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– Supongo.

– He de colgar, Kiz.

– Buena suerte, Harry. Ten cuidado.

– Siempre.

Cerró el teléfono.

29

El camión grúa frenó al aproximarse al Mercedes. Bosch levantó la cabeza desde la parte trasera, donde estaba sentado a la sombra de la puerta y leyendo el Daily News. Hizo una seña al conductor de la grúa con el periódico y se levantó. El vehículo pasó de largo, se detuvo en el arcén delante del Mercedes y retrocedió hasta pararse a un metro y medio de éste. El conductor salió. Era Roland Mackey.

Mackey llevaba guantes de cuero que presentaban manchas oscuras de grasa en las palmas. Sin saludar a Bosch, rodeó la parte delantera del Mercedes para examinar la rueda pinchada. Cuando Bosch llegó, todavía con el periódico en la mano, Mackey se agachó y miró la válvula de la rueda. Se estiró hacia ella y la dobló adelante y atrás, exponiendo el tajo.

– Casi parece que la hayan cortado -dijo Mackey.

– Quizás había cristal en la carretera -propuso Bosch.

– Y no tiene recambio. Menuda putada.

Miró a Bosch, entornando los ojos a la luz del sol que estaba empezando a caer detrás de Bosch.

– Y que lo diga.

– Bueno, puedo remolcarle y pedirle a mi socio que le ponga una válvula nueva en el neumático. Tardaremos quince minutos una vez que lleguemos al garaje. -Bueno, hágalo.

– ¿Será a cuenta de AAA o seguro?

– No, en efectivo.

Mackey le dijo que le costaría ochenta y cinco dólares por el enganche del vehículo más dos dólares por cada kilómetro de arrastre. El importe del cambio de la válvula sería de otros veinticinco más el coste de la válvula.

– Bueno, hágalo -repitió Bosch.

Mackey se levantó y miró a Bosch. Dio la sensación de fijarse directamente en el cuello de Harry antes de apartar la mirada. No dijo nada de los tatuajes.

– Debería, cerrar la parte de atrás -dijo en cambio-, a no ser que quiera perderlo todo por el camino.

Sonrió. Un poco de sentido del humor de grúa.

– Cojo la camisa y la cierro -dijo Bosch-. ¿Le importa que vaya con usted?

– A no ser que quiera llamar un taxi y viajar con estilo.

– Prefiero viajar con alguien que hable inglés.

Mackey prorrumpió en una carcajada mientras Bosch iba a la parte posterior de su coche. Bosch se apartó entonces para dejar que Mackey llevara a cabo las maniobras de enganchar el vehículo al camión grúa. Tardó menos de diez minutos en colocarse al lado de su camión, apretando una palanca que elevó la parte delantera del Mercedes en el aire. Cuando esruvo a la altura correcta para Mackey, éste comprobó las cadenas y los arneses y le dijo a Bosch que estaba listo para partir. Bosch entró en la cabina del camión grúa con la camisa echada sobre el brazo y el periódico doblado en la mano. Los pliegues del periódico dejaban a la vista la foto de Rebecca Verloren.

– ¿Esto tiene aire acondicionado? -preguntó Bosch al cerrar la puerta-. Me estaba derritiendo ahí fuera.

– Y yo igual. Debería haberse quedado en el Mercedes con el aire acondicionado mientras esperaba. Este trasto no tiene aire en verano ni calefacción en invierno. Como mi ex mujer.

Más humor de grúa, supuso Bosch. Mockey le pasó una tablilla con portapapeles en la que había un bolígrafo y una hoja de información.

– Rellene esto -dijo-, y estamos listos.

– Vale.

Bosch empezó a cumplimentar el formulario con el nombre y la dirección falsos que había pensado antes. Mackey sacó un micrófono del salpicadero y habló a través de él.

– Eh, ¿Kenny?

Al cabo de unos segundos llegó la respuesta.

– Adelante.

– Dile a Araña que no se vaya todavía -dijo Mackey-. Llevo un neumático que necesita una válvula.

– No le va a hacer gracia. Ya se ha ido a lavar.

– Tú díselo. Corto.

Mackey volvió a colocar el micrófono en el soporte del salpicadero.

– ¿Cree que se quedará? -preguntó Bosch.

– Será mejor que sí, de lo contrario tendrá que esperar hasta mañana para que se lo arreglen.

– No puedo esperar. He de volver a la carretera.

– ¿Sí? ¿Adónde?

– A Barstow.

Mackey arrdrkó el camión grúa y giró el cuerpo hacia la izquierda para poder mirar por la ventanilla lateral y asegurarse de que no había peligro para incorporarse a la carretera. No podía ver a Bosch desde esa posición. Bosch rápidamente se levantó la manga izquierda de la camiseta de manera que más de la mitad del tatuaje de la calavera quedó a la vista.

La grúa se incorporó a la calzada y se pusieron en camino. Bosch miró por la ventanilla y vio los coches que pertenecían a Rider y al otro equipo de vigilancia en el campo de golf. Apoyó el codo en la ventanilla abierta y puso la mano en el marco superior. Fuera del campo de visión de Mackey, pudo levantar el pulgar a sus compañeros de la vigilancia para indicar que todo iba bien.

– ¿Qué hay en Barstow? -preguntó Mackey.

– Mi casa. Quiero llegar a casa esta noche.

– ¿Qué ha estado haciendo aquí?

– Esto y lo otro.

– ¿Y en South Central? ¿Qué estuvo haciendo con esa gente la semana pasada?

Bosch entendió que «esa gente» era una referencia a la población de la minoría predominante en South L. A. Se volvió y miró a Mackey a los ojos, como para decirle que estaba haciendo demasiadas preguntas.

– Esto y lo otro -dijo con tono uniforme.

– Muy bien -respondió Mackey, levantando las manos del volante en un gesto de retirada.

– Pero le diré una cosa, no importa lo que estuviera haciendo, esta puta ciudad no se aguanta, socio.

Mackey sonrió.

– Sé a qué se refiere -dijo.

Bosch pensó que estaban cerca de compartir algo más que charla intrascendente. Creía que Mackey había divisado los tatuajes y estaba tratando de captar de Bosch una señal acerca de qué tipo de persona era. Pensó que era el momento adecuado para hacer otro movimiento sutil hacia el artículo del Daily News.

Bosch dejó el periódico en el asiento que había entre ellos, asegurándose de que la foto de Rebecca Verloren era todavía visible, y empezó a ponerse otra vez la camisa. Se inclinó hacia delante y extendió los brazos al hacerlo. No miró a Mackey, pero sabía que la calavera de su brazo izquierda sería plenamente visible con aquel movimiento. Puso el brazo derecho en la camisa primero y después se llevó la camisa hacia atrás y pasó el brazo izquierdo por la manga. Apoyó la espalda en el asiento y empezó a abrocharse la camisa.

– Simplemente hay demasiado tercer mundo por aquí para mi gusto -dijo Bosch.

– Comparto esa idea.

– ¿Sí? ¿Es de aquí?

– De toda la vida.

– Bueno, colega, debería coger la bandera y a su familia, si es que tiene familia, e irse. Hay que largarse de aquí, joder.

Mackey se rió y asintió.

– Tengo un amigo que siempre dice lo mismo. Siempre.

– Sí, bueno, no es una idea original.

– Claro.

Entonces la radio interrumpió la inercia de la conversación.

– Eh, Ro.

Mackey cogió el micro.

– ¿Sí, Ken?

– Voy a pasarme por el Kentucky mientras Araña te espera. ¿Quieres algo?

– No, saldré tarde. Corto.

Colgó el micrófono. Circularon en silencio unos segundos mientras Bosch trataba de pensar en una forma de llevar de nuevo la conversación en la dirección adecuada. Mackey había llegado a Burbank Boulevard y había girado a la derecha. Estaban llegando a Tampa. Volvería a girar a la derecha y luego seguiría todo recto hasta la estación de servicio. En menos de diez minutos habrían llegado.

Pero fue Mackey quien reanudó la conversación.

– Bueno, ¿en qué trena estuviste? -preguntó de repente. Bosch esperó un momento para que su entusiasmo no se mostrara.

– ¿De qué está hablando? -preguntó.

– He visto tus tatuajes, tío. No es gran cosa. Pero o te los han hecho en casa o en prisión, eso es obvio.