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– Bueno, pues si no es por él, lo haré por mí, para poder sentirme orgullosa-dijo la abuela categórica-. Además, jovencita, ¿cómo sabes tú dónde duerme?

– Buena pregunta, abuela. No lo sé. Pero tiene que mantenerse apartado de la luz y estar a salvo, así que me supongo eso.

Pronto comprendí que nada podía evitar que mi abuela entrara en un frenesí de orgullo casero. Mientras yo me arreglaba para ir al trabajo, ella fue a la tienda, alquiló un aspirador de alfombras y se puso a limpiarlo todo.

De camino a Merlotte's, me desvié un poco al norte y pasé por delante de Four Tracks Comer. Era un cruce de caminos tan antiguo como la presencia humana en el área, formalizado ahora por asfalto y señales de tráfico, pero de acuerdo con el folclore local fue la intersección de dos pistas de caza. Supongo que antes o después tendrá casas de estilo ranchero y calles comerciales a cada lado, pero por el momento era todo bosque y, según Jason, la caza seguía siendo abundante.

Como no había nada que me lo impidiera, conduje por el camino bacheado que llevaba hasta el claro donde se situaba la caravana alquilada de los Rattray. Paré el coche y miré a través del parabrisas, aterrada. La caravana, que era muy pequeña y vieja, yacía aplastada a tres metros de su posición original, arrugada como un acordeón. El abollado coche de los Rattray todavía se apoyaba sobre uno de los extremos de la roulotte. Por todo el claro se esparcían matorrales y escombros, y los árboles de detrás de la caravana mostraban signos de una gran violencia: tenían las ramas partidas y la copa de un pino colgaba solo de un hilo de corteza. Había ropa enganchada en las ramas, e incluso una bandeja para el horno.

Salí poco a poco del coche y miré a mi alrededor. Los daños eran sencillamente increíbles, en especial para mí, que sabía que no los había provocado un tornado. Bill el vampiro había montado esa escena para ocultar la muerte de los Rattray.

Un viejo todoterreno se acercó saltando sobre los baches hasta detenerse junto a mí.

– ¡Vaya, Sookie Stackhouse! -exclamó Mike Spencer-. ¿Qué haces aquí, muchacha? ¿No tienes que ir al trabajo?

– Sí, señor. Conocía a los Ratas… a los Rattray. Es algo terrible -pensé que eso resultaba lo bastante ambiguo. En ese momento vi que junto a Mike estaba el sheriff.

– Una cosa terrible. Sí, bueno, he oído -dijo el sheriff Bud Dearborn mientras saltaba del todoterreno- que Mack, Denise y tú os llamasteis de todo menos guapos en el estacionamiento de Merlotte's, la semana pasada.

Sentí un escalofrío cerca de donde debe de estar el hígado, cuando los dos hombres se colocaron delante de mí. Mike Spencer era también director de una de las dos funerarias de Bon Temps. Como él siempre señalaba de manera seca y tajante, todo el que quisiera podía ser enterrado por la Firma Funeraria Spencer e Hijos, aunque parecía que solo los blancos querían. De manera similar, solo los negros decidían que los enterrara el Dulce Descanso. Mike era un hombre grueso de mediana edad, con el pelo y el bigote del color del té claro, y era aficionado a las botas de vaquero y a las corbatas de lazo, que lógicamente no podía ponerse cuando estaba de servicio en Spencer e Hijos. Ahora sí las llevaba.

El sheriff Dearborn, que tenía fama de ser buen hombre, era un poco mayor que Mike, pero estaba en buena forma y era duro desde su firme sombrero gris hasta la punta de sus zapatos. El sheriff tenía un rostro aplastado y vivaces ojos castaños. Mi padre y él habían sido buenos amigos.

– Sí, señor, tuvimos un altercado -dije con sinceridad, echando mano de mi mejor acento sureño.

– ¿Quieres contármelo? -el sheriff sacó un Marlboro y lo encendió con un sencillo mechero de metal.

Y cometí un error. Debería habérselo contado. La gente pensaba que estaba loca, y algunos hasta que era retrasada. Pero por mi vida que no pude encontrar ninguna razón para explicárselo a Bud Dearborn. Ninguna, excepto el sentido común.

– ¿Por qué? -pregunté.

Sus pequeños ojos castaños se pusieron de inmediato alerta, y se desvaneció el aire amigable.

– Sookie-dijo, con tono de sentirse muy defraudado. No me lo creí ni por un instante.

– Yo no he hecho esto-dije, barriendo la destrucción con un gesto de la mano.

– No, no lo has hecho -admitió- Pero de todas maneras, si alguien muere una semana después de tener una pelea con otra persona, creo que debo hacer algunas preguntas.

Me replanteé la idea de plantarle cara. Era divertido, pero no pensé que mereciera la pena. Resultaba evidente que mi reputación de simpleza podría serme útil. Puede que no tenga muchos estudios ni haya visto mundo, pero no soy estúpida ni inculta.

– Bueno, estaban haciendo daño a mi amigo -confesé, dejando caer la cabeza y mirándome los pies.

– ¿Ese amigo es el vampiro que vive en la vieja casa Compton? -Mike Spencer y Bud Dearborn intercambiaron miradas.

– Sí, señor. -Me sorprendió enterarme de dónde vivía Bill, pero ellos no se dieron cuenta. Gracias a tantos años teniendo que contenerme para no reaccionar a las cosas que oigo pero no quiero saber, he adquirido un buen control facial. La vieja casa Compton estaba justo al otro extremo de los campos desde nuestra casa, al mismo lado de la carretera. Entre el hogar de Bill y el mío solo se alzaban la arboleda y el cementerio. Qué apropiado para Bill, pensé con una sonrisa.

– Sookie Stackhouse, ¿tu abuela te deja relacionarte con ese vampiro?-dijo Spencer, demostrando poca prudencia.

– Puede preguntárselo a ella -le sugerí maliciosa, con muchas ganas de ver lo que le respondería la abuela a quien sugiriera que no me estaba cuidando bien-. Ya sabe, los Rattray estaban tratando de desangrar a Bill.

– ¿Así que el vampiro estaba siendo drenado por los Rattray? ¿Y tú los detuviste? -me interrumpió el sheriff.

– Sí-dije, tratando de parecer resuelta.

– Drenar a un vampiro es ilegal-musitó.

– ¿No es asesinato matar a un vampiro que no te ha atacado? -pregunté.

Puede que estuviera abusando de mi ingenuidad.

– Sabes muy bien que así es, aunque no estoy de acuerdo con esa ley. Pero sigue siendo la ley y la aplicaré -dijo el sheriff envarándose.

– ¿Y el vampiro los dejó irse, sin amenazarlos con vengarse? ¿No dijo nada como que le gustaría verlos muertos? -Mike Spencer se hacía el estúpido.

– Eso es -les sonreí a los dos y entonces miré mi reloj. Recordé la sangre en la esfera, mi propia sangre, derramada por la paliza de los Rattray. Tuve que apartar esa sangre de mi mente para poder ver la hora.

– Discúlpenme, pero debo ir a trabajar -dije-. Adiós, Sr. Spencer, sheriff.

– Adiós Sookie -respondió el sheriff Dearborn. Me miró como si tuviera más cosas que preguntarme, pero no sabía cómo plantearlas. Estaba claro que no se quedaba del todo satisfecho con la escena del crimen, y yo no creía posible que ningún radar hubiera detectado ese supuesto tornado. Sin embargo, estaban la caravana, el coche, los árboles y los Rattray muertos debajo. ¿Qué se podía decidir, salvo que un tornado los había matado? Me imaginé que habrían enviado los cuerpos para que les hicieran la autopsia, y me pregunté qué podría desvelar esta a tenor de las circunstancias.

El cerebro humano es una cosa sorprendente. El sheriff Dearborn tenía que saber que los vampiros son muy fuertes, pero no podía imaginarse cuánto: lo suficiente para volcar una caravana y aplastarla. Incluso a mí me costaba asumirlo, y eso que yo sabía con seguridad que ningún tornado había golpeado Four Comers.

El bar bullía con los cuchicheos sobre las muertes. El asesinato de Maudette había quedado en segundo plano ante el fallecimiento de Denise y Mack. Descubrí a Sam mirándome fijamente una o dos veces, lo que me hizo pensar en la noche anterior y plantearme cuánto sabría él de lo ocurrido. Pero me daba miedo preguntarle, por si no había visto nada. Tampoco yo podía explicarme algunas de las cosas sucedidas esa noche, pero estaba tan contenta por estar viva que no quería pensar en ello.