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Bosch asintió y llamó a Mackey al móvil. Afortunadamente, salió el buzón de voz; Mackey probablemente estaba hecho una furia al teléfono, diciéndole al tipo del taller que no podía encontrar el coche que se suponía que tenía que remolcar. Bosch dejó un mensaje explicando que lo lamentaba, pero que había conseguido arrancar el coche y estaba intentando llegar a casa. Cerró el teléfono y miró a Rider.

Hablaron un poco más acerca de la organización y decidieron que ella trabajaría en exclusiva en la orden esa noche y al día siguiente, y luego se ocuparía del seguimiento a través de las distintas etapas de la aprobación. Rider dijo que quería que Bosch le acompañara en el momento de la autorización final. La presencia de los dos componentes del equipo de investigación en el despacho del juez ayudaría a consolidar la solicitud. Hasta entonces, Bosch continuaría con el trabajo de campo, buscando los nombres que quedaban en la lista de gente que debía ser entrevistada y poniendo en marcha el artículo de periódico. La sincronización sería el factor clave. No querían que el artículo sobre el caso se publicara hasta que tuvieran las escuchas preparadas en los teléfonos que usaba Mackey.

– Me voy a casa, Harry -dijo Rider-. Puedo poner esto en marcha en mi portátil.

– Suerte.

– ¿Qué harás tú?

– Quiero acabar con unas cuantas cosas esta noche. Quizá vaya al Toy District.

– ¿Solo?

– No hay más que vagabundos.

– Sí, y el ochenta por ciento de ellos son vagabundos porque no les funcionan los cables, ni los plomos, ni nada. Ten cuidado. Quizá deberías llamar a la División Central y ver si pueden enviar un coche contigo. Quizá puedan prestarte el submarino.

El submarino era un coche de un solo agente que se usaba como mil usos para el jefe de patrullas. Pero Bosch no creía que necesitara un acompañante. Le dijo a Rider que no se preocupara y que podía irse en cuanto le enseñara a usar AutoTrack.

– Bueno, Harry, en primer lugar has de tener ordenador. Yo lo hago desde mi portátil.

Él rodeó la mesa para colocarse a su lado y observó cómo ella se conectaba al sitio web de AutoTrack, introducía la información de usuario y contraseña y accedía a un formulario de búsqueda.

– ¿Con quién quieres empezar? -preguntó ella.

– ¿Qué tal Robert Verloren?

Ella escribió el nombre y estableció los parámetros de la búsqueda.

– ¿Funciona deprisa? -preguntó Bosch.

– Sí.

Al cabo de un momento Rider localizó una dirección del padre de Rebecca Verloren, pero se detuvo en seco al ver que era la de la casa de Chatsworth. Robert Verloren no había actualizado su licencia de conducir ni comprado propiedades ni se había registrado para votar ni había solicitado una tarjeta de crédito ni figuraba como titular de ningún servicio público en más de diez años. Había desaparecido, al menos de la rejilla electrónica.

– Todavía estará en la calle -dijo Rider.

– Si es que sigue vivo.

Rider introdujo los nombres de Tara Wood y Daniel Kotchof en el sistema AutoTrack y obtuvo múltiples resultados con ambos. Luego, al introducir sus edades aproximadas y centrarse en Hawai y California, redujeron los resultados a dos direcciones que aparentemente correspondían a los correctos Tara Wood y Daniel Kotchof. Wood no había ido a la reunión de la escuela, pero no era porque se hubiera marchado muy lejos. Sólo se había trasladado desde el valle de San Fernando hasta Santa Mónica, al otro lado de las colinas. Entretanto, aparentemente, Daniel Kotchof había regresado de Hawai muchos años antes, había vivido en Venice unos pocos años y después había vuelto a Maui, donde estaba localizada su dirección actual.

El último nombre que Bosch dio a Rider para que buscara en el ordenador era Sam Weiss, la víctima del robo cuya pistola se utilizó para asesinar a Rebecca Verloren. Aunque había cientos de resultados con ese nombre, fue fácil encontrar al Sam Weiss correcto. Seguía viviendo en el mismo domicilio en que se había producido el robo e incluso tenía el mismo número de teléfono.

Rider imprimió los datos para Bosch y también le dio el número de teléfono de Grace Tanaka que les había proporcionado antes Bailey Sable. Hecho esto, recogió lo que necesitaría para trabajar en la orden de búsqueda en casa.

– Si me necesitas llámame al busca -dijo Rider al poner su ordenador en un estuche acolchado.

Después de que se hubiera ido, Bosch miró el reloj que había encima de la puerta de Pratt y vio que acababan de dar las seis. Decidió que pasaría alrededor de una hora buscando nombres antes de dirigirse al Toy District para encontrar a Robert Verloren. Sabía que sólo estaba demorando su visita a la zona de los desclasados, una visita que ciertamente iba a deprimirle, de manera que consultó el reloj otra vez y se prometió a sí mismo que no pasaría más de una hora al teléfono.

Decidió empezar por los locales, pero no tuvo fortuna. Sus llamadas a Tara Wood y Sam Weiss quedaron sin respuesta y le conectaron con contestadores automáticos. Dejó un mensaje para Wood, identificándose, dándole su número y mencionando que la llamada era en relación con Rebecca Verloren. Esperaba que mencionar el nombre de su amiga bastaría para intrigarla y obtener una respuesta. Con Weiss sólo dejó su nombre, pues no quiso avisarle de que la llamada era acerca de lo que podía ser una fuente de culpa para el hombre que indirectamente proporcionó el arma que mató a una chica de dieciséis años.

Después llamó al número de Grace Tanaka en Hayward y ésta le contestó al cabo de seis tonos. Desde el principio pareció enfadada por la llamada, como si hubiera interrumpido algo importante, pero sus modales y voz bronca se suavizaron en cuanto Bosch dijo que llamaba por Rebecca Verloren.

– Oh, Dios mío, ¿ha ocurrido algo? -preguntó.

– El departamento ha tomado un ávido interés en re investigar el caso -dijo Bosch-. Ha surgido un nombre nuevo. Es un individuo que pudo estar implicado en el crimen en mil novecientos ochenta y ocho, y estamos tratando de averiguar si encaja con Becky o con sus amigas de algún modo.

– ¿Cómo se llama? -preguntó Tanaka con rapidez.

– Roland Mackey. Era un par de años mayor que Becky. No fue a Hillside, pero vivía en Chatsworth. ¿El nombre significa algo para usted?

– La verdad es que no. No lo recuerdo. ¿Cómo estaba conectado? ¿Era el padre?

– ¿El padre?

– La policía dijo que estaba embarazada. O sea, que había estado embarazada.

– No, no sabemos si estaba relacionado de ese modo o no. ¿Así pues, no reconoce el nombre?

– No.

– Se hace llamar Ro.

– Tampoco.

– Y está diciendo que no sabía que ella estuvo embarazada, ¿no?

– No lo sabía. Ninguna de sus amigas lo sabíamos.

Bosch asintió con la cabeza, aunque sabía que su interlocutora no podía verlo. No dijo nada, esperando que pudiera sentirse incómoda con el silencio y aportara algo que pudiera resultar de valor.

– Hum, ¿tiene una foto de ese hombre? -preguntó ella finalmente.

No era lo que Bosch estaba buscando.

– Sí -dijo-. He de averiguar una forma de acercarme allí para que la vea, y ver si desencadena el recuerdo.

– ¿No puede escanearla y enviármela por mail?

Bosch sabía lo que le estaba pidiendo, y aunque él no sabía hacerlo suponía que Kiz Rider probablemente no tendría ningún problema.

– Creo que podríamos hacerlo. Mi compañera es la que maneja el ordenador y no está aquí en este momento.

– Le daré mi dirección de correo y ella puede enviármela cuando llegue.

Bosch anotó en su libretita la dirección que Grace Tanaka le recitó. Le dijo que recibiría el mensaje de correo a la mañana siguiente.

– ¿Alguna cosa más, detective?

Bosch sabía que podía colgar y dejar que Rider lo intentara con Grace Tanaka después de que le enviara la foto. Pero decidió no dejar pasar la oportunidad de remover antiguas emociones y recuerdos. Quizá tuviera más suerte.