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– Vale, Dan, tranquilo. A veces la gente comete errores. Especialmente cuando uno se remonta tantos años.

– Lo que me faltaba, que me meta en esto. Tío, tengo una familia aquí.

– Le he dicho que se calme. No le estoy metiendo en nada. Es sólo una llamada telefónica. Sólo una conversación, ¿vale? Ahora, ¿hay algo más que pueda decirme o que quiera decirme para ayudar en esto?

– No. Le he dicho todo lo que sabía, que es nada. Y he de colgar. Esta vez lo digo en serio.

– O sea que estaba cabreado cuando Rebecca le dijo que estaba embarazada y era obvio que lo estaba de otro tipo.

Al principio no hubo respuesta, y Bosch trató de hurgar más en la herida.

– Sobre todo porque ella nunca tuvo relaciones con usted cuando estuvieron juntos.

Bosch se dio cuenta de que había ido demasiado lejos y había enseñado las cartas. Kotchof comprendió que Bosch estaba jugando con él al poli bueno y al poli malo al mismo tiempo. Cuando respondió, su voz era calmada y modulada.

– Nunca me lo contó -dijo-. Nunca lo supe hasta que surgió después.

– ¿De verdad? ¿Quién se lo dijo?

– No me acuerdo, alguno de mis amigos, supongo.

– ¿En serio? Porque Rebecca tenía un diario. Y usted sale en todas las páginas. Y dice que se lo dijo y que no le hizo ninguna gracia.

Esta vez Kotchof se rió, y Bosch comprendió que había metido la pata.

– Detective, no cuela. Es usted quien está mintiendo. Esto es muy débil, tío. Oiga, veo La ley y el orden, ¿sabe?

– ¿Ve CSI?

– Sí, ¿y?

– Tenemos el ADN del asesino. Si lo relacionamos con alguien, van a caer en picado. El ADN es definitivo.

– Bien. Compruebe el mío y quizás esto termine para mí.

Bosch sabía que ahora era él quien estaba retrocediendo. Tenía que terminar la llamada.

– Vale, Dan, se lo haremos saber. Entretanto, gracias por su ayuda. Una última pregunta. ¿Qué es un director de hospitalidad?

– ¿Se refiere a aquí en el hotel? Me ocupo de los grupos grandes y de bodas, conferencias y cosas así. Me aseguro de que todo funciona a la perfección cuando llegan aquí estos grupos grandes.

– Vale, bien, dejaré que vuelva a ocuparse de eso. Que pase un buen día.

Bosch colgó y se quedó sentado ante su escritorio, pensando en la llamada. Estaba avergonzado por la forma en que había dejado que la mejor mano se escurriera por la línea hasta Kotchof. Sabía que sus habilidades interrogatorias se habían adormecido a lo largo de los últimos tres años, pero eso no le ahorraba el escozor. Necesitaba mejorar, y tenía que hacerlo pronto.

Aparte de eso, había mucho contenido de la llamada que considerar. No interpretó gran cosa en la reacción airada de Kotchof al hecho de haber sido supuestamente visto en Los Ángeles justo antes del asesinato. Al fin y al cabo, Bosch se había inventado la testigo y el enfado de Kotchof estaba ciertamente justificado. Lo que era notable era cómo la rabia de Kotchof se había concentrado en Grace Tanaka. Merecía la pena seguir explorando esa relación, quizás a través de Kiz Rider.

También consideró la afirmación de Kotchof de que no sabía nada del embarazo de Rebecca Verloren. Bosch instintivamente le creía. En resumen, la conversación no eliminaba a Kotchof de la lista de sospechosos, pero al menos lo aparcó. Discutiría todas las respuestas de Kotchof con Rider para ver si coincidían en la apreciación.

La información más interesante cosechada de la llamada estaba en los conflictos entre los recuerdos de Kotchof y aquellos de Muriel Verloren, la madre de la víctima. Muriel Verloren había dicho que Kotchof había llamado a su hija religiosamente, justo hasta el momento de su muerte. Kotchof aseguraba que no había hecho nada parecido. Bosch no veía ninguna razón para que Kotchof le mintiera al respecto. Si no lo había hecho, entonces el recuerdo de Muriel Verloren era equivocado. O fue su hija la que le había mentido acerca de quién la llamaba cada noche antes de irse a acostar. Puesto que la chica estaba ocultando una relación y el embarazo resultante, parecía probable que ella recibiera todas las noches llamadas de teléfono, sólo que no eran de Kotchof. Eran de otra persona, alguien a quien Bosch empezó a llamar «el señor X».

Después de buscar el número de teléfono en el expediente, Bosch llamó a la casa de Muriel Verloren. Se disculpó por entrometerse y dijo que tenía unas pocas preguntas de seguimiento. Muriel dijo que no le molestaba la llamada.

– ¿Cuáles son sus preguntas?

– Vi el teléfono en la mesilla de al lado de la cama de su hija. ¿Era una extensión del número de la casa o tenía su propio número?

– Tenía su propio número. Era una línea privada.

– Así que cuando Daniel Kotchof la llamaba por la noche era ella la que respondía al teléfono, ¿no?

– Sí, en su habitación. Era la única extensión.

– Entonces la única forma que usted tenía de saber que estaba llamando Danny era porque ella se lo decía.

– No, a veces oía sonar el teléfono. Él llamaba.

– Lo que quiero decir, señora Verloren, es que usted nunca contestó esas llamadas y nunca habló con Danny Kotchof, ¿verdad?

– Exacto. Era su línea privada.

– Así que cuando ese teléfono sonaba y ella hablaba con alguien, la única forma que tenía de saber quién estaba en la línea era que ella se lo dijera. ¿Correcto?

– Eh, sí, creo que es correcto. ¿Está diciendo que no era Danny quien llamó todas esas veces?

– Todavía no estoy seguro. Pero he hablado con Danny en Hawai y dijo que dejó de llamar a su hija mucho antes de su desaparición. Tenía otra novia, ¿sabe? En Hawai.

La información fue recibida con una larga pausa. Finalmente, Bosch habló en el vacío.

– ¿Tiene alguna idea de con quién podría haber estado hablando Becky, señora Verloren?

Después de otra pausa, Muriel Verloren ofreció débilmente una respuesta.

– Quizá con una de sus amigas.

– Es posible -dijo Bosch-. ¿Se le ocurre alguien más?

– No me gusta esto -respondió rápidamente-. Me da la sensación de que continuamente me estoy enterando de cosas.

– Lo siento, señora Verloren. Tratare de no sacudida con estas cosas a no ser que sea necesario. Pero me temo que es necesario. ¿Su marido llegó alguna vez a alguna conclusión acerca del embarazo?

– ¿A qué se refiere? No lo supimos hasta después.

– Eso lo entiendo. Lo que quiero decir es si creen que fue resultado de una relación oculta o fue simplemente un error que ella cometió un día, bueno, con alguien con quien en realidad no tenía una relación.

– ¿Se refiere a una aventura de una noche? ¿Es eso lo que está diciendo de mi hija?

– No, señora, no estoy diciendo eso de su hija. Simplemente estoy haciendo preguntas. No quiero alterarla, lo único que quiero es encontrar a la persona que mató a Rebecca. Y necesito saber todo lo que haya que saber.

– Nunca pudimos explicarlo, detective -respondió ella con frialdad-. Ella se había ido y decidimos no hurgar en la herida. Se lo dejamos todo a la policía y tratamos de recordar a la hija que conocíamos y amábamos. Me dijo que tiene una hija. Espero que lo entienda.

– Creo que lo hago. Gracias por sus respuestas. Una última pregunta, y no hay presión en esto, pero ¿estaría dispuesta a hablar con un periodista acerca de su hija y el caso?

– ¿Por qué iba a hacer eso? No lo hice antes. No creo en ventilar mi dolor delante del público.

– Admiro eso. Pero esta vez quiero que lo haga porque podría ayudarnos a levantar la liebre.

– ¿Quiere decir que podría hacer que la persona que hizo esto saliera al descubierto?

– Exactamente.

– Entonces lo haré sin dudado.

– Gracias, señora Verloren, ya la avisaré.