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– ¿Es usted Amanda Sobek? -preguntó Bosch.

– Claro que sí. ¿Qué ocurre? ¿Por qué están aquí?

Bosch señaló el sofá y las sillas que ocupaban el centro de la sala.

– ¿Por qué no nos sentamos, señora Sobek?

– Sólo dígame si ocurre algo malo.

El pánico en su rostro le pareció real a Bosch, que empezó a pensar que en algún sitio habían dado un giro equivocado.

– No ocurre nada malo -dijo-. No se trata de sus hijas. Sus hijas están bien.

– ¿Es Mark?

– No, señora Sobek. Que nosotros sepamos él también está bien. Sentémonos aquí.

La mujer finalmente cedió y caminó con rapidez hasta la silla que había a la derecha del sofá. Bosch rodeó una mesa baja de cristal y se sentó en el sofá. Rider ocupó una de las dos sillas restantes. Bosch se identificó a sí mismo y a Rider y mostró de nuevo su placa. Reparó en que el cristal de la mesa estaba inmaculado.

– Estamos llevando a cabo una investigación de la cual no puedo darle detalles. He de hacerle algunas preguntas acerca de su teléfono móvil.

– ¿Mi teléfono móvil? ¿Me ha dado un susto de muerte por mi teléfono móvil?

– De hecho es una investigación muy seria, señora Sobek. ¿Tiene aquí su teléfono móvil?

– Está en mi bolso. ¿Necesita verlo?

– No, todavía no. ¿Puede decirme cuándo lo usó ayer?

Sobek negó con la cabeza como si se tratara de una pregunta estúpida.

– No lo sé. Por la mañana llamé a Melody desde el gimnasio. No recuerdo cuándo más. Fui a la tienda y llamé a mis hijas para ver si estaban de camino a casa desde el colegio. No recuerdo nada más. Estuve en casa casi todo el día, salvo cuando salí al gimnasio. Cuando estoy en casa no uso el móvil. Uso el fijo.

Los recelos de Bosch se estaban multiplicando. En algún sitio habían hecho un movimiento en falso.

– ¿Alguien más podría haber usado el teléfono? -preguntó Rider.

– Mis hijas tienen el suyo. Y Melody también. No entiendo esto.

Bosch sacó del bolsillo de la chaqueta la página del registro de llamadas. Leyó en voz alta el número desde el que habían telefoneado a Tampa Towing.

– ¿Es éste su número?) -preguntó.

– No, es el de mi hija. Es el de Kaitlyn.

Bosch se inclinó hacia delante. Esto cambiaba todavía más las cosas.

– ¿De su hija? ¿Donde estuvo ayer?

– Ya se lo he dicho. Estuvo en la escuela. Y hasta después no usó el móvil porque no está permitido usarlo en la escuela.

– ¿A qué escuela va? -preguntó Rider.

– A Hillside Prep. está en Porter Ranch.

Bosch se echó hacia atrás y miró a Rider. Algo acababa de completar el círculo. No sabía a ciencia cierta de qué se trataba, pero era importante.

Amanda Sobek interpretó sus rostros.

– ¿De qué se trata? -preguntó- ¿Ocurre algo malo en la escuela?

– No que nosotros sepamos, señora -le respondió Bosch-. ¿A qué curso va su hija?

– A segundo.

– ¿Tiene a una profesora llamada Bailey Sable? -preguntó Rider.

Sobek asintió.

– La tiene de tutora y de lengua.

– ¿Existe alguna razón por la cual la señora Sable podría haberle pedido el teléfono a su hija ayer? -preguntó Rider.

Sobek se encogió de hombros.

– No se me ocurre ninguna. Han de comprender lo extraño que es todo esto. Todas estas preguntas. ¿Usaron su teléfono par aalgún tipo de amenaza? ¿Es una cuestión de terrorismo?

– No, señora -dijo Bosch-, pero es una cuestión grave. Vamos a tener que ir a la escuela ahora y hablar con su hija. Le agradeceríamos que nos acompañara y estuviera presente cuando hablemos con ella.

– ¿Necesita un abogado?

– No lo creo, señora. Bosch se levantó-. ¿Podemos irnos?

– ¿Puede venir Melody? Quiero que Melody me acompañe.

– ¿Sabe qué? Que Melody se reúna con nosotros allí. Así podrá llevarla de vuelta si hemos de ir a otro sitio después.

38

Nadie dijo nada en el coche en el camino a Hillside Prep. Bosch deseaba hablar con Rider, entender este último giro, pero no quería hacerlo delante de Amanda Sobek. Así que permanecieron en silencio hasta que su pasajera les preguntó si podía llamar a su marido y Bosch le dijo que no había problema. No pudo localizarlo y le dejó un mensaje en una voz casi histérica diciéndole que la llamara lo antes posible.

Cuando llegaron a la escuela era casi la hora de comer. Al recorrer el vestíbulo principal hasta secretaría podían oír la colisión casi desenfrenada de voces en la cafetería.

La señora Atkins estaba detrás del mostrador de la oficina. Pareció desconcertada al ver a Amando Sobek en compañía de los detectives. Bosch pidió ver al director.

– El señor Stoddard almuerza fuera del campus hoy -dijo la señora Atkins-. ¿Puedo ayudarles en algo?

– Sí, nos gustaría ver a Kaitlyn Sobek. La señora Sobek nos acompañará mientras hablemos con ella.

– ¿Ahora mismo?

– Sí, señora Atkins, ahora mismo. Le agradecería que usted u otro empleado fuera a buscarla. Sería mejor que los otros chicos no la vieran acompañada por la policía.

– Yo puedo ir a buscarla -se ofreció Amanda.

– No -dijo Bosch con rapidez-. Queremos verla al mismo tiempo que usted.

Era una manera educada de decirle que no quería que le preguntara a su hija por el teléfono móvil antes de que lo hiciera la policía.

– Iré a buscarla a la cafetería -dijo la señora Atkins-. Pueden usar la sala de reuniones del despacho del director para su… charla.

Rodeó el mostrador, evitando la mirada de Amanda Sobek, y se dirigió a la puerta que iba al vestíbulo principal.

– Gracias, señora Atkins -dijo Bosch.

La señora Atkins tardó casi cinco minutos en localizar a Kaitlyn Sobek y regresar con ella. Mientras estaban esperando, llegó Melody Lane, y Bosch le dijo a Amanda que su asistente tendría que esperar fuera de la sala. La adolescente acompañó a Bosch, Rider y su madre a una sala contigua al despacho del director que contenía una mesa redonda y seis sillas dispuestas en torno a ella.

Después de que todo el mundo se sentara, Bosch hizo una señal a Rider con la cabeza y ésta tomó la palabra. Bosch pensó que sería mejor que la entrevista de la chica la dirigiera una mujer, y Rider lo entendió sin discusión. Explicó a Kaitlyn que estaban investigando una llamada telefónica que se hizo desde su móvil a las 13.40 del día anterior. La chica la interrumpió inmediatamente.

– Eso es imposible -dijo.

– ¿Por qué? -preguntó Rider-. Teníamos una vigilancia electrónica en la línea que recibió la llamada. Y muestra que la llamada se recibió desde tu teléfono.

– Yo estuve en la escuela ayer. No nos dejan usar el móvil en horas de clase.

La chica parecía nerviosa. Bosch sabía que estaba mintiendo, pero no podía imaginar cuál era el motivo. Se preguntó si estaba mintiendo porque su madre estaba en la sala.

– ¿Dónde tienes el móvil ahora? -preguntó Rider.

– En la mochila, en mi taquilla. Y está apagado.

– ¿Es allí donde estaba ayer a las trece cuarenta?

– Ajá.

Ella apartó la mirada de Rider al mentir. Era fácil de interpretar y Bosch sabía que Rider también lo había captado.

– Kaitlyn, ésta es una investigación muy seria -dijo Rider en tono apaciguador-. Si nos estás mintiendo, podrías verte metida en un buen lío.

– ¡Kaitlyn, no mientas! -intervino Amanda Sobek con energía.

– Señora Sobek, mantengamos la calma -dijo Rider-. Kaitlyn, estos aparatos electrónicos de los que te estaba hablando no se equivocan. Tu teléfono móvil se usó para hacer la llamada. No hay duda de eso. Así que ¿es posible que alguien abriera tu taquilla y usara tu móvil ayer?

Ella se encogió de hombros.

– Supongo que todo es posible.

– Muy bien, ¿quién lo habría hecho?

– No lo sé. Ha sido usted la que lo ha dicho.

Bosch se aclaró la garganta, lo que llevó la mirada de la chica a la suya. Ella miró con dureza y dijo: