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Debajo de la foto y encima del cuerpo del artículo estaba lo que una vez un periodista le había dicho a Bosch que era una entradilla, una descripción más completa de la historia. Decía: «Acechada: Muriel Verloren ha esperado 17 años para saber quién le quitó la vida a su hija. En un esfuerzo renovado, la policía de Los Ángeles podría estár cerca de descubrirlo.»

Bosch pensó que la entradilla era perfecta. Si Mackey la veía, y en el momento en que la viera, sentiría el dedo gélido del miedo en el pecho. Bosch leyó el artículo con ansiedad.

Por McKenzie Ward, de la redacción

En el verano de hace diecisiete años, una joven y hermosa chica de escuela superior llamada Rebecca Verloren fue raptada de su domicilio en Chatsworth y brutalmente asesinada en Oat Mountain. El caso nunca se resolvió, dejando a una familia rota, a agentes de policía angustiados y a una comunidad sin sentido de justicia por el crimen.

Sin embargo, en lo que constituye una dosis de esperanza para la madre de la víctima, el Departamento de Policía de Los Ángeles ha puesto en marcha una nueva investigación del caso que podría dar resultados y un cierre para Muriel Verloren. En esta ocasión, los detectives tienen algo nuevo que no tenían en 1988: el ADN del asesino.

La unidad de Casos Abiertos del departamento de policía inició una nueva vía de investigación en el caso Verloren después de que uno de los detectives originales -ahora inspector de la comandancia del valle- instara hace dos años a que se reabriera cuando se formó la brigada para investigar casos aparcados.

«En cuanto me enteré de que íbamos a empezar a investigar casos archivados los llamé por teléfono -dijo ayer el inspector Arturo García desde su oficina en el centro de mando del valle-. Éste es el caso que siempre me atormentó. Esa bonita chica arrebatada de su casa así. Ningún asesinato es aceptable en nuestra sociedad, pero éste me dolió más. Me ha acechado todos estos años.»

Lo mismo le ocurrió a Muriel Verloren. La madre de Rebecca ha seguido viviendo en la casa de Red Mesa Way en la cual fue raptada su hija de 16 años. El dormitorio de Rebecca permanece inalterado desde la noche en que fue sacada por una puerta de atrás, y nunca regresó.

«No quiero cambiar nada -dijo ayer la madre llorosa mientras alisaba la colcha de la cama de su hija-. Es mi forma de permanecer cerca de ella. Nunca cambiaré esta habitación y nunca dejaré esta casa.»

El detective Harry Bosch, que está asignado a la nueva investigación, le dijo al News que ahora hay varias pistas prometedoras en el caso. La mayor ayuda en la investigación han sido los avances tecnológicos que se han realizado desde 1988. En el interior de la pistola homicida se halló sangre que no pertenecía a Rebecca Verloren. Bosch explicó que el percutor de la pistola «mordió» en la mano a la persona que la disparó, llevándose una muestra de sangre y tejido. En 1988 podía ser analizado, tipificado y preservado. Ahora puede ser relacionado directamente con un sospechoso. El desafío es encontrar a ese sospechoso.

«El caso fue investigado a conciencia previamente -dijo Bosch-. Se interrogó a cientos de personas y se siguieron centenares de pistas. Estamos volviéndolas a analizar todas, pero nuestra esperanza real está en el ADN. Confío en que será el elemento que resolverá el caso.»

El detective explicó que, aunque la víctima no fue agredida sexualmente, había elementos de un crimen de naturaleza psicosexual. Hace diez años, el Departamento de Justicia de California puso en marcha una base de datos que contenía muestras de ADN de todas las personas condenadas por un delito de naturaleza sexual. El ADN del caso Verloren está siendo comparado con esas muestras. Bosch cree que es probable que la muerte de Rebecca Verloren no fuera un crimen aislado.

«Creo que es improbable que este asesino sólo cometiera este único crimen y después llevara una existencia de cumplimiento de la ley. La naturaleza de este crimen nos indica que esta persona probablemente cometiera otros. Si alguna vez lo detuvieron y pusieron su ADN en una base de datos, sólo es cuestión de tiempo que lo identifiquemos.»

Rebecca fue raptada de su casa en plena noche del 5 de julio de 1988. Durante tres días, la policía y los miembros de la comunidad la buscaron. Una mujer que paseaba a caballo en Oat Mountain encontró el cadáver oculto junto a un árbol caído. A pesar de que la investigación reveló muchas cosas, entre ellas que Rebecca había abortado unas seis semanas antes de su muerte, la policía no fue capaz de determinar quién había sido su asesino y cómo entró en la casa.

En los años transcurridos, el crimen ha tenido eco en muchas vidas. Los padres de la víctima se han separado, y Muriel Verloren no sabe dónde se encuentra su marido, Robert Verloren, que poseía un restaurante en Malibú. Ella atribuye directamente la desintegración de su matrimonio a la tensión y la pena que les produjo el asesinato de su hija.

Uno de los investigadores originales del caso, Ronald Green, se retiró pronto del departamento y luego se suicidó. García declara que en su opinión la no resolución del caso Verloren influyó en la decisión de su antiguo compañero de terminar con su vida.

«A Ronnie los casos le afectaban mucho, y creo que éste nunca dejó de inquietarle», declara García.

Y en la Hillside Preparatory School, donde Rebecca Verloren era una estudiante muy popular, hay un recordatorio diario de su vida y su muerte. Una placa que erigieron sus compañeros de clase permanece fijada en la pared del vestíbulo principal de la selecta escuela.

«No queremos olvidar nunca a Rebecca», asegura el director, Gordon Stoddard, que era profesor cuando Verloren era alumna en la escuela.

Una de las amigas y compañeras de clase de Rebecca es ahora profesora en Hillside. Bailey Koster Sable pasó una tarde con Rebecca sólo dos días antes de que ésta fuera asesinada. La pérdida la ha perseguido, y dice que piensa constantemente en su amiga.

«Creo que es porque podría haberle ocurrido a cualquiera -explicó Sable después de las clases de ayer-. Así que eso me lleva a hacerme siempre la misma pregunta: ¿por qué ella?»

Ésa es la pregunta que la policía de Los Ángeles espera poder responder pronto.

Bosch miró la foto de la página interior a la que saltaba la historia. Mostraba a Bailey Sable y Gordon Stoddard de pie a ambos lados de la placa instalada en la pared del vestíbulo de Hillside Prep. La autora de la foto era asimismo Emerson Ward. El pie de foto decía: «Amiga y profesor; Bailey Sable asistía a la escuela con Rebecca Verloren y Gordon Stoddard les enseñaba ciencias. Ahora director de la escuela, Stoddard dice: “Becky era una buena chica. Esto nunca tendría que haber ocurrido.”»

Bosch se sirvió café en una taza y volvió a leer el artículo mientras se lo tomaba. Después cogió con nerviosismo el teléfono de la encimera y llamó a casa de Kizmin Rider. Ella respondió con voz nebulosa.

– Kiz, el artículo es perfecto. Ha puesto todo lo que queríamos.

– ¿Harry? ¿Qué hora es, Harry?

– Casi las siete. Estamos en marcha.

– Harry, hemos de trabajar toda la noche. ¿Qué estás haciendo despierto? ¿Qué estás haciendo llamándome a las siete de la mañana?

Bosch se dio cuenta de su error.

– Lo siento. Estoy demasiado excitado.

– Llámame dentro de dos horas.

Rider colgó. No había usado un tono de voz agradable. Impertérrito, Bosch sacó una hoja de papel doblada del bolsillo de su chaqueta. Era la hoja con los números que Pratt había distribuido durante la reunión de equipo. Llamó al móvil de Tim Marcia.

– Soy Bosch -dijo-. ¿Estáis en posición?

– Sí, estamos aquí.

– ¿Algún movimiento?

– No, tranquilo como un cementerio. Suponemos que este tipo trabajó hasta la medianoche, así que dormirá hasta tarde.