Изменить стиль страницы

Rowe acabó por exhalar un suspiro y se decidió a mirar al agente.

– Estoy convencido de que Sidney estuvo en la oficina de su marido después del atentado contra el avión.

– ¿Qué pruebas tiene?

– La noche anterior al supuesto viaje de Jason a Los Ángeles, él y yo estuvimos trabajando en un proyecto hasta tarde en su oficina. Salimos juntos. Él cerró la puerta. La oficina permaneció cerrada desde aquel momento hasta que vinieron los técnicos de la empresa instaladora para desactivar la alarma y quitar la puerta.

– ¿Y?

– Cuando entramos en la oficina, advertí de inmediato que el micrófono del ordenador de Jason estaba casi doblado en dos. Como si alguien le hubiese dado un golpe y después intentara arreglarlo.

– ¿Y por qué cree que fue Sidney Archer? Quizá Jason regresó más tarde aquella misma noche.

– Si lo hubiese hecho estaría registrado por partida doble: el sistema de vigilancia electrónica y el guardia de seguridad en el piso. -Rowe hizo una pausa mientras recordaba la noche de la visita de Sidney. Por fin, levantó las manos en un gesto muy expresivo-. No sé cómo explicarlo. Ella estaba husmeando. Me dijo que no había entrado en la zona de acceso restringido, y sin embargo, estoy seguro de lo contrario. Creo que el guardia mintió para favorecerla. Y Sidney me contó una historia sobre que había quedado con la secretaria de Jason para que le devolviera algunos objetos personales de su marido.

– ¿No le pareció plausible?

– Me lo hubiese parecido, pero le pregunté a Kay Vincent si había hablado con Sidney, y me respondió que había hablado con ella, desde su casa, la misma noche en que Sidney fue a la oficina. Sabía que Kay no estaba allí.

Sawyer se balanceó en la silla atento a las palabras de Rowe.

– Hace falta una tarjeta inteligente especial incluso para comenzar el proceso de desactivación en la puerta de la oficina -añadió Quentin-. Además, hay que saber la contraseña de cuatro dígitos porque si no la alarma se dispara. Eso fue lo que ocurrió cuando intentamos entrar en la oficina. Entonces descubrimos que Jason había cambiado la contraseña. Incluso consideré la posibilidad de intentarlo la noche que apareció Sidney, pero sabía que era inútil. Tenía una tarjeta maestra, pero sin la contraseña, la alarma se hubiese disparado de todas maneras. -Hizo una pausa para coger aliento-. Sidney pudo tener acceso a la tarjeta inteligente de Jason y quizás él le comunicó la contraseña. Me parece imposible decir esto: ella está complicada en algo, pero no sé en qué.

– Acabo de estar en la oficina de Archer y no vi ningún micrófono. ¿Cómo era?

– De unos doce centímetros de largo, del grosor de un lápiz, con el micro en un extremo. Estaba montado en la parte inferior izquierda de la unidad central. Es para las órdenes activadas con la voz. Acabarán por sustituir al teclado. Es una bendición para las personas que no saben teclear.

– No vi nada parecido.

– Es probable. Lo habrán retirado porque estaba inservible.

Sawyer se tomó unos minutos para tomar unas cuantas notas y hacer algunas preguntas aclaratorias. Después Rowe le acompañó hasta la salida.

– Si recuerda alguna cosa más, Quentin, por favor, avíseme. -Le entregó una de sus tarjetas.

– Ojalá pudiera saber qué demonios está pasando, agente Sawyer. Como si no tuviera bastante con CyberCom, sólo me faltaba esto.

– Estoy haciendo todo lo que puedo, Quentin. Cruce los dedos.

Rowe volvió a entrar en el edificio, con la tarjeta de Sawyer en la mano. El agente caminó hacia el coche; desde el interior le llegaba el sonido del timbre del teléfono móvil.

– Tenías razón -le dijo Ray Jackson cuando atendió la llamada. La voz de su compañero sonaba agitada.

– ¿Tenía razón en qué?

– Sidney Archer se ha puesto en marcha.

Capítulo 34

Dos coches del FBI seguían al taxi que les precedía unos cincuenta metros. Otros dos coches con agentes circulaban por calles paralelas preparados para reemplazar a los dos primeros en puntos estratégicos para no despertar las sospechas de la persona a la que seguían. Sidney Archer, que era la persona en cuestión, se apartó el pelo de los ojos, inspiró con fuerza y miró la calle a través de la ventanilla mientras repasaba otra vez los detalles del viaje. Se preguntó si esto no era cambiar una pesadilla por otra.

– Regresó a la casa después del funeral, estuvo allí unos minutos y después vino un taxi a recogerla. Por el rumbo que lleva el taxi diría que va al aeropuerto Dulles -dijo Ray Jackson por el teléfono-. Hizo una parada. En un banco. Supongo que para sacar dinero.

Lee Sawyer mantuvo el teléfono bien apretado contra la oreja mientras intentaba encontrar un hueco en el tráfico.

– ¿Dónde estás ahora?

Jackson le comunicó su posición.

– No tendrás problemas para alcanzarnos, Lee. Nos movemos a paso de tortuga.

Sawyer comenzó a mirar las calles transversales.

– Estaré contigo dentro de unos diez minutos. ¿Cuántas maletas lleva?

– Una maleta mediana.

– Un viaje corto.

– Probablemente. -Jackson miró al taxi-. ¡Mierda!

– ¿Qué? -gritó Sawyer.

Jackson, desconsolado, miraba el taxi que se había detenido bruscamente delante de la boca del metro de Vienna.

– Al parecer, la señora ha hecho un cambio en los planes de viaje. Tomará el metro. -Jackson observó a Sidney Archer bajar del taxi.

– Manda a un par de tipos allí ahora mismo, Ray.

– De acuerdo. Eso ya está hecho.

Sawyer encendió las luces azules y rodeó los coches atascados. Cuando volvió a sonar el teléfono, lo cogió en el acto.

– Háblame, Ray, que sean buenas noticias.

– Vale, tenemos a dos tipos con ella. -La respiración de Jackson parecía haber recuperado la normalidad.

– Estoy a un minuto de la estación. ¿En qué dirección va? Espera un momento. Vienna es el final de la línea naranja. Tiene que ir hacia la ciudad.

– Quizá, Lee, a menos que pretenda engañarnos y coja otro taxi al salir de la estación. Dulles está en la otra dirección. Además, tenemos un problema potencial con nuestras líneas de comunicación. Los radiotransmisores no funcionan muy bien en el metro. Si cambia de trenes en el metro y nuestros tipos la pierden, se nos escapará.

Sawyer pensó un momento en el problema.

– ¿Se llevó la maleta con ella, Ray?

– ¿Qué? Maldita sea. No, no lo hizo.

– Mantén dos coches pegados a ese taxi, Ray. Dudo mucho que la señora Archer se deje las bragas limpias y el maquillaje.

– Yo seguiré al taxi. ¿Quieres acompañarme?

Sawyer estaba a punto de asentir, pero entonces cambió bruscamente de opinión. Se saltó un semáforo en rojo.

– Sigue al taxi, Ray. Yo voy a cubrir otro ángulo. Llámame cada cinco minutos y recemos para que no nos dé esquinazo.

Sawyer realizó una vuelta en U y se dirigió a gran velocidad en dirección este.

Sidney se bajó del tren en la estación de Rosslyn y se metió en el metro de la línea azul en dirección sur. En la estación del Pentágono, se apearon un millar de personas. Sidney se había quitado el abrigo blanco y ahora lo llevada colgado del brazo. No quería destacar en la muchedumbre. El suéter azul que llevaba se perdió en el acto entre las numerosas personas que vestían prendas del mismo color.

Los dos agentes del FBI se abrieron paso casi a empujones entre la multitud mientras intentaban localizar desesperados a Sidney Archer. Ninguno de los dos advirtió que Sidney había vuelto a subir al mismo tren unos cuantos vagones más allá. Sidney continuó su viaje hacia el aeropuerto. Miró a los otros pasajeros, pero no vio a nadie que le resultase sospechoso.

Sawyer detuvo el coche delante de la terminal principal del aeropuerto, le mostró sus credenciales a uno de los encargados del aparcamiento, que le miró atónito y corrió al interior del edificio. En unos segundos acabó la carrera y aflojó los hombros, frustrado al ver la masa humana que tenía delante. «¡Mierda!» Al segundo siguiente, se aplastó contra la pared cuando Sidney Archer pasó a menos de tres metros de él.