A veces me alegro de que papá no esté aquí para verlas. Pero vas a pensar que me he convertido en una nostálgica. Nada de eso. Tan pronto leí tu última carta, el corazón me dio un salto. Era como si el sol hubiese salido después de diez años de días negros y lluviosos. Volví a recorrer la Playa del Inglés, la isla del faro, y volví a surcar la bahía a bordo del Kyaneos. Siempre recordaré aquellos días como los más maravillosos de mi vida.
Te confesaré un secreto. Muchas veces, durante las largas noches de invierno de la guerra, mientras los disparos y los gritos resonaban en la oscuridad, dejaba que el pensamiento me llevase otra vez allí, a tu lado, a aquel día que pasamos en el islote del faro. Ojalá nunca nos hubiéramos ido de aquel lugar. Ojalá aquel día jamás hubiese terminado.
Supongo que te preguntarás si me he casado. La respuesta es no. No me faltaron pretendientes, no vayas a pensar. Todavía soy una joven de cierto éxito. Hubo algunos novios. Idas y venidas. Los días de la guerra eran muy duros para pasarlos en soledad, y yo no soy tan fuerte como Simone. Pero nada más. He aprendido que la soledad es a veces un camino que conduce a la paz. Y durante meses no he deseado más que eso, paz.
Y eso es todo. O nada. ¿Cómo explicarte todos mis sentimientos, todos mis recuerdos durante estos años? Preferiría borrarlos de un plumazo. Quisiera que mi última memoria fuese la de aquel amanecer en la playa y descubrir que todo este tiempo no ha sido más que una larga pesadilla. Quisiera volver a ser una muchacha de quince años y no comprender el mundo que me rodea, pero eso no es posible.
No quiero seguir escribiendo ya. Quiero que la próxima vez que hablemos sea cara a cara.
Dentro de una semana, Simone irá a pasar un par de meses con su hermana en Aix-en-Provence. Ese mismo día, volveré a la estación de Austerlitz y tomaré el tren de Normandía, como lo hice hace diez años. Sé que me esperarás y sé que te reconoceré entre la gente, como te reconocería aunque hubiesen pasado mil años. Lo sé desde hace tiempo.
Hace una eternidad, en los peores días de la guerra, tuve un sueño. En él, volvía a recorrer la Playa del Inglés contigo. El sol se ponía y el islote del faro se distinguía entre la bruma. Todo era como antes: la Casa del Cabo, la bahía…, incluso las ruinas de Cravenmoore sobre el bosque. Todo menos nosotros. Éramos un par de viejecitos. Tú ya no estabas para navegar y yo tenía el pelo tan blanco que parecía ceniza. Pero estábamos juntos.
Desde aquella noche he sabido que algún día, no importaba cuándo, llegaría nuestro momento. Que en un lugar lejano, las luces de septiembre se encenderían para nosotros y que, esta vez, ya no habría más sombras en nuestro camino.
Esta vez sería para siempre.