– Creo que sí. Contrató a dos matones para que me torturaran.
– Porque creía que usted sabía algo de Katie.
– Y usted le dejó, señora Rochester. Le dejó que me torturara y que casi me matara, y sabiendo que yo no había tenido nada que ver.
Ella dejó de pestañear.
– No se lo diga a mi marido. Por favor.
– No tengo ningún interés en perjudicar a su hija. Sólo me interesa encontrar a Aimee Biel.
– No sé nada de esa chica.
– Pero su hija puede que sí.
Joan Rochester meneó la cabeza.
– No lo entiende.
– ¿No entiendo qué?
Joan Rochester se alejó caminando y le dejó allí. Cruzó la. sala. Cuando se volvió a mirarlo, sus ojos estaban llenos de lágrimas.
– Si él se entera. Si la encuentra…
– No la encontrará.
Ella volvió a menear la cabeza.
– Se lo prometo -dijo Myron.
Sus palabras -otra promesa aparentemente vacía- resonaron en la tranquila habitación.
– ¿Dónde está, señora Rochester? Sólo necesito hablar con ella.
Sus ojos empezaron a moverse por el salón como si sospechara que el bufete podía oírles. Fue a la puerta trasera y la abrió. Le indicó que saliera.
– ¿Dónde está Katie? -preguntó Myron.
– No lo sé. Es la verdad.
– Señora Rochester, no tengo tiempo para…
– Las llamadas.
– ¿Qué sucede?
– ¿Dice que procedían de Nueva York?
– Sí.
Ella desvió la mirada.
– ¿Qué?
– Puede que esté allí.
– ¿No lo sabe de verdad?
– Katie no quiso decírmelo. Yo tampoco le pregunté.
– ¿Por qué no?
Los ojos de Joan Rochester eran círculos perfectos.
– Si no lo sé -dijo, mirándole por fin a los ojos-, no puede obligarme a decirlo.
En la casa vecina se puso en marcha una cortadora de césped, quebrando el silencio. Myron esperó un momento.
– Pero ha sabido de Katie.
– Sí.
– Y sabe que está a salvo.
– De él no.
– Pero en general, me refiero. No la han secuestrado ni nada.
Ella asintió lentamente.
– Edna Skylar la vio con un hombre de cabello oscuro. ¿Quién es?
– Está subestimando a Dominick. Por favor no lo haga. Déjenos en paz. Usted busca a otra chica. Katie no tiene nada que ver.
– Las dos utilizaron el mismo cajero.
– Es una coincidencia.
Myron no se molestó en discutir.
– ¿Cuándo vuelve a llamar Katie?
– No lo sé.
– Entonces no me sirve de mucho.
– ¿Qué significa eso?
– Necesito hablar con su hija. Si usted no puede ayudarme, tendré que arriesgarme con su marido.
Ella meneó la cabeza.
– Sé que está embarazada -dijo Myron.
Joan Rochester gimió.
– No lo entiende -dijo otra vez.
– Pues explíqueme.
– El hombre del cabello oscuro… se llama Rufus. Si Dom se entera, le matará. Es así de sencillo. Y no sé lo que le hará a Katie.
– ¿Qué plan tienen, pues? ¿Esconderse para siempre?
– Dudo que tengan algún plan.
– ¿Y Dominick no sabe nada de esto?
– No es tonto. Cree que probablemente Katie huyó de casa.
Myron pensó un momento.
– Entonces hay algo que no entiendo. Si cree que Katie se escapó, ¿por qué acudió a la prensa?
Joan Rochester le sonrió, pero con la sonrisa más triste que Myron había visto en su vida.
– ¿No se da cuenta?
– No.
– Le gusta ganar. Cueste lo que cueste.
– Sigo sin…
– Lo hizo para presionarlos. Quiere encontrar a Katie. Lo demás no le importa. Ésa es su fuerza. No le importan los retos, por grandes que sean. Nunca se siente incómodo. No se avergüenza. Está dispuesto a perder o sufrir por hacer daño. Es un hombre de esa especie.
Se quedaron en silencio. Myron quería preguntar por qué seguía casada con él, pero no era asunto suyo. Había tantos casos de mujeres maltratadas en aquel país… Le habría gustado ayudar, pero Joan Rochester no lo aceptaría y él tenía asuntos más apremiantes en la cabeza. Se acordó de los Gemelos, de que no le había importado que murieran, de Edna Skylar y la forma como trataba a los pacientes más puros.
Joan Rochester había tomado una decisión. Tal vez fuera algo menos inocente que los demás.
– Debería decírselo a la policía -dijo Myron.
– ¿Decirles qué?
– Que su hija se escapó.
Ella se rió sarcásticamente.
– No lo entiende, claro. Dom lo descubriría. Tiene informadores en el departamento. ¿Cómo cree que supo de usted tan rápidamente?
Pero no sabía nada de Edna Skylar todavía, pensó Myron. Así que sus informadores no eran infalibles. Myron se preguntó si podría aprovecharse de eso, pero no veía cómo. Se acercó un poco más a ella. Cogió la mano de Joan Rochester y la obligó a mirarle a los ojos.
– Su hija estará a salvo. Se lo garantizo. Pero necesito hablar con ella. Sólo eso. Hablar. ¿Lo comprende?
Ella tragó saliva.
– No tengo elección, ¿no?
Myron no dijo nada.
– Si no coopero, se lo dirá a Dom.
– Sí -dijo Myron.
– Katie llamará a las siete -dijo-. Le dejaré hablar con ella.
35
Win llamó a Myron al móvil.
– Drew Van Dyne, tu ayudante de dirección de Planet Music, también es profesor del Livingston High.
– Vaya, vaya -dijo Myron.
– Y que lo digas.
Myron se dirigía a recoger a Claire. Ella le había contado la llamada de «ella está bien». Myron había intentado localizar inmediatamente a Berruti, quien, como le informó su buzón de voz, «no estaba en su mesa». Le dijo lo que quería en su mensaje.
Myron y Claire iban al Linvingston High a revisar la taquilla de Aimee. Myron esperaba también ver a su ex, Randy Wolf. Y a Harry señor D Davis. Y más que a nadie, ahora, a Drew Profesor de Música-Comprador de Lencería Van Dyne.
– ¿Tienes algo más de él?
– Van Dyne está casado, no tiene hijos. Le han parado dos veces por conducir borracho en los últimos cuatro años y un arresto por drogas. Tiene antecedentes juveniles pero su expediente está sellado. Por ahora es todo lo que tengo.
– ¿Y qué hace comprando lencería para una alumna como Aimee Biel?
– Es bastante obvio, diría yo.
– He hablado con la señora Rochester. Katie se quedó embarazada y huyó con su novio.
– Una historia más bien vulgar.
– Ya. Pero ¿qué? ¿Crees que Aimee hizo lo mismo?
– ¿Huir con su novio? No lo creo. Nadie ha dicho que Van Dyne hubiera desaparecido.
– Él no tiene por qué desaparecer. El novio de Katie probablemente tiene miedo de Dominick Rochester. Por eso ha huido con ella. Pero si nadie sabía lo de Aimee y Van Dyne…
– El señor Van Dyne no tendría nada que temer.
– Exacto.
– A ver, dime, ¿por qué huiría Aimee?
– Porque está embarazada.
– Bah -dijo Win.
– ¿Bah qué?
– ¿De qué iba a tener miedo exactamente Aimee Biel? -preguntó Win-. Erik no es precisamente Dominick Rochester.
Win tenía razón.
– Puede que Aimee no huyera. Puede que se quedara embarazada y quisiera tenerlo. Puede que se lo contara a su novio, Drew Van Dyne…
– Quien -Win acabó el razonamiento-, como profesor, estaría acabado si se corría la voz.
– Sí.
Tenía mucho sentido.
– Sigue habiendo un gran interrogante -dijo Myron.
– ¿Qué?
– Que ambas chicas utilizaran el mismo cajero. Mira, el resto ni siquiera se puede considerar una coincidencia. ¿Dos chicas que quedan embarazadas en una escuela con casi mil chicas? Es estadísticamente insignificante. Aunque añadamos que las dos huyeran por este motivo, la posibilidad de que exista una relación está ahí, pero sigue siendo más plausible que no estén relacionadas, ¿no crees?
– Sí -dijo Win.
– Pero entonces le añadimos que las dos usaran el mismo cajero. ¿Cómo se explica eso?
– Tu pequeño diagnóstico estadístico se va a paseo -dijo Win.