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– Lo que quiero decir es que sé lo mucho que significa ser Profesor del Año, tan popular con los estudiantes.

A Davis le gustó el cumplido.

– ¿Quién era su profesor favorito? -preguntó.

– La señora Friedman, de Historia Europea Moderna.

– Todavía estaba cuando yo empecé. -Sonrió-. Me gustaba mucho.

– Es muy amable, señor D, en serio, pero una chica ha desaparecido.

– No sé nada de eso.

– Sí lo sabe.

Harry Davis bajó la cabeza.

– Señor D…

No levantó la cabeza.

– No sé lo que está pasando, pero ahora todo se está derrumbando. Todo. Creo que lo sabe. Su vida era una cosa antes de que tuviéramos esta conversación. Ahora es otra. No quiero parecer melodramático, pero no lo dejaré hasta que lo descubra todo por muy malo que sea. Por muchas personas que resulten perjudicadas.

– No sé nada -dijo él-. Aimee no ha estado nunca en mi casa.

De habérselo preguntado, Myron habría dicho que ni siquiera estaba enfadado. En el fondo, ése fue el problema: la falta de aviso. Había hablado con voz mesurada. Había un peligro, pero no tanto para pararse a frenarlo. De haberlo visto venir, se habría podido preparar. Pero la furia llegó de golpe, obligándole a actuar.

Myron se movió rápido. Cogió a Davis por la nuca, le apretó un punto cerca de la base de los hombros y le empujó a la ventana. Davis soltó un gritito mientras él le apretaba la cara con fuerza contra el cristal.

– Mire afuera, señor D.

En la sala de espera, Claire estaba sentada muy erguida. Tenía los ojos cerrados. Creía que nadie la miraba. Le resbalaban lágrimas por las mejillas.

Myron apretó más fuerte.

– ¡Au!

– ¿Lo ve, señor D?

– ¡Suélteme!

Maldita sea. La furia se extendió, difuminándose. La razón volvió a emerger. Como con Jake Wolf, Myron se reprendió a sí mismo por su ataque de genio y soltó la presa. Davis se quedó atrás y se frotó la nuca. Tenía la cara de color escarlata.

– Si se acerca a mí -dijo Davis- le demandaré. ¿Lo entiende?

Myron meneó la cabeza.

– ¿Qué?

– Está acabado, señor D. Aunque todavía no lo sepa.

38

Drew Van Dyne volvió a la Livingston High School.

¿Cómo era posible que Myron Bolitar le hubiera relacionado con aquel embrollo?

Ahora tenía un pánico absoluto. Había dado por supuesto que Harry Davis, el Magnífico y Dedicado Profesor, no diría nada. Eso habría sido mejor, habría permitido que Van Dyne fuera afrontando lo que surgiera. Pero resultaba que Bolitar había ido a parar a Planet Music y había preguntado por Aimee.

Alguien había hablado.

Cuando paró en la escuela, vio a Harry Davis que salía por la puerta. Drew Van Dyne no era un experto en lenguaje corporal, pero estaba claro que Davis estaba fuera de sí. Tenía los puños cerrados, los hombros encogidos, movía los pies arrastrándolos. Normalmente caminaba con una sonrisa y saludando a todos, a veces incluso silbaba. Hoy no.

Van Dyne cruzó el aparcamiento y se atravesó con el coche en el camino de Davis. Éste le vio y se desvió a la derecha.

– Señor D.

– Déjeme en paz.

– Usted y yo tenemos que hablar.

Van Dyne salió del coche. Davis siguió caminando.

– Sabe lo que sucederá si habla con Bolitar, ¿no?

– No he hablado -dijo Davis, con los dientes apretados.

– ¿Lo hará?

– Suba a su coche, Drew. Déjeme en paz de una vez.

Drew Van Dyne meneó la cabeza.

– Recuérdelo, señor D. Tiene mucho que perder.

– Como usted no cesa de recordarme.

– Más que ninguno de nosotros.

– No. -Davis había llegado a su coche. Subió y antes de cerrar la puerta, dijo-: Aimee es quien más tiene que perder, ¿no cree?

Aquello hizo callar a Van Dyne. Ladeó la cabeza.

– ¿Qué quiere decir con eso?

– Piénselo -dijo Davis.

Cerró la puerta y se fue. Drew Van Dyne respiró hondo y volvió a su coche. Aimee era quien más tenía que perder… Le hizo pensar. Arrancó el coche e iba a marcharse cuando vio que la puerta de la escuela se abría de nuevo.

La madre de Aimee salió por la misma puerta por donde el adorado educador Harry Davis había salido como una tromba hacía unos minutos. Y detrás de ella, Myron Bolitar.

La voz del teléfono, la que le había avisado antes. «No hagas estupideces. Está todo controlado.»

A él no se lo parecía en absoluto.

Drew Van Dyne buscó la radio del coche como si estuviera bajo el agua y necesitara oxígeno. El CD se puso en marcha con lo último de Coldplay. Se alejó, dejando que la agradable voz de Chris Martin lo arrullara.

El pánico no le abandonaba.

En estos casos era cuando normalmente tomaba decisiones equivocadas. Siempre metía la pata. Lo sabía. Debía retroceder y reflexionar. Pero así vivía él su vida. Era como un accidente de coche a cámara lenta. Ves lo que te espera. Va a ocurrir una catástrofe y no puedes parar ni esquivarla. Estás indefenso.

Al final, Drew Van Dyne hizo la llamada.

– Diga.

– Puede que tengamos problemas -dijo.

Al otro lado de la línea, Drew Van Dyne oyó suspirar al otro.

– Dime -dijo Big Jake.

Myron dejó a Claire en casa antes de ir al Livingston Mall. Esperaba encontrar a Drew Van Dyne en Planet Music. No tuvo suerte. Esta vez el chico del poncho no quiso hablar, pero Sally Ann dijo que había visto llegar a Drew Van Dyne, que había hablado un momento con el del poncho y después se había vuelto a marchar. Myron tenía el teléfono de la casa de Van Dyne. Llamó pero no respondió nadie.

Llamó a Win.

– Necesitamos encontrarle.

– Estamos dispersando demasiados esfuerzos.

– ¿A quién podemos poner a vigilar la casa de Van Dyne?

– ¿Qué te parece Zorra? -preguntó Win.

Zorra era un ex agente del Mossad, un asesino de los israelíes y un travestido que llevaba zapatos de tacón de aguja, literalmente. Muchos travestidos son encantadores. Zorra no era uno de ellos.

– No sé si pasaría inadvertido en los suburbios.

– Zorra sí.

– Vale, lo que tú creas.

– ¿Adónde vas?

– A Chang's Dry Cleaning. Necesito hablar con Roger.

– Llamaré a Zorra.

Había mucho trajín en Chang's. Maxine vio entrar a Myron y le hizo un gesto con la cabeza para que se acercara. Myron se saltó la cola y la siguió a la trastienda. El olor de productos químicos y tela era sofocante. Era como si las partículas de polvo se te pegaran a los pulmones. Se sintió aliviado cuando ella abrió la puerta trasera.

Roger estaba sentado en una caja en el callejón. Tenía la cabeza baja. Maxine se cruzó de brazos y dijo:

– Roger, ¿tienes algo que decir al señor Bolitar?

Roger era una chico flacucho. Sus brazos eran como cañas sin ninguna definición. No levantó la cabeza.

– Siento haber hecho esas llamadas -dijo.

Era como un niño que hubiera roto la ventana de un vecino con una pelota perdida y su madre le hubiera arrastrado al otro lado de la calle a pedir disculpas. Myron no quería eso. Se volvió hacia Maxine.

– Quiero hablar con él a solas.

– No puedo permitirlo.

– Pues iré a la policía.

Primero Joan Rochester, ahora Maxine Chang: Myron se estaba especializando en amenazar a madres aterrorizadas. A lo mejor empezaría a abofetearlas y a sentirse un gran hombre.

Pero Myron no pestañeó. Maxine Chang sí.

– Esperaré dentro.

– Gracias.

El callejón apestaba, como todos, a basura antigua y orina seca. Myron esperó a que Roger le mirara. Pero no lo hizo.

– No sólo me llamaste a mí -dijo Myron-. También llamaste a Aimee Biel, ¿no?

Él asintió sin levantar la cabeza.

– ¿Por qué?

– Le devolvía una llamada.

Myron puso cara de escepticismo. Dado que el chico seguía con la cabeza baja, el esfuerzo cayó en saco roto.