en la oscuridad y pensando en todo ello, el millón de dólares dejó de revestir importancia. Su caudal neto no se acercaba ni con mucho a la cantidad que le había comunicado a Shively cuando decidió jugar al juego de la tentación pero era suficiente, tenía más que suficiente y tal vez, si las cosas rodaban tal como ella esperaba, pudiera recuperarlo.

Si las cosas no rodaban tal como ella esperaba, no le haría falta más dinero que el necesario para pagar los gastos de entierro.

En cuanto a la entrega del dinero, estaba segura de que ésta no constituiría ningún problema. Conociendo a Félix Zigman como le conocía, sabía que éste obedecería las instrucciones de las notas de rescate.

Era frío e impasible, si bien, bajo su helada capa exterior, Sharon sabía que estaría muerto de miedo pensando en su seguridad. Reuniría el dinero y haría exactamente lo que se le ordenara.

Y dejaría la suma del rescate en el lugar que se le indicara. Pensando exclusivamente en su seguridad, no se atrevería a presentar ninguna denuncia ante las autoridades.

Lo haría todo solo y tal vez confiara únicamente en Nellie Wright o quizás utilizara a la policía de una forma muy discreta y entre bastidores. Sí, podía confiar en aquellos que obraban en su nombre.

Quedaba, sin embargo, una pregunta cuya respuesta sólo podría conocer al final: ¿Podría confiar en que sus secuestradores cumplieran su palabra? Eran unos animales sin principios, muy cierto, pero pertenecían a distintas razas.

Comprendía intuitivamente que Yost, Brunner y el Soñador se mostrarían dispuestos a cumplir con la palabra dada. Si su destino dependiera exclusivamente de ellos, estaba segura de que podría regresar sana y salva a Bel Air, terriblemente asustada pero viva e incólume, dentro de una semana.

Pero sabía que su destino no lo controlaban éstos sino que dependía por entero del capricho y la voluntad de Kyle T. Scoggins.

En estos momentos estaba pensando en el cabo Scoggins y no en Shively.

En el cabo Scoggins de pie junto a aquella zanja vaciando su mortífera ametralladora en los cuerpos de aquellos pobres, indefensos y aterrados niños morenos.

En Scoggins que le había dicho a alguien que nunca debe dejarse vivo a nadie que pueda más tarde señalarte con el dedo.

Cuando dispusiera de su parte del dinero, ¿cómo calibraría Shively las posibilidades de que ella pudiera señalarle con el dedo? Su brillante esperanza empezó a nublarse.

Estaba medio dormida pero pudo comprender con terrible claridad que no se atrevería a dejar su posibilidad de supervivencia en manos de Shively.

Su única garantía de sobrevivir a aquel terrible episodio sería hallar el medio de desplazar la responsabilidad de su seguridad desde el Club de los Admiradores a Félix Zigman, al Departamento de Policía y al FBI.

No debía confiar en que el Club de los Admiradores la devolviera sana y salva junto a las personas que la apreciaban. Tendría que hallar el medio de atraer a éstas hacia donde ella se encontrara.