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– O sea que se nos escapa algo.

– Se nos escapa todo. En esta fase, todo el asunto es demasiado endeble para afirmar nada.

Otro punto para Win. Podían estarse precipitando con las teorías, pero se acercaban. También había otros factores, como las llamadas amenazadores de Roger Chang llamándole «cabrón». Eso podía estar relacionado, o no. Tampoco sabía cómo encajaba Harry Davis en todo el asunto. Tal vez fuera un enlace entre Van Dyne y Aimee, pero parecía tomado por los pelos. ¿Y qué debía deducir Myron de las llamadas a Claire diciendo que «ella está bien»? Myron se preguntó por el momento y el motivo -consolar o aterrar, y en cualquier caso, ¿por qué?- pero por ahora no se le había ocurrido nada.

– Vale -dijo Myron a Win-, ¿hemos terminado por hoy?

– Hemos terminado.

– Ya hablaremos.

Win colgó y Myron entró en el jardín de Claire y Erik. Claire estaba frente a la puerta antes de que Myron llegara.

– ¿Estás bien? -preguntó él.

Claire no se molestó en contestar algo tan obvio.

– ¿Has sabido algo de tu contacto de la compañía telefónica?

– Todavía no. ¿Conoces a un profesor del Livingston High que se llama Drew Van Dyen?

– No.

– ¿No te suena el nombre?

– No lo creo. ¿Por qué?

– ¿Recuerdas la lencería que encontré en su habitación? Seguramente se la compró él.

Claire se sonrojó.

– ¿Un profesor?

– Trabaja en la tienda de música del centro comercial.

– Planet Music.

– Sí.

Claire meneó la cabeza.

– No entiendo nada.

Myron le puso una mano en el brazo.

– Tienes que mantenerte firme, Claire, ¿de acuerdo? Necesito que estés tranquila y concentrada.

– No seas condescendiente, Myron.

– No es mi intención, pero mira, si te pones histérica cuando entremos en la escuela…

– Lo perderemos. Lo sé. ¿Qué más está pasando?

– Tenías toda la razón con Joan Rochester.

Myron la puso al corriente. Claire miró por la ventana asintiendo de vez en cuando, pero el gesto de la cabeza no parecía relacionado con lo que decía él.

– ¿O sea que Aimee podría estar embarazada?

Su voz era muy calmada ahora, demasiado neutra. Intentaba despegarse. Eso podía ser bueno.

– Sí.

Claire se llevó una mano al labio y empezó a tirar de él. Como en el instituto. Era muy raro, los dos en coche por ese camino que habían hecho tantas veces en su juventud, Claire estirándose el labio como si fueran a hacer el examen final de álgebra.

– Bueno, intentemos enfocar esto con racionalidad un momento -dijo.

– Bien.

– Aimee rompió con su novio del instituto. No nos lo dijo. Estaba muy reservada. Borró sus mensajes. No era ella misma. Tenía lencería en el cajón que probablemente le había comprado un profesor que trabaja en una tienda de música a la que ella iba a menudo.

Las palabras quedaron pesadamente suspendidas en el ambiente.

– Tengo otra idea -dijo Claire.

– Adelante.

– Si Aimee estaba embarazada… Dios, no puedo creer que esté diciendo esto, habría ido a una consulta.

– Podría ser. Puede que sólo se comprara una prueba de embarazo casera.

– No -dijo Claire con voz firme-. Seguro que no. Hablamos de esto a veces. Una de sus amigas tuvo un falso positivo en una de esas pruebas. Aimee se habría asegurado. Probablemente buscó un médico.

– De acuerdo.

– Y cerca de aquí la única clínica es St. Barnabas, la que todas utilizan. Podría haber ido allí. Deberíamos llamar y ver si alguien puede comprobarlo. Soy la madre. Eso debería valer para algo, ¿no?

– No sé cómo están las leyes en este tema.

– No paran de cambiar.

– Espera.

Myron cogió el móvil. Llamó a la centralita del hospital. Pidió por el doctor Stanley Rickenback y dio su nombre a la secretaria. Paró en la rotonda frente al instituto y aparcó. Rickenback se puso al teléfono, como si estuviera excitado por la llamada. Myron le explicó lo que quería. La excitación se desvaneció.

– No puedo hacerlo -dijo Rickenback.

– Tengo a su madre al lado.

– Tiene dieciocho años. Va contra las normas.

– Mire, acertó con Katie Rochester. Estaba embarazada. Queremos saber si Aimee también lo estaba.

– Lo comprendo, pero no puedo ayudarle. Su historial médico es confidencial. Con la nueva normativa hospitalaria, el sistema informático lo registra todo, incluso quién abre el expediente de un paciente y cuándo. Aunque creyera que es ético, sería un riesgo personal demasiado grande. Lo siento.

Colgó y Myron miró por la ventana. Después llamó a la centralita.

– La doctora Edna Skylar, por favor.

Dos minutos después, Edna contestó:

– ¿Myron?

– Usted puede acceder a los expedientes de los pacientes desde su ordenador, ¿no?

– .

– ¿De todos los pacientes del hospital?

– ¿Qué me está pidiendo?

– ¿Recuerda lo que hablamos sobre los inocentes?

– .

– Quiero que ayude a un inocente, doctora Skylar. -Después, se lo pensó y dijo-: En este caso, tal vez a dos.

– ¿Dos?

– A una chica de dieciocho años llamada Aimee Biel -dijo Myron-, y si estamos en lo cierto, al bebé que lleva dentro.

– Dios mío, ¿me está diciendo que Stanley tenía razón?

– Por favor, doctora Skylar.

– No es ético.

Él dejó que el silencio pesara sobre ella. Había planteado su argumento. Añadir algo más sería superfluo. Era mejor dejar que reflexionara.

No tardó mucho. Dos minutos después, oyó sonar las teclas del ordenador.

– Myron….-dijo Edna Skylar.

– Sí.

– Aimee Biel está embarazada de tres meses.

36

El director de la Livingston High School, Amory Reid, iba vestido con pantalones de cinturilla elástica, una camisa de vestir blanca de manga corta, de una tela tan tenue que trasparentaba la camiseta que llevaba debajo, y zapatos negros de suela gruesa que podían haber sido de vinilo. Incluso con la corbata aflojada, parecía que le estuviera estrangulando.

– Evidentemente la escuela está muy preocupada.

Reid doblaba las manos sobre su mesa. En una llevaba un anillo universitario con un emblema de fútbol americano. Había soltado la frase como si la hubiera ensayado frente a un espejo.

Myron se sentó a la derecha y Claire a la izquierda. Todavía estaba aturdida por la confirmación de que su hija, a quien conocía y amaba y en quien confiaba, llevaba tres meses embarazada. Al mismo tiempo tenía un sentimiento parecido al alivio. Tenía sentido. Explicaba su comportamiento reciente, lo que hasta ahora había sido una incógnita.

– Por supuesto pueden registrar su taquilla -les informó el director-. Tengo una llave maestra.

– También queremos hablar con dos de sus profesores -dijo Claire-, y con un estudiante.

Los ojos del director se entornaron. Miró a Myron y luego otra vez a Claire.

– ¿Qué profesores?

– Harry Davis y Drew Van Dyne -dijo Myron.

– El señor Van Dyne ya se ha marchado. Los jueves sale a las dos.

– ¿Y el señor Davis?

Reid comprobó su horario.

– Está en el aula B-202.

Myron sabía con exactitud dónde estaba ese aula después de tantos años. Los pasillos seguían marcados con letras de la A a la E. Las aulas que empezaban por 1 estaban en el primer piso, por 2 en el segundo. Recordaba a un profesor exasperado diciendo a un alumno obtuso que no era capaz de diferenciar el pasillo E del pasillo A, vaya por dónde.

– Veré si puedo arrancar al señor D de su clase. ¿Puedo saber por qué quieren hablar con estos dos profesores?

Claire y Myron intercambiaron una mirada.

– Preferiríamos no decirlo todavía -dijo Claire.

Él lo aceptó. Su trabajo era político. De saber algo, tendría que informar de ello. La ignorancia, de vez en cuando, podía ser una bendición. Myron no tenía nada sólido contra ninguno de los profesores, sólo indicios. Hasta que no hubiera más, no había razón para informar al director de la escuela.