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– Espera, Harry -ordenó Rider, con la voz más alta que un susurro-. Subimos juntos. Ocúpate de los tobillos.

Bosch empezó a desenrollar la cinta que ataba los pies de Muriel. Rider finalmente soltó la de la boca de Muriel y se la bajó a la barbilla. Le siseó con dulzura al hacerlo.

– Es el profesor de Becky -susurró Muriel, con voz intensa pero no alta-. Tiene una pistola.

Rider empezó a soltarle la ligadura de las muñecas.

– Vale -dijo-. Nosotros nos ocuparemos.

– ¿Qué está haciendo? -preguntó Muriel-. ¿Fue él?

– Sí, fue él.

Muriel Verloren dejó escapar un suspiro largo, alto y angustiado. Ahora tenía las manos y los pies sueltos y la ayudaron a levantarse.

– Vamos a subir a la habitación -le dijo Rider-. Tiene que salir de la casa.

Empezaron a empujarla hacia el pasillo de entrada.

– No puedo irme. Está en su habitación. No puedo…

– Ha de irse de aquí, Muriel -le susurró Bosch con severidad-. No es seguro estar aquí. Vaya a casa de un vecino.

– No conozco a mis vecinos.

– Muriel, ha de salir -dijo Rider-. Baje por la calle. Hay más policías en camino. Párelos y dígales que ya estamos aquí dentro.

La empujaron hacia la calle abierta y cerraron la puerta.

– ¡No le dejen que destroce la habitación! -oyeron que rogaba desde el otro lado-. ¡Es lo único que me queda!

Bosch y Rider se abrieron camino de nuevo por el pasillo y subieron la escalera con el máximo sigilo posible. Tomaron posiciones a ambos lados de la puerta del dormitorio de Rebecca.

Bosch miró a Rider. Ambos sabían que contaban con poco tiempo. Cuando llegaran las unidades de refuerzo, la situación cambiaría. Era una situación clásica de «suicidado por la policía». Era la única oportunidad quelendrían para coger a Stoddard antes de que él mismo o un poli del SWAT le metiera una bala en el cerebro.

Rider señaló el pomo de la puerta y Bosch se estiró para tratar de abrirla silenciosamente. Negó con la cabeza. La habitación estaba cerrada con llave.

Concibieron un plan mediante señas y asintieron con la cabeza cuando estuvieron preparados. Bosch retrocedió en el pasillo y se preparó para clavar el tacón en la puerta, junto al pomo. Sabía que tenía que hacerlo de un solo golpe, de lo contrario perderían la ventaja del factor sorpresa.

– ¿Quién está ahí?

Era Stoddard, cuya voz se oía desde el otro lado de la puerta. Bosch miró a Rider. Fin del factor sorpresa. La señaló y le indicó que hiciese silencio. Hablaría él.

– Señor Stoddard, soy el detective Harry Bosch. ¿Cómo está?

– No muy bien.

– Sí, las cosas se le han ido de las manos, ¿no?

Stoddard no respondió.

– ¿Sabe qué le digo? -dijo Bosch-. Debería pensar seriamente en dejar la pistola y salir. Tiene suerte de que esté yo aquí. Acabo de venir a preguntar por la señora Verloren. Pero mi compañera y un equipo del SWAT no tardarán en llegar. No le conviene tenérselas con el SWAT. Es el momento de salir.

– Sólo quiero que sepa que la quería, nada más.

Bosch vaciló antes de hablar. Miró a Rider y luego de nuevo a la puerta. Podía manejarse de dos maneras con Stoddard. Podía intentar conseguir una confesión en ese mismo momento o podía intentar convencerlo para que saliera de la casa y salvarle la vida. Ambas cosas eran posibles, aunque quizá no probables.

– ¿Qué ocurrió? -preguntó.

Hubo un largo silencio antes de que Stoddard hablara.

– Lo que ocurrió fue que ella quería tener el niño y no entendía que eso lo arruinaría todo. Teníamos que deshacernos de él, y ella después cambió de opinión.

– ¿Sobre el niño?

– Sobre mí. Sobre todo.

Bosch no respondió. Al cabo de unos momentos, Stoddard volvió a hablar.

– La quería.

– Pero la mató.

– Cometí errores.

– ¿Como aquella noche?

– No quiero hablar de aquella noche. Quiero recordar lo que hubo antes de aquella noche.

– Supongo que no le culpo.

Bosch miró a Rider y levantó tres dedos. Iban a entrar en cuanto contara hasta tres. Rider asintió. Estaba preparada.

Bosch levantó un dedo.

– ¿Sabe lo que no entiendo, señor Stoddard? Levantó el segundo dedo.

– ¿Qué? -preguntó Stoddard.

Bosch levantó el tercer dedo y en ese mismo momento levantó la pierna derecha y la descargó en la puerta. Era una puerta hueca. Cedió fácilmente y se abrió con un crujido. El impulso de Bosch lo llevó al interior del dormitorio. Alzó la pistola y se volvió hacia la cama.

Stoddard no estaba allí.

Bosch continuó volviéndose, atisbando a Stoddard en el espejo. Estaba de pie en la esquina, del otro lado de la puerta. Tenía el cañón de una pistola en la boca.

Bosch oyó que Rider gritaba y su cuerpo atravesó el umbral a toda velocidad y se lanzó hacia Stoddard.

El estampido de un disparo sacudió la habitación cuando Rider y Stoddard cayeron al suelo. El revólver cayó de la mano de Stoddard y repiqueteó en el suelo. Bosch se movió con rapidez hacia ellos y dejó caer su peso sobre Stoddard, al tiempo que Rider rodaba sobre su cuerpo para separarse de él.

– Kiz, ¿te han dado?

No hubo respuesta. Bosch trató de mirar hacia ella mientras mantenía a Stoddard bajo control. Rider tenía una mano en el lado derecho de la cabeza.

– ¿Kiz?

– ¡No me ha dado! -gritó-. Creo que estoy sorda de un oído.

Stoddard trató de levantarse, incluso con el peso de Bosch encima de él.

– ¡Por favor! -dijo.

Bosch se sirvió del antebrazo para evitar que uno de los brazos de Stoddard le sirviera de punto de apoyo para levantarse. El pecho de Stoddard golpeó el suelo y Bosch rápidamente tiró del brazo hacia atrás y le colocó una esposa. Después de una resistencia mínima, tiró del otro brazo hacia atrás y completó la acción de esposado. Se inclinó y le habló a Stoddard.

– Por favor ¿qué?

– Por favor, déjeme morir.

Bosch se levantó y tiró de Stoddard para que éste se pusiera en pie.

– Eso sería muy fácil para usted, Stoddard. Eso sería como dejar que se escapara otra vez.

Bosch miró a Rider, que se había levantado. Vio que tenía parte del cabello chamuscado por la descarga de la pistola. Le había ido de un pelo.

– ¿Vas a ponerte bien?

– En cuanto pare este zumbido.

Bosch levantó la mirada y vio el pequeño agujero de bala en el techo. Oía las sirenas que se acercaban. Cogió a Stoddard del codo y tiró de él hacia la puerta del dormitorio.

– Voy a bajar y pondré a este tipo en un coche. Lo llevaremos a Devonshire, lo retendremos allí hasta que presentemos los cargos.

Rider asintió, pero Bosch sabía que todavía estaba pensando en lo que acababa de ocurrir. El zumbido en su oído era un recordatorio de lo justo que había ido.

Bosch cogió a Stoddard del brazo al bajar por la escalera. Cuando llegaron a la sala de estar, Stoddard habló con un tono de desesperación en la voz.

– Puede hacerlo ahora.

– ¿Hacer qué?

– Dispararme. Diga que traté de huir. Quíteme una de las esposas y diga que me solté. Quiere matarme, ¿verdad?

Bosch se detuvo y lo miró.

– Sí, quería matarle. Pero eso sería demasiado bueno para usted. Va a tener que pagar por lo que les hizo a esa chica y a su familia. Y matarle aquí mismo ni siquiera cubriría los intereses de estos diecisiete años.

Bosch lo empujó con rudeza hacia la puerta. Salieron al jardín delantero justo cuando un coche patrulla se detenía y apagaba la sirena. Bosch vio por la barra de luz aerodinámico del techo que era uno de los modelos nuevos con equipamiento de primera. El departamento sólo podía permitirse unos cuantos vehículos así en cada ciclo presupuestario.

El coche le dio a Bosch una idea. Levantó la mano e hizo un círculo en el aire con el dedo, la señal de que no había problemas.

Al conducir aStoddard hacia el coche vio que Muriel Verloren caminaba por el centro de la calzada hacia su casa. Estaba mirando a Stoddard. Tenía la boca muy abierta como si fuera a gritar horrorizada. Echó a correr hacia ellos.