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Nunca he sonreído tanto al servir las bebidas como aquella noche, ni he traído nunca el cambio con tal rapidez, ni tomado los encargos con tanta exactitud. Ni siquiera Rene, con su pelo alborotado, logró que perdiera el tiempo, a pesar de que en cuanto me acercaba a la mesa que compartía con Hoyt y otro par de colegas insistía en arrastrarme a sus interminables conversaciones.

Rene se hacía de vez en cuando el cajún loco, aunque todo acento cajún que pudiera poner era falso [5], sus viejos habían dejado que se perdiera cualquier herencia. Todas las mujeres con las que se había casado eran duras y salvajes. Su breve matrimonio con Arlene fue cuando ella era joven y no tenía hijos, y esta me había contado que de vez en cuando habían hecho cosas que, al pensarlas ahora, le ponían los pelos de punta. Ella había madurado desde entonces, pero Rene no. Y para mi sorpresa, Arlene le tenía mucho cariño.

Todo el mundo en el bar aquella noche estaba excitado por los inusuales sucesos de Bon Temps. Una mujer había sido asesinada, y eso era un misterio; normalmente, los asesinatos de Bon Temps se resuelven con facilidad. Y una pareja había muerto de modo violento en un capricho de la naturaleza. En mi opinión, lo que sucedió a continuación se debió a esa excitación. Aquel era un bar para gente local, con algunos forasteros que se pasaban por él de manera habitual, y yo nunca había tenido serios problemas con atenciones no deseadas. Pero esa noche, un hombre que se sentaba en una mesa cerca de Rene y Hoyt, un rubio corpulento con la cara ancha y roja, metió una mano por la pernera de mis pantaloncitos cuando le llevé las cervezas.

Eso no estaba bien visto en Merlotte's.

Pensé en estamparle la bandeja en la cabeza, pero sentí que retiraban la mano y noté que había alguien de pie detrás de mí. Me giré y vi que era Rene, que se había levantado de la silla sin que yo me diera ni cuenta. Reseguí su brazo con la mirada y vi que su mano agarraba la del tipo rubio y la apretaba con fuerza. El rostro del rubio se estaba poniendo colorado.

– ¡Eh, hombre, suéltame! -protestó-. No ha sido nada.

– No toques a nadie que trabaje aquí, esas son las normas. -Rene puede ser bajo y enjuto, pero todos en el bar hubieran apostado por nuestro chico local contra el corpulento visitante.

– Está bien, está bien.

– Discúlpate ante la señorita.

– ¿Ante Sookie la Loca?-su voz sonaba incrédula. Debía de haber venido ya alguna vez. La mano de Rene debió de apretar con mayor fuerza, porque vi que las lágrimas asomaban a los ojos del tipo rubio-. Lo siento, Sookie, ¿de acuerdo?

Asentí con tanta majestuosidad como fui capaz. Rene soltó con brusquedad la mano del otro hombre e hizo un gesto con el pulgar para indicarle que se fuera a paseo. El rubio no tardó nada en salir por la puerta, y su acompañante lo siguió.

– Rene, deberías dejar que yo me encargara de estas cosas -le dije en voz baja cuando pareció que los demás clientes retomaban sus conversaciones. Habíamos dado a la máquina de los rumores combustible suficiente al menos para un par de días-. Pero te agradezco que des la cara por mí.

– No quiero que nadie se meta con una amiga de Arleneme respondió de modo prosaico-. Merlotte's es un lugar agradable, y todos queremos que siga siéndolo. Además, a veces me recuerdas a Cindy, ¿lo sabías?

Cindy era la hermana de Rene, y se había trasladado a Baton Rouge uno o dos años atrás. Era rubia y de ojos azules, pero aparte de eso no fui capaz de encontrarle más similitudes conmigo. Pero no parecía educado señalarlo.

– ¿Ves mucho a Cindy? -le pregunté. Hoyt y el otro hombre que estaba con ellos en la mesa discutían sobre puntuaciones y estadísticas de los Capitanes de Shreveport [6].

– De vez en cuando-respondió Rene, ladeando la cabeza como para indicar que le gustaría verla más a menudo-. Trabaja en la cafetería de un hospital.

Le di una palmada en el hombro.

– Tengo que ir a trabajar.

Cuando llegué a la barra para recoger el siguiente pedido, Sam me miró con las cejas arqueadas. Abrí mucho los ojos para mostrarle lo sorprendida que estaba por la intervención de Rene, y Sam se encogió ligeramente de hombros, como si señalara que no hay modo de prever el comportamiento humano.

Pero cuando pasé al otro lado de la barra para coger unas cuantas servilletas, me fijé en que había sacado el bate de béisbol que guarda debajo de la caja registradora para los casos de emergencia.

La abuela me tuvo ocupada durante todo el día siguiente. Ella quitó el polvo, pasó la aspiradora y fregó, y yo limpié los baños. Mientras pasaba el estropajo del retrete por la taza, me pregunté si los vampiros necesitaban ir alguna vez al baño. La abuela me hizo aspirar el pelo de gato del sofá, y también vacié todas las papeleras. Abrillanté las mesas, y hasta limpié la lavadora y la secadora, por tonto que suene.

Cuando la abuela comenzó a meterme prisa para que me diera una ducha y me cambiara de ropa, comprendí que consideraba a Bill el vampiro como mi cita. Eso me hizo sentirme un poco rara. Primero, demostraba que la abuela estaba tan desesperada porque yo tuviera vida social que hasta un vampiro le resultaba aceptable; segundo, yo albergaba ciertos sentimientos que respaldaban esa idea; tercero, Bill podía interpretar correctamente todo aquello; y cuarto, ¿podía un humano llegar a gustarle a un vampiro?

Me duché, me maquillé y me puse un vestido, ya que sabía que de lo contrario la abuela se enfadaría. Se trataba de un pequeño vestido azul de algodón con pequeñas margaritas estampadas, y era más ajustado de lo que le gustaba a la abuela y más corto de lo que Jason consideraba apropiado para su hermana. Ya había oído todo aquello la primera vez que lo llevé. Escogí los pendientes pequeños de bolas amarillas y me eché el pelo hacia atrás, suelto pero sujeto con un pasador con forma de plátano amarillo.

La abuela puso una mirada rara que me costó interpretar. Podría haberlo descubierto con facilidad escuchándola, pero hacerle eso a la persona con quien convives es algo terrible, así que preferí permanecer en la ignorancia. Por su parte, ella vestía la falda y la blusa que suele llevar en las reuniones de los Descendientes de los Muertos Gloriosos, que no llegaba a ser un traje de domingo, pero estaba por encima de la ropa diaria.

Cuando él llegó, yo estaba barriendo el porche delantero, que se nos había olvidado. Hizo una entrada puramente vampírica, en un momento dado no estaba allí y al siguiente sí, esperando al pie de las escaleras y mirándome.

Le sonreí y le dije:

– No me has asustado.

Pareció un poco cohibido.

– Es por costumbre -dijo-, lo de aparecer así. No suelo hacer mucho ruido.

Abrí la puerta.

– Adelante -le invité, y él subió las escaleras mirando a su alrededor.

– Recuerdo esto -dijo-, aunque no era tan grande.

– ¿Te acuerdas de esta casa? Eso le encantará a la abuela.- Lo precedí hasta llegar a la sala de estar mientras avisaba a la abuela.

Ella entró en la sala con mucha dignidad, y por primera vez me di cuenta del gran esmero que había puesto en su denso pelo blanco, que para variar llevaba suave y bien peinado, enrollado sobre la cabeza formando una complicada espiral. También se había puesto pintalabios.

Bill demostró estar tan curtido en las relaciones sociales como mi abuela. Se saludaron, se dieron las gracias el uno al otro, intercambiaron cumplidos y por último Bill se sentó en el sofá. Tras traernos una bandeja con tres vasos de té al melocotón, mi abuela se sentó en la butaca, dejando claro que yo debía ponerme junto a Bill. No había modo de salir de aquello sin quedar en evidencia, así que me senté a su lado pero cerca del borde, como si en cualquier momento pudiera levantarme para llenarle de nuevo el vaso de té helado, como es costumbre.

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[5]Los cajunes son los habitantes del sur de Luisiana, que aún hablan un dialecto francés. N. del T.

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[6]El equipo de béisbol de la ciudad. N. del T.