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Myron y Jessica se despidieron con un abrazo. El abrazo duró un buen rato. Myron olió los cabellos de Jessica. No recordaba la marca de su champú, pero contenía lilas y flores silvestres y era el mismo que utilizaba cuando estaban juntos.

Myron llamó a Claire.

– Tengo una pregunta para ti -dijo.

– Erik me ha dicho que te vio anoche.

– Sí.

– Se ha pasado toda la noche frente al ordenador.

– Bien. Oye, ¿conoces a un profesor que se llama Harry Davis?

– Claro. Aimee lo tuvo el año pasado en lengua. También es consejero, creo.

– ¿Le caía bien?

– Mucho. -Después-: ¿Por qué? ¿Tiene algo que ver con esto?

– Sé que quieres ayudar, Claire. Y sé que Erik quiere ayudar. Pero tenéis que confiar en mí.

– Yo confío en ti.

– ¿Erik te ha contado que encontramos un paso en el seto?

– Sí.

– Harry Davis vive al otro lado.

– Dios santo.

– Aimee no está en la casa ni nada de eso. Ya lo hemos comprobado.

– ¿Qué significa que lo habéis comprobado? ¿Cómo lo habéis comprobado?

– Por favor, Claire, escúchame. Estoy trabajando en esto, pero necesito hacerlo sin interferencias. Tienes que mantener a Erik alejado de mí, ¿entendido? Dile que he dicho que investigue todas las calles adyacentes. Dile que dé una vuelta en coche por la zona, pero no en ese callejón. O mejor aún, que llame a Dominick Rochester, el padre de Katie…

– Nos ha llamado.

– ¿Dominick Rochester?

– Sí.

– ¿Cuándo?

– Anoche. Dijo que te había visto.

«Visto», pensó Myron. Bonito eufemismo.

– Hemos quedado esta mañana, los Rochester y nosotros. Intentaremos encontrar una relación entre Katie y Aimee.

– Bien. Eso puede ser útil. Oye, tengo que irme.

– ¿Me llamarás?

– En cuanto sepa algo.

Myron la oyó sollozar.

– Claire.

– Han pasado dos días, Myron.

– Lo sé. Estoy en ello. También puedes probar a presionar a la policía ahora que han pasado las cuarenta y ocho horas de rigor.

– De acuerdo.

Quería decirle algo como «Sé fuerte», pero le pareció tan tonto que no lo dijo. Se despidió y colgó. Después llamó a Win.

– Al habla -dijo Win.

– No puedo creer que sigas contestando así al teléfono.

Silencio.

– ¿Harry Davis se dirige a la escuela?

– Sí.

– Ahora salgo.

Livingston High School, su alma máter. Myron arrancó el coche. El trayecto era de unos tres kilómetros, pero quienquiera que le siguiera no era muy bueno o le daba igual. O quizá, después del desastre con los Gemelos, él estaba más alerta. En todo caso, un Chevy gris, tal vez un Caprice, le había estado siguiendo desde el primer desvío.

Llamó a Win y oyó el habitual:

– Al habla.

– Me siguen -dijo Myron.

– ¿Rochester otra vez?

– Podría ser.

– ¿Marca y matrícula?

Myron se las dio.

– Todavía estamos en la Ruta 280, o sea que puedes dar algún rodeo. Llévalos hacia Mount Pleasant Avenue. Yo me situaré detrás, y nos encontraremos en la rotonda.

Myron hizo lo que proponía Win. Se metió en la Harrison School para dar la vuelta. El Chevy que le seguía pasó de largo. Myron fue en dirección contraria por Livingston Avenue. En cuanto se paró en el siguiente semáforo, ya tenía al Chevy gris detrás otra vez.

Myron llegó a la rotonda frente al instituto, aparcó y bajó del coche. Allí no había tiendas, pero era la arteria central de Livingston: una plétora de ladrillos idénticos. Estaba la comisaría, los juzgados, la biblioteca municipal y la gran joya de la corona, Livingston High School.

Había corredores madrugadores y peatones en la rotonda. La mayoría eran mayores y caminaban con lentitud. Pero no todos. Un grupo de cuatro chicas de buen ver y de veintitantos corrían en su dirección.

Myron les sonrió y arqueó una ceja.

– Hola, señoras -dijo al pasar.

Dos de ellas se rieron disimuladamente. Las otras dos le miraron como si acabara de decirles que había defecado en los pantalones.

Win se paró a su lado.

– ¿Les has dedicado tu sonrisa más luminosa?

– Diría que la de noventa vatios al menos.

Win miró a las chicas y soltó:

– Lesbianas.

– Podría ser.

– Hay muchas por ahí, ¿no?

Myron calculó mentalmente. Probablemente les llevaba de quince a veinte años. Cuando se trata de chicas, nunca quieres admitirlo.

– El coche que te sigue -dijo Win sin dejar de mirar a las corredoras- es un coche de policía con dos agentes dentro. Han aparcado en la biblioteca y nos observan con un teleobjetivo.

– ¿Quieres decir que nos están haciendo fotos?

– Probablemente -dijo Win.

– ¿Voy bien peinado?

Win hizo un gesto de desánimo con la mano.

Myron pensó en lo que podía significar.

– Seguramente todavía me consideran sospechoso.

– Yo lo haría -dijo Win. Tenía algo que parecía una Palm Pilot en la mano. Estaba siguiendo los GPS-. Nuestro profesor preferido está al llegar.

El aparcamiento para profesores estaba del lado oeste de la escuela. Myron y Win fueron caminando. Pensaban que era mejor hablar con él fuera, antes de que empezaran las clases.

Mientras caminaban, Myron dijo:

– Adivina quién se ha presentado en casa a las tres de la mañana.

– ¿Wink Martindale? *

– No.

– Ese tipo me encanta.

– ¿A quién no? Jessica.

– Lo sé.

– Cómo… -Entonces se acordó. Había llamado al móvil de Win cuando había oído el clic en la puerta. No había colgado hasta bajar a la cocina.

– ¿Te la has tirado? -preguntó Win.

– Sí. Muchas veces. Pero no en los últimos siete años.

– Muy buena. Dime: ¿vino para echar un clavo por los viejos tiempos?

– ¿Un clavo?

– Mis raíces inglesas. ¿Qué?

– Un caballero no habla de esas cosas. Pero sí.

– ¿Y tú la has rechazado?

– Sigo casto.

– Qué caballeroso -dijo Win-. Seguro que algunos te admirarían.

– Pero no tú.

– No, yo lo considero…, y voy a hablar muy claro, o sea que presta atención, una auténtica estupidez.

– Estoy saliendo con otra.

– Ya. ¿Así que tú y la señora Seis coma ocho habéis prometido no enrollaros con nadie más?

– No es eso. No es como si un día le dijeras a tu novia: «Oye, no nos enrollemos con nadie más».

– ¿Así que no lo has prometido concretamente?

– No.

Win levantó ambas manos, totalmente desconcertado.

– Pues no lo entiendo. ¿Es que Jessica tenía halitosis o qué? -Silencio.

– Olvídalo.

– Hecho.

– Acostarse con ella sólo complicaría las cosas, ¿vale?

Win le miró.

– ¿Qué?

– «Eres una chica muy alta» -dijo Win.

Caminaron un poco más.

– ¿Todavía me necesitas? -preguntó Win.

– No lo creo.

– Te esperaré en la oficina. Si tienes problemas, llama.

Myron asintió y Win se marchó. Harry Davis bajó del coche. Había grupitos de pandillas en el aparcamiento. Myron meneó la cabeza. Nada había cambiado. Los Goths iban de negro con tachones plateados. Los Cerebritos llevaban grandes mochilas y camisas de manga corta abotonadas, cien por cien poliéster, como un puñado de ayudantes de dirección en una convención de una cadena de tiendas. Los Deportistas eran los que ocupaban más espacio, sentados sobre los capós de los coches y con una gran variedad de chaquetas con retazos de cuero, aunque hiciera demasiado calor para llevarlas.

Harry Davis tenía el paso y la sonrisa despreocupada de los que caen bien. Su aspecto físico le situaba en la categoría media, y se vestía como un profesor de instituto, es decir con poca gracia. Todas las pandillas le saludaron, y eso era significativo. Primero, los Cerebritos le estrecharon la mano y soltaron:

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* Famoso presentador de concursos de Estados Unidos. (N. de la T.)