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– Sólo tengo unas pocas preguntas. Eh, ese verano, ¿cómo definiría su relación con Becky?

– ¿Qué quiere decir? Éramos amigas. La conocía desde primer curso.

– De acuerdo, bueno, ¿cree que era su mejor amiga?

– No, creo que su mejor amiga era Tara.

Otra confirmación de que Tara Wood había sido la más cercana a Becky al final.

– Así que ella no se confió a usted cuando descubrió que estaba embarazada.

– No, ya se lo he dicho, no lo supe hasta después de que estuvo muerta.

– ¿y usted? ¿Confiaba en ella?

– Por supuesto.

– ¿Del todo?

– Detective, ¿qué quiere decir?

– ¿Sabía que es usted homosexual?

– ¿Qué tiene eso que ver?

– Sólo intento formarme una idea del grupo. El Kitty Kat Club, creo que se llamaban ustedes cuatro…

– No -dijo ella abruptamente-. Ella, no lo sabía. Ninguna de ellas lo sabía. No creo que ni siquiera yo misma lo supiera entonces. ¿De acuerdo, detective? ¿Cree que es suficiente?

– Lo siento, señorita Tanaka. Como le digo, sólo intento formarme una imagen lo más amplia posible. Aprecio su franqueza. Una última pregunta. Si Becky estuvo en una clínica y necesitaba que la llevaran a casa después del abortó porque no creía que pudiera conducir, ¿a quién habría llamado?

Hubo un largo silencio antes de que Grace Tanaka contestara.

– No lo sé, detective. Me habría gustado que fuera a mí. Que yo fuera ese tipo de amiga. Pero obviamente era otra persona.

– ¿Tara Wood?

– Tendrá que preguntárselo a ella. Buenas noches, detective Bosch.

Tanaka colgó, y Bosch sacó el anuario para mirar su foto. En la imagen -de hacía muchos años- era una chica menuda de origen asiático. No coincidía con la bronca expresión de la voz que acababa de escuchar en el teléfono.

Bosch escribió una nota para Rider que contenía la dirección de correo electrónico e instrucciones para escanear y enviar la foto de Mackey. También anotó una pequeña advertencia acerca de haber encontrado resistencia de Tanaka cuando sacó a relucir su sexualidad. Colocó la nota encima de la mesa de Rider para que fuera lo primero que viera por la mañana.

Eso dejaba una última llamada, ésta a Daniel Kotchof, que vivía, según AutoTrack, en Maui, donde era dos horas más temprano.

Llamó al número que había obtenido de AutoTrack y contestó una mujer. Dijo que era la esposa de Daniel Kotchof y que su marido estaba trabajando en el hotel Four Seasons, donde estaba empleado como «director de hospitalidad». Bosch llamó al número que ella le dio y le pasaron a Daniel Kotchof. Éste argumentó que sólo podía hablar unos minutos y puso a Bosch en espera durante cinco de ellos mientras iba a un lugar más privado del hotel para mantener la conversación, que inicialmente fue improductiva. Como Grace Tanaka, no reconoció el nombre de Roland Mackey. Además, a Bosch le dio la sensación de que para Kotchof la llamada suponía un incordio o una intromisión. Explicó que estaba casado y que tenía tres hijos, y que ya rara vez pensaba en Becky Verloren. Le recordó a Bosch que él y toda su familia se habían trasladado desde el continente un año antes de la muerte de Rebecca.

– Según me han contado, después de que se trasladara a Hawai, los dos continuaron llamándose con bastante frecuencia -dijo Bosch.

– No sé quién se lo ha contado -dijo Kotchof-. O sea, hablamos. Sobre todo al principio. Tenía que llamar yo porque ella decía que sus padres le dijeron que costaba mucho dinero llamarme. Me pareció un cuento. Querían perderme de vista. Así que tenía que llamar yo, pero era como, bueno, ¿para qué? Yo estaba en Hawai y ella estaba en Los Ángeles. Se había terminado. Y enseguida tuve una novia aquí, de hecho, ahora es mi mujer, y dejé de llamar a Beck. Eso fue todo, hasta que, bueno, hasta que me enteré de lo ocurrido y el detective me llamó.

– ¿Se enteró antes de que llamara el detective?

– Sí, lo había oído. La señora Verloren llamó a mi padre y él me dio la noticia.

También me llamaron algunos de mis amigos de allí. Sabían que querría saber de ello. Era raro, joder, esta chica a la que conocía y la liquidan así.

– Sí.

Bosch pensó en qué más podía preguntar. La historia de Kotchof entraba en conflicto en pequeños detalles con el relato de Muriel Verloren. Sabía que tendría que cuadrar las historias en algún punto. La coartada de Kotchof continuaba molestándole.

– Eh, mire, detective, he de colgar -dijo Kotchof-. Estoy trabajando. ¿Hay algo más?

– Sólo unas pocas preguntas. ¿Recuerda cuánto tiempo antes de la muerte de Rebecca Verloren dejó de llamarla?

– Hum, no lo sé. Hacia el final del primer verano. Algo así. Había pasado un tiempo, casi un año.

Bosch decidió asustar a Kotchof y ver qué pasaba. Era algo que habría preferido hacer en persona, pero no había tiempo ni dinero para un viaje a Hawai.

– ¿Así que su relación había terminado definitivamente cuando ella murió?

– Sí, definitivamente.

Bosch pensó que las oportunidades de recuperar los registros de llamadas de entonces eran escasas.

– ¿Cuando llamaba era siempre en un momento determinado? ¿Sabe?, como una cita.

– Más o menos. Hay dos horas de diferencia, así que no llamaba muy tarde. Normalmente llamaba justo después de cenar, y eso era justo antes de que ella se fuera a acostar. Pero como le he dicho no duró mucho.

– De acuerdo. Ahora he de preguntarle algo bastante personal. ¿Tuvo relaciones sexuales con Rebecca Verloren?

Hubo una pausa.

– ¿Qué tiene que ver con esto?

– No puedo explicárselo, Dan, pero forma parte de la investigación y tiene relación con el caso. ¿Le importa responder?

– No.

Bosch esperó, pero Kotchof no dijo nada más.

– ¿Es ésa su respuesta? -preguntó finalmente Bosch-. ¿Ustedes dos nunca tuvieron relaciones?

– Nunca lo hicimos. Ella decía que no estaba preparada y yo no forcé la situación. Mire, he de irme.

– De acuerdo, Dan, sólo un par de cosas más. Estoy convencido de que quiere que detengamos al tipo que hizo esto, ¿verdad?

– Sí, por supuesto, pero estoy trabajando.

– Sí, ya me lo ha dicho. Deje que le pregunte cuándo fue la última vez que vio a Rebecca.

– No, recuerdo la fecha exacta, pero fue el día que me fui. Cuando nos despedimos. Esa mañana.

– ¿Entonces nunca regresó de Hawai después de que su familia se trasladara?

– No, al principio no. O sea, he vuelto desde entonces. Viví un par de años en Venice después de terminar los estudios, pero luego volví aquí.

– Pero no entre la vez en que su familia se trasladó y el momento del asesinato de Rebecca. ¿Es lo que está diciendo?

– Sí, exacto.

– Entonces si otra testigo con la que he hablado dice que lo vio en la ciudad el fin de semana del Cuatro de Julio, justo antes de la desaparición de Rebecca, ¿se equivoca?

– Sí, se equivoca. Oiga, ¿qué es esto? Le he dicho que no volví nunca. Tenía otra novia. O sea, ni siquiera fui al funeral. ¿Quién le dijo que me vio? ¿Fue Grace? Ella nunca me tragó, esa tortillera. Siempre estaba tratando de buscarme problemas con Beck.

– No puedo decirle quién es, Dan. Igual que si usted quiere decirme algo confidencial yo lo respetaré.

– Quien sea, es una puta mentirosa -dijo Kotchof, con voz estridente-. ¡Es una puta mentira! Compruebe sus registros, tío. Tengo coartada. Estuve trabajando el día que la raptaron y también al día siguiente. ¿Cómo podía haber ido y vuelto? ¡Quien se lo haya dicho es una cuentista!

– Su coartada es lo que es falso, Dan. Su padre podría habérselo pedido a su supervisor. Eso era fácil.

Pasó un momento de silencio antes de que llegara la respuesta.

– No sé de qué está hablando. Mi padre no le pidió nada a nadie y eso es un hecho. Tenemos tarjetas de fichar, joder, y mi jefe habló con los polis y punto. ¿Ahora me viene con esta mierda después de diecisiete años? ¿Está de broma, joder?