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– ¿Qué hacemos, Harry? -dijo Rider-. Si paramos va a cantar.

Ella tenía razón, la vigilancia quedaría en evidencia.

– Pasa de largo -replicó Bosch.

Tenía que pensar con rapidez. Sabía que en cuanto estuvieran en la autovía podían aparcar en el arcén y esperar hasta que el camión grúa pasara con el coche averiado colgado del gancho. Aunque eso era peligroso. Mackey podría reconocer el coche de Rider, o incluso parar y preguntarles si necesitaban asistencia. Si veía a Bosch, la vigilancia se iría al traste.

– ¿Tienes una guía Thomas?

– Debajo del asiento.

Rider pasó junto al coche averiado y el camión grúa mientras Bosch buscaba la guía debajo del asiento. Una vez que se alejaron del camión grúa, Bosch encendió la luz cenital y rápidamente pasó las páginas de planos. Una guía Thomas era la Biblia del conductor de Los Ángeles. Bosch tenía años de experiencia con ellas y enseguida encontró la página que describía la sección de la ciudad en la que se hallaban. Llevó a cabo un rápido estudio de su situación y le dio instrucciones a Rider.

– La siguiente salida es Porter Ranch Drive -dijo-. A poco más de un kilómetro. Salimos, doblamos a la derecha y luego otra vez a la derecha por Rinaldi. Nos llevará de vuelta a Tampa. O esperamos encima del paso elevado y observamos, o vamos dando vueltas.

– Mejor esperamos arriba -dijo Rider-. Si no paramos de dar vueltas con el mismo coche podría notarlo.

– Suena a plan.

– No me gusta, pero no sé qué elección tenemos. Cubrieron la distancia que los separaba de la salida de Porter Ranch con rapidez.

– ¿Te has fijado en el coche averiado? -preguntó Bosch-. Yo estaba mirando el mapa.

– Pequeño, de importación -respondió Rider-. Parecía que sólo iba el conductor. Las luces del camión eran demasiado brillantes para ver nada más.

Rider siguió acelerando hasta que llegaron al carril de salida de Porter Ranch Drive. Siguiendo las indicaciones, ella giró a la derecha y luego otra vez a la derecha, y rápidamente estuvieron dirigiéndose de nuevo hacia Tampa. Se detuvieron en el semáforo de Corbin, pero Rider enseguida se lo saltó después de asegurarse de que no había peligro. Hacía menos de tres minutos que habían pasado junto al camión grúa y ya se hallaban de nuevo en Tampa. Rider aparcó a un lado de la carretera en medio del paso elevado. Bosch entreabrió su puerta.

– Iré a mirar -dijo.

Salió del coche. Desde ese ángulo no divisaba el camión grúa, pero las luces de la parte superior de la cabina arrojaban un brillo sobre la rampa de entrada.

– Harry, llévate esto -le gritó Rider.

Bosch volvió a meterse en el coche y cogió la radio que Rider le tendía.

Caminó de nuevo por el paso elevado. La autovía no estaba repleta, pero aun así era muy ruidosa con los coches que pasaban por debajo de él. Al llegar a la parte superior de la rampa, miró hacia abajo. Tardó unos segundos en ajustar su visión, porque las luces de la parte de atrás del camión grúa lo deslumbraron en la oscuridad.

En cambio, enseguida reparó en la ausencia de las luces intermitentes del coche averiado. Se acercó y vio que el coche ya no estaba en el arcén. Su mirada viajó por la rampa a la autovía y vio decenas de coches moviéndose hacia el oeste en la distancia.

Volvió a fijarse en el camión grúa. Todo estaba en calma. No había rastro de Mackey.

Bosch se llevó la radio a la boca y pulsó el botón del micrófono.

– ¿Kiz?

– ¿Sí, Harry?

– Será mejor que vengas aquí.

Bosch empezó a bajar por la rampa. Al hacerlo sacó el arma y la llevó a su costado. Al cabo de treinta segundos, unas luces relampaguearon tras él y Rider detuvo el coche en el arcén. Salió con una linterna y continuaron bajando la rampa.

– ¿Qué está pasando?

– No lo sé.

Todavía no había señales de Mackey dentro o alrededor del camión grúa.

Bosch sintió una presión en el pecho. Instintivamente sabía que algo iba mal. Cuanto más se acercaban más seguro estaba.

– ¿Qué decimos si está aquí y no pasa nada? -susurró Rider.

– Algo pasa -dijo Bosch.

La luz de la parte posterior del camión era casi cegadora, y Bosch comprendió que se hallaban en una posición vulnerable. No vio a nadie en el lado delantero del camión grúa. Se fue hacia su derecha para que él y Rider pudieran separarse. Rider no podía desplazarse hacia su izquierda o se habría metido en el carril de entrada.

Un semirremolque rugió al pasar por la rampa, lanzando una bocanada de viento con un matiz de petróleo y un sonido atronador, y haciendo temblar el suelo como un terremoto. Bosch estaba ahora caminando por los matojos que ocupaban la pendiente que se alzaba a la derecha del arcén. Todavía no veía a nadie por delante.

Bosch y Rider no se comunicaron. El ruido del tráfico que pasaba por la autovía, justo debajo de ellos, hacía eco desde la parte inferior del paso elevado. Tendrían que gritar, y eso limitaría su concentración.

Volvieron a reunirse cuando llegaron al camión grúa. Bosch examinó la cabina, pero no vio a Mackey. El camión seguía en marcha. Harry retrocedió y miró en el suelo iluminado por la barra de luces. Había marcas de neumáticos, negras y curvadas, que conducían hasta la puerta posterior del camión. Y en la gravilla Bosch vio uno de los guantes de cuero, con la palma manchada de grasa, que había visto utilizar a Mackey ese mismo día.

– Déjame esto -dijo, cogiendo la linterno de Rider.

Se fijó en que era un modelo corto de goma, de los aprobados por el jefe de policía después de que un agente fuera grabado en vídeo golpeando a un sospechoso con una de las pesadas linternas de acero.

Bosch apuntó el haz de luz al portón trasero de la grúa, pasándolo por la parte inferior que había estado bañada en sombras por la luz del techo.

La sangre se reflejaba de manera brillante en el acero oscuro. No podía ser confundida con aceite. Era tan roja y tan real como la vida misma. Bosch se agachó y enfocó el haz de luz debajo del camión.

Vio el cuerpo de Mackey acurrucado contra el eje diferencial trasero. Tenía la mitad de la cara completamente bañada en sangre como consecuencia de una larga y profunda laceración en el lado izquierdo de la cabeza. Su camisa de uniforme azul estaba granate por la parte delantera por otras heridas no visibles. La entrepierna de los pantalones estaba manchada de sangre, orina o ambas cosas. El único brazo que Bosch podía ver estaba extrañamente doblado en el antebrazo, y un hueso mellado y de color marfil sobresalía de la carne. El brazo estaba apoyado contra el pecho de Mackey, que respiraba con jadeos sincopados. Todavía estaba vivo.

– ¡Oh, Dios! -gritó Rider desde detrás de Bosch.

– ¡Llama a una ambulancia! -ordenó Bosch mientras empezaba a reptar por debajo del camión.

Mientras oía el crujido de la gravilla bajo los pies de Rider, que corría en busca de la radio del coche, Bosch se acercó a Mackey todo lo que pudo. Sabía que podría estar destrozando una escena del crimen, pero tenía que acercarse.

– Ro, ¿puedes oírme? Ro, ¿quién ha sido? ¿Qué ha ocurrido?

Mackey pareció removerse al oír su nombre. Su boca empezó a moverse, y fue entonces cuando Bosch se dio cuenta de que tenía la mandíbula rota o dislocada. Sus movimientos eran descoordinados. Era como si Mackey no hubiera hecho nunca ese gesto.

– Tómate tu tiempo, Ro. Díme quién ha sido. ¿Lo viste?

Mackey susurró algo, pero el ruido de un coche que aceleraba por la rampa de entrada ahogó sus palabras.

– Dímelo otra vez, Ro. Repítelo.

Bosch se echó hacia delante e inclinó la cabeza hacia la boca de Mackey. Lo que oyó fue un medio jadeo, un medio susurro.

– …sworth…

Se echó atrás y miró a Mackey. Le puso la luz en la cara, con la esperanza de que se despertara. Vio que la estructura ósea que rodeaba el ojo de Mackey también estaba aplastada y con signos visibles de una hemorragia interna. No iba a salvarse.