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– No hay resultados en la base de datos del Departamento de Justicia -dijo-. Probará con la base del FBI, pero tardará un poco.

– ¡Mierda! -dijo Renner.

– Hablando de Raj Patel -dijo Pratt-, su hermano ha programado la autopsia para hoy a las dos en punto. Quiero un equipo allí. ¿Quién quiere ocuparse?

Renner levantó débilmente la mano. Él y Robleta se encargarían. Era una misión fácil siempre y cuando a uno no le importara asistir a semejante espectáculo.

La reunión enseguida se levantó después de que Pratt asignara a Robinson y Nord para que se ocuparan de los interrogatorios de los compañeros de trabajo de Mackey en el garaje. Marcia y Jackson se ocuparían de reunir los informes en un expediente. Ellos todavía eran los investigadores oficiales del caso y coordinarían las operaciones desde la sala 503.

Pratt miró la factura, la dividió por nueve y pidió a cada uno de ellos que pusiera diez dólares. Eso significaba que Bosch tenía que poner un billete de diez a pesar de que ni siquiera se había tomado un café. No protestó. Era el precio por llegar tarde, y por ser el tipo que los había llevado por ese camino.

Cuando todos se levantaron, Bosch captó la mirada de Rider.

– ¿Has venido directamente o te ha traído alguien?

– Abel me ha traído.

– ¿Quieres que volvamos juntos?

– Claro.

En el exterior del restaurante, Rider le dio a Bosch un castigo de silencio mientras esperaban que el aparcacoches les trajera el Mercedes. Miró el gran novillo de plástico que formaba parte del letrero del restaurante. Debajo del brazo, Rider llevaba una carpeta que contenía los listados del registro de llamadas.

Finalmente llegó el coche y entraron. Antes de salir del aparcamiento, Bosch se volvió y la miró.

– Muy bien, dilo -dijo.

– ¿Decir qué?

– Lo que quieras decir para sentirte mejor.

– Deberías haberme llamado, Harry, eso es todo.

– Mira, Kiz, te llamé ayer y me pegaste la bronca. Sólo estaba trabajando de acuerdo con la experiencia reciente.

– Eso era diferente y lo sabes. Me llamaste ayer porque estabas excitado por algo. Hoy estabas siguiendo una pista. Debería haber estado contigo. Y no enterarme de lo que habías encontrado cuando has entrado aquí y se lo has dicho a todo el mundo. Ha sido vergonzoso, Harry. Te lo agradezco.

Bosch hizo un gesto de contrición.

– Tienes razón. Lo siento. Tendría que haberte llamado mientras venía hacia aquí. Me olvidé. Sabía que llegaba tarde y tenía las dos manos en el volante y sólo trataba de llegar aquí.

Ella no dijo nada, de manera que él intervino:

– ¿Podemos volver a ponernos a resolver el caso?

Rider se encogió de hombros y finalmente Bosch arrancó el coche. De camino al Parker Center, trató de ponerlo al día de todos los detalles que no había mencionado en la reunión del desayuno. Le contó la visita de McClellan a su casa y cómo eso le había conducido a descubrir las huellas de debajo de la cama.

Veinte minutos después estaban en su puesto de la sala 503. Bosch tenía una taza de café delante de él. Se sentaron uno delante del otro con los listados de los registros de llamadas extendidos entre ellos.

Bosch se estaba concentrando en los informes de las llamadas al garaje. El listado contaba con al menos un par de cientos de líneas -llamadas entrantes y salientes de dos teléfonos- entre las seis de la mañana, cuando empezó la vigilancia, y las cuatro de la tarde, cuando Mackey entró a trabajar y Renner y Robleto empezaron con la monitorización directaa de la línea.

Bosch repasó la lista. Nada parecía inmediatamente familiar. Muchas de las llamadas de entrada y salida eran a empresas con alguna conexión automovilística claramente aparente en el nombre. Muchas otras llegaron de la central de AAA y eran probablemente llamadas del servicio de grúas.

Había asimismo varias llamadas prcedentes de teléfonos particulares. Bosch examinó cuidadosamente esos nombres pero no vio ninguno que le llamara la atención. No había nadie cuyo nombre hubiera surgido en el caso.

Había cuatro entradas en la lista que eran atribuidas a Visa, todas al mismo número. Bosch cogió el teléfono y llamó. No sonó. Sólo oyó el fuerte chirrido de una conexión informática. Era tan alto que incluso Rider lo oyó.

– ¿Qué es eso?

Bosch colgó.

– Estoy tratando de localizar la nota que vi en la estación de servicio acerca de una llamada de Visa para confirmar el empleo de Mackey. ¿Recuerdas que dijiste que no encajaba?

– Lo olvidé. ¿Era ese número?

– No lo sé. Hay cuatro entradas de Visa, pero… Espera un momento.

Se dio cuenta que las llamadas de Visa eran todas llamadas salientes.

– No importa, eran salientes. Debe de ser el número al que llama la máquina cuando pagas con tarjeta de crédito. No es eso. No hay ninguna llamada de entrada de Visa.

Bosch volvió a coger el teléfono y llamó al móvil de Nord.

– ¿Todavía estás en el garaje?

Ella rió.

– Apenas hemos salido de Hollywood. Llegaremos en media hora.

– Pregúntales por un mensaje telefónico que alguien le dejó ayer a Mackey. Algo referido a una llamada de Visa para confirmar el empleo de una solicitud de crédito. Pregúntales si recuerdan la llamada, y más importante, a que ahora se recibió. Trata de conseguir la hora exacta si puedes. Pregunta esto lo primero y llámame.

– Sí, señor. ¿Quiere el señor que también le recojamos la ropa de la lavandería?

Bosch se dio cuenta de que iba a ser una mala mañana en sus relaciones personales.

– Lo siento -dijo-. Estamos bajo la espada de Damocles.

– Todos, ¿no? Te llamaré en cuanto veamos al tipo.

Nord colgó. Bosch dejó el teléfono y miró a Rider. Ella estaba mirando la foto del primer curso de Rebecca Verloren en el anuario que se habían llevado de la escuela.

– ¿En qué estás pensando? -preguntó ella sin levantar la mirada.

– Este asunto de la Visa me preocupa.

– Ya lo sé. ¿Qué estás pensando?

– Bueno, pongamos que eres el asesino y la pistola con la que la mataste te la dio Mackey.

– ¿Estás renunciando completamente a Burkhart? Ayer te gustaba sin duda.

– Digamos que los hechos me han persuadido. Al menos por ahora.

– Vale, adelante.

– Muy bien, eres el asesino y conseguiste la pistola de Mackey. Él es la única persona del mundo que realmente puede acusarte. Pero han pasado diecisiete años y no ha ocurrido nada y te sientes seguro e incluso le has perdido la pista a Mackey.

– Vale.

– Y ayer coges el periódico y ves la foto de Rebecca y lees el artículo que dice que tienen ADN. Sabes que no es tu sangre, así que o bien es un gran farol de los polis o ha de ser la sangre de Mackey. Ya sabes lo que tienes que hacer.

– Mackey ha de desaparecer.

– Exactamente. Los polis se están acercando. Ha de morir. ¿Y cómo lo encuentras? Bueno, Mackey ha pasado la vida entera, cuando no está en la cárcel, conduciendo un camión grúa. Si sabes eso, haces exactamente lo que hicimos nosotros. Coges las páginas amarillas y empiezas a llamar a compañías de grúas.

Rider se levantó y fue a los archivadores que ocupaban la pared posterior. Los listines telefónicos· estaban apilados desordenadamente en la parte de arriba. Tuvo que ponerse de puntillas para coger las páginas amarillas del valle de San Fernando. Volvió y abrió el libro por las páginas que anunciaban los servicios de grúas. Pasó el dedo por una lista hasta que llegó a Tampa Towing, donde había trabajado Mackey. Volvió al anterior, una empresa llamada Tall Order Towing Services. Cogió el teléfono y marcó el número.

Bosch sólo oyó el lado de conversación de Rider.

– Sí, ¿con quién estoy hablando?

Rider esperó un momento.

– Soy la detective Kizmin Rider, del Departamento de Policía de Los Ángeles. Estoy investigando un caso de fraude, y me gustaría haeerle una pregunta.