– De acuerdo-dije, tratando de mantener una voz serena y los ojos muy abiertos para que no cayeran las lágrimas-. ¿Vas a despedirme?
– ¡No, no! -exclamó, al parecer aún más enfadado-. ¡No quiero perderte! -Me cogió por los hombros y me dio un pequeño achuchón. Entonces se quedó mirándome con sus ojos grandes y azules, y sentí una oleada de calor que emanaba de él. El contacto físico acelera mi discapacidad, hace imperativo que escuche a la persona que me toca. Lo miré fijamente a los ojos durante un largo instante; entonces recobré el control y me retiré al tiempo que sus brazos me soltaban. Me giré y salí del almacén, asustada.
Había aprendido un par de cosas desconcertantes: que Sam me deseaba y que no podía oír sus pensamientos con tanta claridad como los de otra gente. Sentí oleadas con impresiones de lo que él sentía, pero no pensamientos. Se parecía más a llevar un anillo anímico [4] que a recibir un fax.
Así que, ¿qué haría con esas informaciones? Absolutamente nada.
Nunca antes había considerado a Sam un hombre con el que irse a la cama (o al menos con el que yo me iría a la cama) por muchos motivos. Pero el más sencillo es que nunca miraba a nadie así, no porque me faltaran hormonas (¡y tanto que las tenía!), sino porque siempre las estoy conteniendo, ya que para mí el sexo es un desastre. ¿Puede alguien imaginarse lo que significa saber todo lo que está pensando tu pareja sexual? Sí, cosas como "Dios, mira qué lunar… tiene el culo un poco gordo… me gustaría que se moviera un poco ala derecha… ¿por qué no capta la idea y…?". Ya sabéis de lo que hablo. Es como un jarro de agua fría para las emociones, creedme. Y durante el coito, no hay manera posible de mantener una barrera mental de ningún tipo.
Otra razón es que Sam me gusta como jefe, y también me gusta mi trabajo, porque me obliga a salir, me mantiene activa y gano algo de dinero, de modo que no me convierta en la especie de reclusa solitaria que mi abuela teme que acabe siendo. Trabajar en una oficia me resulta complicado, y me fue imposible acabar el colegio universitario por la espantosa concentración que debía mantener. Me dejaba agotada.
Así que, en aquel momento, tan solo quise meditar sobre la oleada de deseo que había sentido emanar de él. No era como si me hubiera hecho una proposición verbal o me hubiera arrojado sobre el suelo del almacén. Conocía sus sentimientos y podía ignorarlos si quería. Aprecié la delicadeza de la situación y me pregunté si Sam me había tocado a propósito, si realmente sabía lo que me pasaba.
Me cuidé de quedarme a solas con él, pero tengo que admitir que esa noche me sentí muy agitada.
Las siguientes dos noches fueron mejores. Retomamos nuestra confortable relación y me noté aliviada. Y disgustada. También estuve muy ocupada, ya que el asesinato de Maudette hizo que tuviéramos más afluencia en Merlotte's. Por Bon Temps circulaba toda clase de rumores, y el programa de noticias de Shreveport hasta preparó un breve reportaje sobre la terrible muerte de Maudette Pickens. Yo no fui al funeral, pero la abuela sí y me contó que la iglesia estaba llena a rebosar. La pobre Maudette, esa zoquete de muslos mordidos, resultó más interesante muerta de lo que había sido nunca viva.
Pronto me tocarían dos días libres y tenía miedo de no poder contactar más con el vampiro, Bill. Tenía que transmitirle la petición de mi abuela, pero él no había vuelto al bar y empezaba a preguntarme si lo haría alguna vez.
Mack y Denise tampoco habían vuelto a Merlotte's, pero Rene Lenier y Hoyt Fortenberry se aseguraron de que supiera que habían amenazado con hacerme cosas horribles. No puedo decir que me sintiera muy asustada: la escoria criminal como los Ratas abunda en las autopistas y estacionamientos de caravanas de toda América, sin la inteligencia ni la moral necesarias para asentarse y dedicarse a una vida provechosa. Nunca dejarían una señal positiva en el mundo ni tendrían la menor relevancia, a mi modo de ver. Pasé de las advertencias de Rene.
Pero a él le encantaba comunicármelas. Rene Lenier era pequeño como Sam, pero así como Sam era rubicundo y rubio, Rene era moreno y tenía una pelambrera negra con algunas canas grises que le cubría toda la cabeza. Rene solía venir al bar y charlar con Arlene porque (como le gustaba contar a todo el mundo en el bar) ella era su ex-esposa favorita. Había tenido tres. Hoyt Fortenberry era un cero a la izquierda, aún más que Rene. No era ni moreno ni rubio, ni grande ni pequeño. Siempre parecía alegre y dejaba propinas decentes. Y admiraba a mi hermano Jason más de lo que este se merecía, en mi opinión.
Me alegró que ni Rene ni Hoyt estuvieran en el bar la noche que regresó el vampiro.
Se sentó en la misma mesa.
Ahora que de verdad lo tenía delante, me sentí un poco cortada. Descubrí que ya me había olvidado del casi imperceptible brillo de su piel, y había exagerado su altura y las líneas bien definidas de su boca.
– ¿Qué puedo servirte?-le pregunté.
Me miró. También había olvidado lo profundos que eran sus ojos. No sonrió ni parpadeó, estaba completamente inmóvil. Por segunda vez, su silencio me relajó; cuando dejo caer mi guardia noto que se me relaja la cara, y es tan agradable como que te den un masaje (aunque eso es solo una conjetura).
– ¿Qué eres? -me preguntó. Era la segunda vez que quería saberlo.
– Soy una camarera-dije, malinterpretándolo de nuevo a propósito. Pude notar que mi sonrisa volvía a su sitio; mi pequeño intervalo de paz había desaparecido.
– Vino tinto-pidió, y si estaba disgustado su voz no lo dejó entrever.
– Por supuesto -respondí-. La sangre sintética debería llegar en el camión de mañana. Escucha, ¿podría hablar contigo después del trabajo? Tengo que pedirte un favor.
– Desde luego. Estoy en deuda contigo -y no sonó nada contento por ello.
– ¡No es para mí! -yo también me sentí algo ofendida-. Es para mi abuela. Si estás despierto… bueno, supongo que lo estarás. Cuando salga del trabajo a la una y media, ¿te importaría esperarme en la puerta de empleados, detrás del bar? -Señalé en esa dirección, y la coleta me bailó sobre los hombros. Sus ojos siguieron el movimiento de mi pelo.
– Será un placer.
No supe si estaba mostrando la cortesía que, según insistía la abuela, era la norma en tiempos pretéritos, o si simplemente se estaba burlando de mí. Resistí la tentación de sacarle la lengua o de hacerle una pedorreta. Di media vuelta y regresé a la barra. Cuando le traje el vino, me dejó una propina del veinte por ciento. Poco después miré a su mesa y me di cuenta de que había desaparecido. Me pregunté si mantendría su palabra.
Arlene y Dawn se marcharon antes de que yo terminara, por una razón o por otra, pero sobre todo porque todos los servilleteros de mi zona resultaron estar casi vacíos. Por último recogí mi bolso de la taquilla (con cerradura) del despacho de Sam, donde lo guardo mientras trabajo, y me despedí del jefe. Pude oírlo trastear en el lavabo de hombres, probablemente tratando de arreglar el váter que perdía agua. Me detuve un instante en el de mujeres para echarle un ojo a mi peinado y al maquillaje.
Cuando salí, observé que Sam ya había apagado las luces del estacionamiento para clientes. Solo la farola del poste del tendido eléctrico, junto a su caravana, iluminaba el de empleados. Pa ra deleite de Arlene y Dawn, Sam había puesto un jardincillo delante de la caravana y había plantado boj en él, y constantemente estaban tomándole el pelo con la pulcra línea de su seto. En mi opinión quedaba muy bonito.
Como siempre, el camión de Sam estaba aparcado delante de la caravana, así que mi coche era el único que quedaba en el estacionamiento.
Me estiré y miré a todos lados. Ni señal de Bill. Me sorprendió que aquello me disgustara tanto, había esperado de él que fuera cortés, aunque no le saliera del corazón (¿tenía corazón?).