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Rider asintió con la cabeza al recibir aparentemente una respuesta afirmativa.

– El sospechoso que estoy documentando tiene un historial de llamar a empresas e identificarse como alguien que trabaja para Visa. Después intenta verificar el empleo de alguien como parte de una solicitud de tarjeta de crédito. ¿Le suena? Tenemos información que nos lleva a creer que este individuo estuvo operando ayer en el valle de San Fernando y le gusta tomar como objetivos negocios de automoción.

Rider esperó mientras respondían a su pregunta. Miró a Bosch, pero no le dio ninguna indicación de nada.

– Sí, ¿podría ponerse al teléfono por favor?

Rider repitió el mismo discurso con otra persona y planteó la misma pregunta. Se inclinó hacia delante y pareció adoptar una actitud más rígida en su postura. Cubrió el auricular y miró a Bosch.

– Premio -dijo.

Volvió al teléfono y escuchó un poco más.

– ¿Era un hombre o una mujer?

Rider anotó algo.

– ¿Y a qué hora fue?

Tomó otra nota y Bosch se levantó para que pudiera mirar a través del escritorio y leerlo. Había escrito: «hombre, 13.30 aprox.» en un bloc de borrador. Mientras continuaba la conversación, Bosch consultó el registro y vio que en Tampa Towing se recibió una llamada a las 13.40. Era un número particular. El nombre que figuraba en el registro era el de Amanda Sobek. El prefijo del número indicaba que se trataba de un móvil. Ni el nombre ni el número significaban nada para Bosch. Pero no importaba. Pensaba que se estaban acercando a algo.

Rider completó su llamada preguntando si la persona con la que estaba hablando recordaba el nombre que el supueso empleado de Visa había tratado de confirmar. Después de recibir aparentemente una respuesta negativa, preguntó:

– ¿Cree que pudo ser Roland Mackey?

Rider esperó.

– ¿Está segura? -preguntó-. Muy bien, gracias por su tiempo, Karen.

Rider colgó y miró a Bosch. La excitación en los hojos borró todo lo que había quedado pendiente por el hallazgo de las huellas por la mañana.

– Tenías razón -dijo-. Recibieron una llamada. Lo mismo. Incluso recordó el nombre de Roland Mackey y cuando se lo mencioné, Harry, alguien lo estuvo buscando todo el tiempo que nosotros lo estuvimos vigilando.

– Y ahora nosotros vamos a localizar a ese alguien. Si iban por orden en el listado telefónico habrían llamado a continuación a Tampa Towing. El registro muestra una llamada a la una cuarenta de alguien llamado Amanda Sobek. No reconozco el nombre, pero podría ser la llamada que estamos buscando.

– Amanda Sobek -dijo Rider al tiempo que abría el portátil-. Veamos qué hay sobre ella en Auto Track.

Mientras estaba investigando el nombre, Bosch recibió una llamada de Robinson, que acababa de llegar con Nord a Tampa Towing.

– Harry, el tipo del turno de día dice que la llamada se recibió entre la una y media y las dos. Lo sabe porque acababa de volver de comer y salió con una grúa a las dos en punto. Un trabajo de AAA.

– ¿El que llamaba de Visa era hombre o mujer?

– Hombre.

– Muy bien, ¿algo más?

– Sí, después de que este tipo confirmara que Mackey trabajaba aquí, el tipo de la Visa preguntó en qué horario trabajaba.

– Vale. ¿Puedes hacerle otra pregunta al hombre del turno de día?

– Lo tengo aquí delante.

– Pregúntale si tienen un cliente que se llame Sobek. Amanda Sobek.

Bosch esperó mientras se planteaba la pregunta.

– No hay ningún cliente que se llame Sobek-le informó Robinson-. ¿Es una buena noticia, Harry?

– Funcionará.

Después de cerrar el teléfono, Bosch se levantó y rodeó los escritorios para poder mirar en la pantalla del ordenador de Rider. Le repitió lo que Robinson acababa de contarle.

– ¿Algo sobre Amanda Sobek? -preguntó.

– Sí, aquí está. Vive en la parte oeste del valle. En Farralone Avenue, en Chatsworth. Pero aquí no hay gran cosa. No hay tarjetas de crédito ni hipotecas. Creo que significa que está todo a nombre de su marido. Podría ser ama de casa. Estoy comprobando la dirección para ver si lo encuentro.

Bosch abrió el anuario de la clase de Rebecca Verloren. Empezó a hojear las páginas en busca del nombre de Sobek o Amanda.

– Aquí está -dijo Rider-. Mark Sobek. Básicamente está todo a su nombre, y no es poca cosa. Cuatro coches, dos casas, muchas tarjetas de crédito…

– No había nadie llamado Sobek en su clase -dijo Bosch-, pero había dos chicas llamadas Amanda. Amanda Reynolds y Amanda Riordan. ¿Crees que es una de ellas? Rider negó con la cabeza.

– No lo creo. La edad no encaja. Dice aquí que Amanda Sobek tiene cuarenta y uno. Ocho años mayor que Rebecca. Algo no encaja. ¿Crees que deberíamos llamarla?

Bosch cerró el anuario de golpe. Rider saltó en su silla.

– No -dijo Bosch-. Vamos directamente.

– ¿Adónde? ¿A verla?

– Sí, es hora de que levantemos el trasero y salgamos a la calle.

Miró a Rider y se dio cuenta de que no le había hecho ninguna gracia.

– No me refería a tu trasero concretamente. Es una forma de hablar. Vámonos.

Rider empezó a levantarse.

– Eres espantosamente frívolo para ser alguien que podría no tener trabajo cuando termine el día.

– Es la única forma Kiz. La oscuridad espera. Pero llega hagas lo que hagas.

Salió el primero de la oficina.

37

La dirección de Farralone Avenue que Bosch y Rider habían obtenido en Auto Track pertenecía a una mansión de estilo mediterráneo de más de quinientos metros cuadrados. Tenía un garaje separado con cuatro puertas de madera oscura sobre el cual asomaban las ventanas de una suite de invitados. Los detectives tuvieron que ver todo esto o través de una verja de hierro forjado mientras esperaban que alguien contestara al interfono. Finalmente, junto a la ventana abierta de Bosch, surgió una voz de una cajita de madera que estaba fijada en una viga.

– Sí, ¿quién es?

Era una mujer. Sonaba joven.

– ¿Amanda Sobek? -preguntó Bosch a su vez.

– No, soy su asistente. ¿Quiénes son ustedes dos?

Bosch miró otra vez la cajita y vio la lente de una cámara.

Los estaban observando a la vez que los escuchaban. Sacó la placa y la sostuvo a un palmo de distancia de la lente.

– Policía -dijo-. Hemos de hablar con Amanda o Mark Sobek.

– ¿Sobre qué?

– Sobre un asunto policial. Señora, haga el favor de abrir la puerta.

Esperaron y Bosch ya estaba a punto de volver a pulsar el botón cuando la puerta lentamente empezó a abrirse de manera automática. Entraron y aparcaron en una rotonda delante del pórtico de una casa de dos plantas.

– Parece la clase de sitio por el que podría merecer la pena matar a un conductor de grúa -dijo Bosch en voz baja cuando Rider paró el motor.

Una mujer de veintitantos años acudió a abrirles antes de que llegaran a la puerta. Llevaba falda y una blusa blanca. La asistente.

– ¿Y usted es? -preguntó Bosch.

– Melody Lane. Trabajo para la señora Sobek.

– ¿Está ella en casa? -preguntó Rider.

– Sí, se está vistiendo y bajará enseguida. Pueden esperar en la sala de estar.

Entraron en un recibidor donde había una mesa con varias fotos de familia expuestas. Parecían un marido, una esposa y dos hijas adolescentes. Siguieron a Melody a una suntuosa sala de estar con grandes ventanales que daban al parque estatal de Santa Susana y, más allá, a Oat Mountain. Bosch miró el reloj. Era casi mediodía. Melody se fijó en Bosch.

– No estaba durmiendo. Ha estado en el gimnasio y se estaba duchando. Debería bajar en…

No terminó. Una mujer atractiva con elásticos blancos y una blusa abierta sobre una camiseta de chiffon rosa entró apresuradamente en la sala.

– ¿Qué ocurre? ¿Ha pasado algo? ¿Están bien mis hijas?