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El camino en la tierra era una lenta y fácil pendiente, sobre el suelo de roca que era frío bajo sus pies. Cuando entraron dentro se desnudaron y un par de puertas de hierro fundido se abrieron. El pasillo que se abría paso era de aproximadamente cincuenta pies de largo y veinte pies de alto.

Sobre los estantes, miles de tarros de cerámica de varios tamaños reflejaban la luz de diferentes formas. Cada contenedor sostenía el corazón de un lesser, órgano que Omega les quitaba durante la ceremonia de entrada en la Sociedad. Durante la existencia de un lesser como asesino, el tarro era la única verdadera posesión personal, y si era posible la Hermandad lo recogía después de una matanza.

Al final del pasillo, había otro juego de puertas dobles. Éstas ya estaban abiertas.

El Santo Sanctorum de la Hermandad había sido labrado en el lecho de la roca y adornada superficialmente en mármol negro a principio de 1700 cuando la primera migración de Europa había cruzado por casualidad el océano. La habitación estaba bien clasificada y tenía un techo de estalactitas blancas que colgaban como dagas. Velas masivas, tan gruesas como el brazo de un hombre y largas como una pierna, estaban enfundadas en negras estaciones de hierro, sus llamas casi tan luminosas como las de las antorchas.

Abajo en el frontal había una plataforma levantada, tenía acceso por una serie de bajas escaleras. El altar sobre la cima había sido hecha sobre una losa de caliza que había sido traída del Viejo Continente, su gran peso apoyado horizontalmente sobre dos dinteles de piedra de corte áspero. En el centro de la cosa había una calavera.

Detrás del altar, una pared plana tenía grabados los nombres de cada uno de los hermanos que alguna vez hubiera habido, detrás del primero había una calavera sobre el altar. Las inscripciones se encontraban en los paneles que cubrían cada pulgada de la superficie, salvo una extensión no marcad en la zona central. Esa parte lisa era de aproximadamente de seis pies de ancho y controlaba la zona vertical de la extensión del mármol. En medio de todo ello, aproximadamente cinco pies sobre el suelo, dos gruesas clavijas se elevaban, donde un hombre podría agarrarse y mantenerse en ese lugar.

El aire que se respiraba era muy familiar: tierra húmeda y cera de velas.

– Saludos, Hermandad.

Todos se giraron hacia la voz femenina.

La Scribe Virgin era una diminuta figura en la lejana esquina, su traje negro se cernía sobre el suelo. Nada de ella era visible, ni siquiera su cara, pero debajo de aquellos negros pliegues que la cubrían, la luz salía en tropel como la caída del agua.

Ella flotó hacia ella, deteniéndose delante de Wrath. -Guerrero.

Él se inclinó. -Scribe Virgin.

Ella saludó a cada uno por turno, dejando a Rhage el último. -Rhage, hijo de Tohrture.

– Scribe Virgin. -Él inclinó la cabeza.

– ¿Cómo te va?

– Estoy bien. -O lo estaría, en cuanto todo esto hubiese terminado.

– Y has estado ocupado ¿verdad? A continuación pondremos nuevos precedentes, como tu cariño. La compasión de ellos no estará en loables direcciones. – Ella se rió con un filo. – De algún modo, no es ninguna sorpresa que acabemos con usted aquí. ¿Eres consciente, o no lo eres, que este es el primer rythe que alguna vez se intercambia dentro de la Hermandad?

No exactamente, pensó él. Tohr había rechazo el que le ofreció Wrath el pasado julio.

Pero él no iba a indicárselo.

– Guerrero, ¿estás preparado para aceptar lo que has ofrecido?

– Lo estoy. -Él escogió las siguientes palabras con mucho cuidado, por que tú no le planteabas ninguna pregunta a la Scribe Virgin. A no ser que quisieras comerte tu propio culo. – Yo le pediría que no vaya hacerle daño a mis hermanos.

Su voz se endureció. -Estás peligrosamente cerca de preguntar.

– No creo que sea ninguna ofensa.

Aquella risa baja, suave volvió otra vez.

Hombre, él apostaría que ella estaba disfrutando como el infierno con esto. Él nunca le había gustado, aunque tampoco podía culparla. Le había dado muchos motivos para reproducir su antipatía.

– Piensas que no ofendes ¿guerrero? -La ropa se movió mientras ella sacudía su cabeza. -Al contrario, nunca vacilas en ofender para conseguir lo que deseas y siempre son problemas. Es también por lo que estamos todos juntos aquí esta noche. – Ella se marchó dando la vuelta -¿Tienes el arma?

Phury dejó el petate, lo abrió y sacó el tri-látigo. El mango de 60 cm. de largo estaba hecho de madera y recubierto de cuero marrón que estaba oscurecido por el sudor de muchas manos. De la punta de la barra, tres largos de cadena ennegrecida de acero se mecían en el aire. Al final de cada uno de ellos había pinchos colgando, como una piña con lengüetas.

El tri-látigo era un arma antigua, cruel, pero Tohr había escogido sabiamente. Para que el ritual se considerara acertado, lo hermanos no le podían ahorrar a Rhage nada sobre el tipo de arma que utilizaran y el modo en que la pondrían sobre su piel. Ser indulgentes sería rebajar la integridad de la tradición, el pesar que él ofrecía y la posibilidad de una verdadera purificación.

– Así sea. -dijo ella. -Avanza hacia la pared, Rhage, hijo de Tohrture.

Él se adelantó, subiendo las dos escaleras a la vez. Cuando llegó al altar, miró fijamente la calavera sagrada, mirando la llama de luz de la lumbre en las órbitas y los largos colmillos. Colocándose contra el negro mármol, agarró las clavijas y sintió el frío suave sobre su espalda.

La Scribe Virgen fue hacia él y levantó su brazo. Su manga perdió terreno y un brillo candente como el arco de un soldador fue revelado, la picante luz vagaba formando una mano. Un zumbido eléctrico de bajo nivel lo atravesó y él sintió que algo cambiaba en su torso, como si sus órganos internos habían sido reorganizados.

– Puede comenzar el ritual.

Los hermanos se alinearon, sus cuerpos desnudos brillaban con fuerza, sus caras marcaban profundos surcos. Wrath cogió el tri-látigo de Phury y fue el primero en avanzar. Cuando se movió, los eslabones del arma sonaron con el dulzor de la llamada de un pájaro.

– Hermano. -Dijo el rey suavemente.

– Mi señor.

Rhage miró fijamente aquellas gafas de sol mientras Wrath comenzaba a balancear el azote en un amplio círculo para construir el ímpetu. El sonido de un zumbido comenzó bajo y creció hasta que el arma avanzó, cortando el aire. Las cadenas golpearon el pecho de Rhage y luego las lengüetas se agarraron a él, clavando el aire en sus pulmones. Mientras se mantenía sobre las clavijas, mantuvo su cabeza alta mientras su visión que se oscurecía y luego volvía.

Tohr era el siguiente, su golpe extrajo de golpe el aire de Rhage de manera que sus rodillas se doblaron aceptando su peso otra vez. Vishous y Phury le siguieron.

Cada vez, él buscaba los afligidos ojos de sus hermanos con la esperanza de aliviar su angustia, pero como Phury se giró dando media vuelta, Rhage solo pudo apoyar la cabeza. Dejó que cayese sobre su hombro y de esa manera vio como la sangre le recorría el pecho, los muslos y los pies. Un charco se formaba en el suelo, reflejando la luz de las velas y miró fijamente el lío rojo que lo hacía mareado. Decidido a quedarse de pie, se amartillo sobre sus codos de manera que fueron sus articulaciones y sus huesos, no sus músculos, los que lo mantuvieran en el sitio.

Cuando hubo una pequeña calma, se hizo débilmente consciente de una especie de discusión. Parpadeó varias veces antes de que sus ojos se aclararan lo suficiente para ver.

Phury le ofrecía el azote y Zsadist ponía distancia con la cosa en lo que parecía algo como terror. Las manazas de Z estaban levantadas y las anillas de sus pezones emitiendo la luz del fuego como si respirara con dificultad. El hermano estaba del color de la niebla, su piel era de color gris y era brillante poco natural.

Phury habló suavemente e intentó coger el brazo de Zsadist. Z se movía desordenadamente, pero Phury se mantuvo con él. Cuando se movieron en un baile sombrío, el látigo cubrió la espalda de Z cambiando la posición de sus músculos.