Изменить стиль страницы

Volvió a sentarse en la silla y a mirar por la ventana abierta. Una ligera brisa ayudaba a disipar la humedad. No oyó a la pareja joven, cortesía de la oficina del FBI en Nueva Orleans, que se instalaron en el cuarto contiguo. Mientras los vecinos le pinchaban la línea del teléfono e instalaban los equipos que les permitirían grabar todos los sonidos de su habitación, Sidney se quedó dormida en la silla alrededor de la una de la mañana. Jason Archer todavía no había llegado.

La casa estaba a oscuras. La capa de nieve fresca brillaba a la luz de la luna llena. La figura salió del bosque y se aproximó a la casa por la parte trasera. En cuestión de segundos la puerta de atrás y la vieja cerradura sucumbieron a las hábiles manipulaciones del intruso vestido con ropas oscuras. El desconocido se quitó las botas de nieve y las dejó afuera; después encendió una linterna y alumbró su camino por la casa desierta. Los padres de Sidney se habían marchado a su casa con la pequeña Amy poco después de que Sidney emprendiera su viaje.

El intruso se dirigió directamente al estudio de Jason. La ventana del cuarto daba al patio trasero, así que el desconocido se arriesgó a encender la lámpara de mesa. Dedicó varios minutos a revisar los cajones y las pilas de disquetes de ordenador. Luego, encendió el ordenador. Revisó todos los archivos del disco duro y miró en pantalla los archivos grabados en los disquetes. Hecho esto, el desconocido sacó un disquete del bolsillo de su chaqueta y lo metió en la disquetera del ordenador. En un par de minutos acabó con el trabajo. Ahora el rastreador instalado en el ordenador de Jason captaría cualquier información que entrara en el sistema. En menos de cinco minutos, la casa volvió a quedar desierta. Las pisadas en la nieve que conducían hasta el bosque desde la puerta trasera también habían desaparecido.

Pero el visitante nocturno de los Archer no sabía que Bill Patterson había hecho algo, de la manera más inocente, antes de marcharse a su casa de Hanover. Mientras salía marcha atrás por el camino hasta la calle, había visto llegar el camión blanco, rojo y azul del correo. El cartero dejó la correspondencia en el buzón y continuó su recorrido. Patterson había vacilado pero después tomó una decisión. Le evitaría una molestia a su hija. Echó una ojeada a algunos de los sobres antes de meterlos en una bolsa de plástico. Miró hacia la casa y entonces recordó que ya había cerrado y que las llaves estaban en el bolso de su esposa. Pero la puerta del garaje estaba abierta. Patterson entró en el garaje, abrió la puerta del Explorer y dejó la bolsa sobre el asiento delantero. Cerró la puerta del vehículo, y después cerró con llave la puerta del garaje.

Bill Patterson no se había dado cuenta de que entre la correspondencia había un sobre acolchado especial para el envío de objetos frágiles. La escritura en el sobre le hubiera resultado inconfundible a Sidney Archer.

Jason Archer se había enviado el disquete a sí mismo.

Capítulo 35

En la acera opuesta al Lafitte Guest House, Lee Sawyer observaba el viejo hotel a través del cristal oscuro de la ventana de una habitación. El FBI había instalado su centro de vigilancia en un edificio de ladrillos abandonado cuyo propietario pensaba rehabilitar al cabo de un par de años. El agente bebió un trago de café y miró la hora: las seis y media de la mañana. La lluvia repiqueteaba contra el cristal. El día había amanecido desapacible.

Junto a la ventana había una cámara fotográfica con trípode. El teleobjetivo medía casi treinta centímetros de largo. Las únicas fotos hechas hasta ahora correspondían a la entrada del hotel, y las había sacado sólo para medir el foco, la distancia y la luz. Sawyer se acercó a la mesa y miró las fotos que no hacían justicia al rostro ni a los ojos verdes. Los agentes del FBI en Nueva Orleans habían fotografiado a Sidney Archer cuando salía del aeropuerto. A pesar de su ignorancia, la mujer parecía estar posando para la cámara. El rostro y el pelo eran hermosos. Sawyer siguió con el dedo el perfil de la nariz hasta los labios carnosos. Sobresaltado, apartó la mano de la foto y miró a su alrededor, un tanto avergonzado. Por fortuna, ninguno de los otros agentes había prestado atención a lo que hacía.

Echó una ojeada a la habitación. La mesa ocupaba el centro del espacio grande y casi vacío con las paredes de ladrillos desnudas, el techo de vigas de madera oscura y el suelo sucio. Dos ordenadores y un magnetófono ocupaban gran parte de la mesa. Agentes de la oficina local del FBI manejaban los equipos. Uno de ellos miró a Sawyer y se quitó los auriculares.

– Toda nuestra gente está en posición. Por los sonidos que capto, la mujer está dormida.

Sawyer asintió y se volvió para mirar otra vez por la ventana. Sus hombres habían averiguado que había otras cinco habitaciones ocupadas en el pequeño hotel. Todas parejas. Ninguno de los varones correspondía a la descripción de Jason Archer.

Las horas siguientes pasaron sin novedad. Sawyer, habituado a las largas vigilancias que muchas veces sólo daban acidez de estómago y dolor de espalda, no se aburría.

El agente que tenía puesto los auriculares escuchaba con atención.

– Acaba de salir de la habitación -anunció.

Sawyer se puso de pie, estiró los músculos y miró la hora.

– Las once. Quizá vaya a desayunar, aunque es un poco tarde.

– ¿Cómo quieres llevar el seguimiento?

– Como habíamos planeado. Dos equipos. Utiliza la mujer del cuarto vecino para el primero y a una pareja para el segundo. Se pueden alternar. Avísales de que estén muy alertas. Archer puede estar en guardia. Que mantengan la comunicación por radio continuamente. Recuerda que no tiene equipaje en el hotel. Por lo tanto, que estén preparados para cualquier medio de transporte, incluido el avión. Asegúrate de tener vehículos disponibles en todo momento.

– De acuerdo.

Sawyer volvió a mirar por la ventana mientras comunicaban sus instrucciones a los equipos. Tenía una sensación extraña que no acababa de definir. ¿Por qué Nueva Orleans? ¿Por qué el mismo día en que el FBI la había interrogado, ella corría el riesgo de hacer esto? Se olvidó de todo lo demás cuando Sidney Archer apareció en la puerta del hotel. La mujer miró por encima del hombre, con el miedo reflejado en los ojos; el agente ya conocía esa mirada. Un estremecimiento le recorrió la columna vertebral cuando de pronto recordó dónde había visto antes a Sidney Archer: en el lugar de la catástrofe. Cruzó la habitación y cogió el teléfono.

Sidney llevaba puesto el abrigo blanco, un testimonio de la bajada de temperatura. Se las había arreglado para espiar el registro de huéspedes, sin que la viera el recepcionista. Sólo figuraba una entrada después de ella. Una pareja de Ames, Iowa, ocupaba la habitación contigua a la suya. La hora de ingreso era la medianoche o quizá más tarde. No le pareció muy normal que una pareja del Medio Oeste se alojara en un hotel a esa hora cuando lo lógico era que ya estuvieran durmiendo. El hecho de que tampoco les oyera moverse en la habitación aumentó todavía más sus sospechas. Los viajeros cansados que se presentaban a medianoche no solían mostrarse muy comprensivos con el descanso de los demás huéspedes. Lo lógico era suponer que el FBI era su vecino, y que probablemente controlaban toda la zona. A pesar de sus precauciones la habían encontrado. Tampoco tenía nada de extraño, se recordó a sí misma mientras caminaba por las calles casi desiertas. El FBI se ganaba la vida con estas cosas. Ella no. ¿Y si el FBI los cogía? Bueno, ella ya había decidido desde el momento en que se enteró de que su marido vivía que sus oportunidades de seguir vivo pasaban por entregarse cuanto antes a las autoridades.

Sawyer se paseó por la habitación con las manos en los bolsillos. Había bebido tanto café que ahora le molestaba la vejiga. Sonó el teléfono. El agente joven atendió la llamada. Era Ray Jackson. Le pasó el teléfono a Sawyer, que se quitó los auriculares.