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La urgencia entró en la voz de Irving cuando éste respondió.

– Se equivoca por completo en esto -dijo-. ¿De verdad cree que habríamos dejado libres a los asesinos?

Bosch sacudió la cabeza, dio un paso atrás y casi se echó a reír.

– De hecho, lo creo.

– Escúcheme, Bosch. Comprobamos las coartadas de hasta el último de esos chicos. Estaban todos limpios. Para algunos de ellos, nosotros eramos su coartada porque los estábamos vigilando. De todos modos, también nos aseguramos de que todos los miembros del grupo estaban limpios en esto, y solamente entonces les dijimos a Green y García que se retiraran. Al padre también se lo dijimos, pero no hizo caso.

– Así que lo aplastaron, ¿no, jefe? Lo hundieron en el pozo.

– Había que actuar. Existía mucha tensión en la ciudad entonces. No podíamos permitirnos que el padre anduviera diciendo cosas que no eran ciertas.

– No me suelte ese rollo de que lo hicieron por el bien de la comunidad, jefe. Usted había hecho un trato, y eso era lo que le preocupaba. Tenía a Ross y a Asuntos Internos en el bolsillo y quería que se mantuviera así. Pero se equivocó de medio a medio. El ADN lo prueba. Mackey pudo matar a Verloren y su investigación no valía una mierda.

– No, espere un momento. Sólo prueba una cosa. Que él tenía la pistola. Yo también he leído la historia que coló hoy en el periódico. El ADN lo relaciona con la pistola, no con el asesinato.

Bosch hizo un gesto de desdén. Sabía que no tenía sentido discutir con Irving. Su única esperanza era que su propia amenaza de ir a los medios y a Asuntos Internos neutralizara la amenaza de Irving. Creía que estaban en una posición de tablas.

– ¿Quién comprobó las coartadas? -preguntó con calma.

Irving no respondió.

– Deje que lo adivine. McClellan. Metió sus zarpas en todo esto.

De nuevo Irving no respondió. Era como si se hubiera sumido en el recuerdo de diecisiete años atrás.

– Jefe, quiero que llame a su perro guardián. Sé que todavía trabaja para usted. Cuéntele que quiero información de las coartadas. Quiero detalles. Quiero informes. Quiero todo lo que tenga a las siete de la mañana de hoy, o se acabó. Haremos lo que tengamos que hacer y que sea lo que tenga que ser.

Bosch estaba a punto de volverse cuando Irving habló por fin.

– No hay informes de coartadas -dijo-. Nunca los hubo.

Bosch oyó que se abría la puerta del ascensor y enseguida Rider dobló la esquina con una carpeta en la mano. Se detuvo en seco al ver la confrontación. No dijo nada.

– ¿No hay informes? -le dijo Bosch a Irving-. Pues será mejor que tenga buena memoria. Buenas noches, jefe.

Bosch se volvió y enfiló por el pasillo. Rider se apresuró a alcanzarlo. Miró por encima del hombro para asegurarse de que Irving no les estaba siguiendo. Después de que franquearan las puertas de doble batiente de Robos y Homicidios, ella habló.

– ¿Tenemos problemas, Harry? ¿Va a volver esto contra la sexta planta?

Bosch la miró. Por la mezcla de pánico y miedo en el rostro de ella comprendió lo importante que iba a ser su respuesta.

– No si puedo evitarlo -le dijo.

34

William Burkhart y Belinda Messier estaban en salas de interrogatorios distintas. Bosch y Rider decidieron empezar por Messier para que Burkhart tuviera que esperar y devanarse los sesos. También les daría tiempo para que Marcia y Jackson consiguieran la orden y entraran en la casa de Mariano. Lo que encontraran allí podría resultar útil durante el interrogatorio de Burkhart.

Belinda Messier ya había surgido antes en la investigación. El número del móvil que utilizaba Mackey estaba registrado a nombre de ella. En el informe que Kehoe y Bradshaw les habían dado a Bosch y Rider después de que éstos llegaran, la describieron como la novia de Burkhart. Había proporcionado esa infomación de motu proprio cuando los detectives de Robos y Homicidios habían detenido a ambos. Después apenas les dijo nada más.

Belinda Messier era una mujer menuda con un pelo castaño desvaído que le enmarcaba el rostro. Su aspecto resultaba engañoso por lo dura que iba a ser. Pidió un abogado en cuanto Rider y Bosch entraron en la sala.

– ¿Para qué quiere usted ver a un abogado? -preguntó Bosch-. ¿Cree que está detenida?

– ¿Me está diciendo que puedo irme? -Messier se levantó.

– Siéntese -dijo Bosch-. Esta noche han matado a Roland Mackey y usted también podría estar en peligro. Está en custodia de protección. Eso significa que no va a salir de aquí hasta que aclaremos algunas cosas.

– No sé nada de eso. Estuve toda la noche con Billy hasta que aparecieron ustedes.

Durante los siguientes cuarenta y cinco minutos, Messier sólo dio información a regañadientes. Explicó que conocía a Mackey a través de Burkhart y que accedió a solicitar un móvil para Mackey y darle el aparato porque él no disponía de un informe de crédito viable. Explicó a los detectives que Burkhart no trabajaba y que vivía de una pensión de daños que había recibido a raíz de un accidente de coche sufrido dos años antes. Compró la casa de Mariano Street con la indemnización y cobraba alquiler a Mackey. Messier explicó que ella no vivía en la casa, pero que pasaba muchas noches allí con Burkhart. Cuando le preguntaron por los vínculos pasados de Burkart y Mackey con grupos de supremacía blanca fingió sorpesa. Cuando le preguntaron por la pequeña esvástica que llevaba tatuada entre el pulgar y el índice de la mano derecha dijo que pensaba que era un símbolo navajo de buena suerte.

– ¿Sabe quién mató a Rolan Mackey? -preguntó Bosch después del largo preámbulo de preguntas.

– No -dijo ella-. Era un buen tipo. Es lo único que sé.

– ¿Qué dijo su novio después de que llamara Mackey?

– Nada. Sólo que iba a quedarse despierto para hablar con Ro de algo cuando él llegara a casa. Dijo que quizá saldrían para tener un poco de intimidad.

– ¿Nada más?

– Eso fue lo que dijo.

La abordaron varias veces y desde distintos ángulos, con Bosch y Rider turnándose en llevar la iniciativa, pero el interrogatorio no proporcionó ningún fruto a la investigación.

El siguiente era Burkhart, pero antes de empezar con el interrogatorio Bosch llamó a Marcia y Jackson para que les pusieran al día.

– ¿Aún estáis en la casa? -preguntó Bosch a Marcia.

– Sí, estamos aquí. Todavía no hemos encontrado nada.

– ¿Y un móvil?

– De momento no. ¿Crees que Burkhart podría haberse escabullido de Kehoe y Bradshaw?

– Todo es posible, pero lo dudo. No estaban durmiendo. Se quedaron un momento en silencio como si reflexionaran, y entonces habló Marcia.

– ¿Cuánto tiempo transcurrió desde que Mackey murió y tú llamaste a Kehoe y Bradshaw y les dijiste que lo detuvieran?

Bosch repasó sus acciones en la autovía antes de responder.

– Fue muy rápido -dijo finalmente-. Máximo diez minutos.

– Pues ahí lo tienes -dijo Marcia-. ¿Llegar de la ciento dieciocho en Porter Ranch hasta Mariano Street, en las colinas de Woodland, en diez minutos máximo? ¿Y sin que nuestros chicos lo vieran? Imposible. No fue él. Kehoe y Bradshaw son su coartada.

– Y no hay móvil en la casa…

Ya sabían que la línea fija de la vivienda no había sido utilizada para hacer una llamada porque ésta se habría registrado en el equipo de monitorización de ListenTech.

– No -dijo Marcia-. No hay móvil ni llamadas desde el fijo. No creo que sea nuestro hombre.

Bosch todavía no estaba dispuesto a dar el brazo a torcer. Le dio las gracias y colgó, después le dio las malas noticias a Rider.

– Entonces ¿qué hacemos con él? -preguntó ella.

– Bueno, podría no ser nuestro hombre con Mackey, pero Mackey lo llamó a él después de que le leyeran el artículo. Aún podría ser bueno para Verloren.

– Pero eso no tiene sentido. El que mató a Mackey ha de ser su socio con Verloren, a no ser que estés diciendo que lo que ocurrió en la rampa de entrada es sólo una coincidencia en todo esto.