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Siguieron al camión grúa hasta un centro comercial y observaron que Mackey entraba; en un restaurante de comida rápida Subway. No cogió el periódico que Bosch había dejado en la grúa, pero después de elegir su comida se sentó a una de las mesas interiores y empezó a cenar.

– ¿Vas a tener hambre, Harry? -preguntó Rider-. Ésta podría ser la ocasión.

– He parado en Dupar's de camino, gracias. A no ser que veamos un Cupid's. A eso me apunto.

– Ni hablar. Hay una cosa que superé después de que lo dejases. Ya paso de la comida basura.

– ¿Qué quieres decir? Comíamos bien. ¿No íbamos a Musso’s cada jueves?

– Si te parece que el estofado de pollo con hojaldre es una comida sana, sí, comíamos bien. Además, estoy hablando de las vigilancias. ¿Has oído hablar de Arroz y Frijoles, en Hollywood?

Arroz y Frijoles era como llamaban a un par de detectives de robos de la Di visión de Hollywood llamados Choi y Ortega. Estaban allí cuando Bosch trabajaba en la división.

– No, ¿qué ocurrió?

– Estaban en una movida de vigilancia de esos tíos que robaban a las prostitutas de Hollywood, y Ortega estaba sentado en el coche comiéndose un perrito caliente. De repente empezó a atragantarse y no podía respirar. Se puso morado y empezó a señalarse la garganta, y Choi mirándolo Con cara de ¿qué coño te pasa? Así que Frijoles saltó del coche y Choi por fin entendió lo que estaba pasando. Llegó corriendo para hacerle una Heimlich. Ortega vomitó el perrito caliente en el capó del coche. Y a la mierda la vigilancia.

Bosch se rió al imaginárselo. Sabía que a Arroz y Frijoles les tomarían el pelo toda la vida en el departamento. Al menos mientras hubiera gente como Edgar para contar y recontar la anécdota a cualquiera que llegara.

– Bueno, a ver, no hay un Cupid’s en Hollywood -dijo-. Si hubieran estado comiendo un buen perrito caliente de Cupid’s no habrían tenido ese problema.

– No me importa, Harry. No hay perritos calientes en las vigilancias. Nada de comida basura. Es mi regla. No me gustaría que la gente hablara de mí así el resto de mi…

El móvil de Bosch sonó. Era Robinson, que estaba en el último turno de la sala de sonido, con Nord.

– Acaban de recibir una llamada de grúa en el garaje. Después han llamado a Mackey. No debe de estar en el garaje.

Bosch explicó la situación y se disculpó por no haber mantenido informada a la sala de sonido.

– ¿Dónde está el coche? -preguntó.

– Es un accidente en Reseda y Parthenia. Supongo que el coche está siniestro total. Ha de llevarlo a un concesionario.

– Vale, estamos con él.

Al cabo de unos minutos, Mackey salió del restaurante de comida rápida llevando un vaso grande de gaseosa con una pajita que sobresalía. Lo siguieron al cruce de Reseda Boulevard y Parthenia Street, donde había un Toyota con el morro hundido en un lado de la carretera. Otra grúa estaba llevándose el otro coche, un todoterreno grande que tenía la parte de atrás abollada por el accidente. Mackey habló brevemente con el otro conductor de grúa -cortesía profesional- y se puso manos a la obra con el Toyota. Había un coche patrulla del Departamento de Policía de Los Ángeles en el aparcamiento de la esquina del centro comercial y el agente que se hallaba en su interior estaba escribiendo un atestado. Bosch no vio conductores. Pensó que eso significaba que los habían llevado a Urgencias por las heridas.

Mackey llevó el Toyota hasta un concesionario que se encontraba en la otra punta de Van Nuys Boulevard. Mientras estaba allí, dejando el vehículo siniestrado, Bosch recibió otra llamada. Robinson le dijo que habían vuelto a llamar a Mackey. Esta vez al Northridge Fashion Center, donde un empleado de la librería Borders se había quedado sin batería.

– Este tío no va a tener tiempo de leer el periódico si sigue así de ocupado -dijo Rider después de que Bosch le explicara la llamada telefónica.

– No lo sé -dijo Bosch-. Me pregunto si sabe leer siquiera.

– ¿Te refieres a la dislexia?

– Sí, pero no sólo a eso. No le he visto leer ni escribir. Me pidió que rellenara yo el formulario de la grúa. Después tampoco quería rellenar un recibo al final, o no podía. Y había esa nota para él en el escritorio.

– ¿Qué nota?

– La cogió y la miró un buen rato, pero no estoy seguro de que supiera lo que decía.

– ¿Pudiste leerla? ¿Qué decía?

– Era una nota de la gente del turno de día. Visa había llamado para confirmar una solicitud que había hecho, supongo.

Rider juntó las cejas.

– ¿Qué? -preguntó Bosch.

– Sólo me parece extraño, él pidiendo una tarjeta de crédito. Eso lo haría localizable, y pensaba que era lo que trataba de evitar.

– Quizás está empezando a sentirse seguro.

Mackey fue directamente del concesionario Toyota al centro comercial, donde puso en marcha el coche de una mujer. A continuación dirigió su grúa de nuevo hacia la base. Eran casi las diez en punto cuando aparcó en el garaje. Las esperanzas tenues de Bosch se mantuvieron a flote cuando miró a través de los prismáticos desde el centro comercial al otro lado de la calle y vio a Mackey caminando desde el camión a la oficina.

– Podríamos estar todavía en juego -le dijo a Rider-. Lleva el periódico.

Era difícil no perder a Mackey en el interior del garaje. La oficina delantera tenía cristal en dos de los lados y no suponía un problema. Sin embargo, ya habían cerrado las puertas del garaje, y en ocasiones daba la sensación de que Mackey desaparecía en esas áreas, donde Bosch no podía verlo.

– ¿Quieres que sea tus ojos un rato? -preguntó Rider. Bosch bajó los prismáticos y la miró. Apenas podía interpretar su rostro en la oscuridad del coche.

– No, estoy bien. De todos modos tú has conducido todo el rato. ¿Por qué no descansas? Hoy te he despertado temprano.

Bosch volvió a levantar los prismáticos.

– Estoy bien -dijo Rider-, cuando necesites un descanso…

– Además -dijo Bosch-, casi me siento responsable por este tipo.

– ¿Qué quieres decir?

– Bueno, todo el asunto. O sea, podríamos haber detenido a Mackey y apurado en comisaría. En cambio, hemos venido en este sentido, y es mi plan. Soy responsable.

– Todavía podemos apurado. Si esto no funciona, probablemente será lo que tendremos que hacer.

El teléfono de Bosch sonó.

– Quizás ésta es la que estamos esperando -dijo al contestar.

Era Nord.

– Pensaba que nos habías dicho que este tipo se sacó el graduado escolar, Harry.

– Lo hizo. ¿Qué pasa?

– Acaba de llamar a alguien para que le leyera el artículo del periódico.

Bosch se sentó un poco más firme. Estaban en Juego. No importaba cómo le hubieran comunicado la historia a Mackey, lo importante era que quería saber lo que decía.

– ¿A quién ha llamado?

– A una mujer llamada Michelle Murphy. Sonaba como una antigua novia. Le ha preguntado si todavía compraba el periódico todos los días, como si ya no estuviera seguro. Ella le ha dicho que sí, y Mackey le ha pedido que le leyera el artículo.

– ¿Lo comentaron después de que ella se lo leyera?

– Sí. Ella le ha preguntado si conocía a la chica del artículo. Él ha dicho que no, pero luego ha dicho: «Conocía la pistola.» Tal cual. Entonces ella ha dicho que no quería saber nada más, y eso ha sido todo. Han colgado.

Bosch pensó en la nueva información. La trampa que había llevado a cabo había funcionado. Había golpeado una roca que no se había movido en diecisiete años. Estaba excitado, y sentía la inyección de adrenalina en la sangre.

– ¿Puedes reproducirnos la grabación por la línea? -preguntó-. Quiero oírla.

– Creo que podemos -dijo Nord-. Deja que vaya a buscar a uno de los técnicos que rondan por aquí… Eh, Harry, volveré a lIamarte. Mackey está haciendo una llamada.

– Vuelve a llamarme.

Bosch cerró rápidamente el teléfono de manera que Nord pudiera volver a su monitor. Excitadamente recontó a Rider el informe sobre la llamada de Mackey a Michelle Murphy. Se dio cuenta de que Rider también había captado la tensión.