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Bosch llegó tarde a la reunión en el Pacific Dining Car por culpa del tráfico procedente del valle de San Fernando. Todo el mundo estaba en un comedor privdo de la parte de atrás del restaurante. La mayoría ya tenía platos de comida delante.

Su excitación debió de transparentarse. Pratt interrumpió un informe de Tim Marcia para mirar a Bosch y dijo:

– O has tenido suerte en el tiempo que has estado fuera o no te preocupa el marrón en el que estamos.

– He tenido suerte -dijo Bosch al ocupar la única silla vacía que quedaba-. Pero no de la forma en que usted quiere decirlo. Raj Patel acaba de sacar la huella de una palma y dos dedos de una tabla de madera que estaba debajo de la cama de Rebecca Verloren.

– Está bien -dijo dijo Pratt secamente-. ¿Y eso qué significa?

– Significa que en cuanto Raj compare las huellas en la base de datos podríamos tener a nuestro asesino.

– ¿Cómo es eso? -pregntó Rider.

Bosch no la había llamado y sintió de inmediato una vibración hostil por parte de su compañera.

– No quería despertarte -le dijo Bosch, y luego, dirigiéndose a los demás-: He estado revisando el informe original de dactiloscopia en el expediente del caso. Me di cuenta de que ellos fueron a buscar huellas al día siguiente de que se encontrara el cadáver de la chica. No volvieron después de que se elaborara la hipótesis de que el secuestrador había entrado en la casa ese mismo día cuando el garaje se quedó abierto y se había ocultado hasta que todo el mundo estuvo dormido.

– Entonces ¿por qué en la cama? -preguntí Pratt.

– Las fotos de la escena del crimen mostraban que el volante en la parte de los los pies de la cama había sido empujado hacia dentro. Como si alguien se hubiera metido debajo. Se les pasó porque no lo estaban buscando.

– Buen trabajo, Harry -dijo Pratt-. Si Raj encuentra un resultado, cambiamos de dirección y nos movemos hacia ello. Vale, volvamos a nuestros informes. Tu compañera te pondrá al corriente de lo que hemos visto hasta el momento.

Pratt se volvió entonces hacia Robinson y Nord en el otro extremo de la larga mesa y dijo:

– ¿Qué ha surgido con la llamada del camión grúa?

– No gran cosa que ayude -dijo Nord-. Como la llamada se hizo después de que cambiáramos nuestra monitorización a la línea de la propiedad de Burkhart, no teníamos audio grabándolo. Pero tenemos los registros y muestran que la llamada llegó directamente a Tampa Towing antes de que la rebotaran al servicio contestador de AAA, la Asociación Americana de Automóviles. La llamada se realizó desde un teléfono público situado en el exterior del Seven-Eleven de Tampa, junto a la entrada de la autovía. Probablemente hizo la llamada y después se metió en la autovía y esperó.

– ¿Huellas en el teléfono? -preguntó Pratt.

– Pedimos a Raj que echara un vistazo después de que terminara en la escena -dijo Robinson-. Habían limpiado el teléfono.

– Lo suponía -dijo Pratt-. ¿Hablasteis con AAA?

– Sí. Nada que ayude salvo que el que llamó era un hombre. -Se volvió a Bosch-. ¿Tienes algo que añadir que Rider no nos haya contado ya?

– Probablemente sólo más de lo mismo. Burkhart parece que está limpio la noche pasada y parece que también está limpio en Verloren. Ambas noches parecía estar bajo vigilancia del departamento.

Rider lo miró con ceño. Todavía tenía más información que ella no conocía. Bosch apartó la mirada.

– Genial, ¿dónde nos deja eso? -preguntó Pratt.

– Bueno, básicamente, nuestro plan del periódico nos estalló en las manos -dijo Rider-. Podría haber funcionado en términos de llevar a Mackey a querer hablar de Verloren, pero nunca tuvo la ocasión. Alguien más vio el artículo. -Ese alguien podría ser el asesino -dijo Pratt.

– Exactamente -dijo Rider-. La persona a la que Mackey ayudó o a la que le dio la pistola hace diecisiete años. Esa persona también vio el artículo y supo que la sangre de la pistola no era suya, y eso significaba que tenía que ser de Mackey. Sabía que Mackey era la conexión con él, así que Mackey tenía que morir.

– Entonces ¿cómo lo preparó? -preguntó Pratt.

– O bien era lo bastante listo para averiguar que el artículo era una trampa y estábamos vigilando a Mackey, o bien supuso que la mejor manera de llegar a Mackey es la forma en que lo hizo. Sacarlo de allí solo. Como he dicho, era listo. Eligió un tiempo y lugar en que Mackey estuviera solo y fuera vulnerable. En la rampa de entrada estás muy por encima de la autovía. Ni cón las luces de la grúa encendidas lo habría visto nadie allí.

– También era un buen sitio en caso de que estuvieran siguiendo a Mackey -añadió Nord-. El asesino sabía que un coche que lo estuviera vigilando habría tenido que seguir adelante y eso lo habría dejado a solas con Mackey.

– ¿No le estábamos dando demassiado crédito a este tipo? -preguntó Pratt-. ¿Cómo iba a saber que la poli iba detrás de Mackey? ¿Sólo por un artículo de diario? Vamos.

Ni Bosch ni Rider respondieron, y todos los demás digirieron en silencio la insinuación tácita de que' el asesino tuviera una conexión con el departamento o, más concretamente, con la investigación.

– De acuerdo, ¿qué más? -dijo Pratt-. Creo que podremos contenerlo otras veinticuatro horas. Después de eso estará en los periodicos y subirá a la sexta planta, y rodarán cabezas si no lo resolvemos antes. ¿Qué hacemos?

– Nos ocuparemos de los registros de llamadas -dijo Bosch, hablando en su nombre y en el de Rider-. Ése es el punto de partida.

Bosch había estado pensando en la nota a Mackey que había visto en el escritorio del garaje el día anterior. Una llamada de Visa para verificar el empleo. Como Rider había señalado cuando oyó por primera vez, Mackey no iba a dejar rastros como tarjetas de crédito. Era algo que no encajaba y que había que investigar.

– Tenemos los listados aquí -dijo Robinson-. La línea más ocupada era la del garaje. Todo tipo de llamadas de negocios.

– Vale, Harry, Kiz, ¿queréis los registros? -preguntó Pratt.

Rider miró a Harry y después a Pratt.

– Es lo que Harry quiere. Parece que hoy está en racha. Como para dar la razón a Rider, el teléfono de Bosch empezó a sonar. Harry miró la pantalla. Era Raj Patel.

– Ahora veremos qué tipo de racha -dijo al abrir el teléfono.

Patel explicó que tenía una noticia buena y una mala.

– La buena noticia es que todavía conservamos el faldón de las huellas recogidas en la casa. Las que recuperamos esta mañana no coinciden con niguna de ellas. Has encontrado a alguien nuevo. Harry podría ser tu asesino.

Lo que significaba era que las huellas dactilares de los miembros de la familia Verloren y otros cuyo acceso a la casa estaba justificado todavía se conservaban en el laboratorio dactilográfico de la División de Investigaciones Científicas y que ninguna de ellas coincidía con las huellas del índice y de la palma recogidas esa mañana de debajo de la cama de Rebecca Verloren. Por supuesto las huellas dactilares no podían fecharse, y era posible que las huellas descubiertas esa mañana hubieran sido dejadas por quien hubiera instalado la cama. Pero parecía poco probable. Las huellas se sacaron de la parte inferior de la tabla de madera. Quien la había dejado probablemente estaba debajo de la cama.

– ¿Y la mala noticia? -preguntó Bosch.

– Acabo de comprobarlas en la red de California. No hay coincidencias.

– ¿Y el FBI?

– Es el siguiente paso, pero no será tan rápido. Han de procesarlas. Las enviaré con aviso de urgencia, pero ya sabes lo que pasa.

– Sí, Raj. Tenme al corriente, y gracias por el esfuerzo.

Bosch cerró el teléfono. Se sentía un punto abatido y su rostro lo mostraba. Se dio cuenta de que los demás también sabían cómo había ido antes de que diera la noticia.