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– A lo mejor alguien la tiene secuestrada aquí mismo, en esta misma calle.

– Lo dudo mucho. Y aunque fuera así, llamar a la puerta sólo serviría para provocar el pánico. Además, si llamamos a una puerta a estas horas, avisarán a la policía. Los vecinos se alertarían. Escúchame, Erik. Necesitamos una razón primero. Esto podría ser un punto muerto. Puede que Aimee no fuera por ese sendero.

– Has dicho que creías que sí.

– Lo creo, pero no significa mucho. Tal vez caminara cinco manzanas más allá. No podemos hacer movimientos en falso. Si quieres ayudar, vete a casa. Búscame esas direcciones y consígueme los nombres.

Volvían a estar en el sendero. Cruzaron la verja y se dirigieron a los coches.

– ¿Qué vas a hacer tú? -preguntó Erik.

– Tengo otras pistas que seguir.

Erik quería preguntar más, pero el tono y el lenguaje corporal de Myron le detuvieron.

– Te llamaré en cuanto termine la búsqueda -dijo Erik.

Se metieron en los coches. Myron observó cómo se alejaba el otro. Entonces cogió el móvil y apretó la tecla de marcado rápido de Win.

– Al habla.

– Necesito que entres en una casa.

– Bien. Explícate, por favor.

– Encontré un sendero donde dejé a Aimee. Conduce a otro callejón sin salida.

– Ah. ¿Tenemos alguna idea de dónde acabó ella?

– Fernlake Court 16.

– Pareces muy seguro.

– Hay un coche en la entrada. En el cristal trasero hay una pegatina. Es para el aparcamiento de profesores del instituto de Livingston.

– Voy para allá.

26

Myron y Win se encontraron a tres manzanas del callejón, cerca de una escuela elemental. Allí un coche aparcado no llamaría tanto la atención. Win iba vestido de negro, incluida una gorra que tapaba sus rizos rubios.

– No he visto ningún sistema de alarma -dijo Myron.

Win asintió. De todos modos las alarmas no eran más que fastidios menores para un experto en entrar sin permiso en las casas.

– Volveré en treinta minutos.

Y lo cumplió con exactitud.

– La chica no está en la casa. Allí viven dos profesores. Él se llama Harry Davis. Enseña lengua en el Instituto de Livingston. Ella se llama Lois. Enseña en una escuela de Glen Rock. Tienen dos hijas, de edad universitaria a juzgar por las fotos, y que no estaban en casa.

– Puede ser una coincidencia.

– He puesto en GPS de rastreo a ambos coches. Davis también tiene un portafolios muy viejo, lleno a rebosar de exámenes y planificación de clases. También le he puesto uno. Vete a casa y duerme un poco. Te avisaré cuando se despierte y se ponga en marcha. Le seguiré. Y después le daremos un repaso.

Myron se dejó caer en la cama. Creyó que sería incapaz de dormir. Pero se durmió. Durmió profundamente hasta que oyó un sonido metálico procedente de abajo.

Su padre tenía el sueño ligero. Siendo niño, Myron se despertaba por la noche e intentaba pasar frente al dormitorio de ellos sin despertar a su padre. No lo consiguió nunca. Encima, su padre no se despertaba lentamente, sino con un sobresalto, como si alguien le hubiera echado agua helada por dentro del pantalón del pijama.

Eso fue lo que le ocurrió cuando oyó el clic. Se incorporó de golpe en la cama. La pistola estaba en la mesita. La cogió. Su móvil también estaba allí. Apretó el número de marcación rápida de Win, la línea que sonaba para que Win la pusiera en modo silencio y escuchara.

Myron se quedó sentado, quieto y escuchando.

Se abrió la puerta principal.

Quien fuera, intentaba ser silencioso. Myron fue sigilosamente hasta la pared, al lado de la puerta del dormitorio. Esperó y siguió escuchando. El intruso había cruzado la puerta. Qué raro. La cerradura era antigua. Se podía abrir. Pero hacerlo tan silenciosamente -sólo un rápido clic- significaba que quien fuera, o quienes fueran, eran buenos.

Esperó.

Pasos.

Eran pasos ligeros. Myron apretó la espalda contra la pared. Apretó el arma en la mano. Le dolía la pierna del mordisco. Le estallaba la cabeza. Intentó superarlo; hizo un esfuerzo por concentrarse.

Calculó el mejor lugar para situarse. Apretado contar la pared, junto a la puerta, donde estaba ahora, era un buen sitio para escuchar, pero no sería ideal, a pesar de lo que ves en las películas, si alguien entraba en la habitación. En primer lugar, si el tipo era bueno, ya se lo esperaría. En segundo lugar, si había más de uno, saltarle encima a alguien desde detrás de una puerta era muy difícil. Tienes que atacar enseguida y das a conocer tu posición. Puedes neutralizar al primero, pero el segundo se echará encima con ganas.

Myron fue de puntillas hacia la puerta del baño. Se quedó detrás de ella, agachado, con la puerta casi cerrada. Tenía un ángulo perfecto. Podía ver entrar al intruso, disparar o gritar, y si disparaba, seguiría estando en una buena posición si alguien más entraba detrás o huía.

Los pasos se pararon frente a la puerta del dormitorio.

Esperó. La respiración le resonaba en los oídos. Win era bueno en esto, haciendo falta paciencia. Nunca había sido el punto fuerte de Myron, pero se calmó; Mantuvo la respiración profunda. Los ojos fijos en la puerta abierta.

Vio una sombra.

Myron apuntó el arma al centro. Win apuntaba a la cabeza, pero Myron dirigió la vista al centro del torso, el blanco más fácil.

Cuando el intruso cruzó el umbral y se posó bajo un poco de luz, Myron jadeó ruidosamente. Salió de detrás de la puerta, todavía apuntando con el arma.

– Vaya, vaya -dijo el intruso-. Después de siete años, ¿eso que tienes en la mano es un arma o es que estás contento de verme?

Myron no se movió.

Siete años. Después de siete años. Y en unos segundos fue como si esos siete años no hubieran pasado.

Jessica Culver, su antigua alma gemela, había vuelto.

27

Estaban abajo, en la cocina.

Jessica abrió la nevera.

– ¿No hay Yoo-hoo?

Myron negó con la cabeza. El chocolate Yoo-hoo había sido su bebida favorita. Cuando vivían juntos, lo tenían siempre en casa.

– ¿Ya no lo bebes?

– Casi nunca.

– Al menos uno de nosotros tenía que ser consciente de que todo cambia.

– ¿Cómo has entrado? -preguntó Myron.

– Todavía guardas la llave en el canalón. Como tu padre. Una vez la utilizamos. ¿Te acuerdas?

Se acordaba. Habían bajado sigilosamente al sótano, riendo, y habían hecho el amor.

Jessica le sonrió. Él pensó que los años se notaban. Tenía más patas de gallo. Llevaba los cabellos más cortos y sofisticados. Pero el efecto era el mismo.

Era apabullantemente hermosa.

– Me estás mirando -dijo Jessica.

Él no dijo nada.

– Es bueno saber que todavía llamo la atención.

– Sí, ese Stone Norman es un hombre con suerte.

– Ya -dijo ella-. Ya me imaginaba que dirías eso.

Myron no dijo nada.

– Te caería bien -dijo ella.

– Oh, estoy seguro.

– A todos les cae bien. Tiene muchos amigos.

– ¿Le llaman Stoner?

– Sólo los compañeros de fraternidad.

– Por supuesto.

Jessica le observó un momento. Esa mirada le hizo sentir calor en la cara.

– Estás espantoso, por cierto.

– Hoy he recibido una buena paliza.

– Hay cosas que no cambian. ¿Cómo está Win?

– Hablando de cosas que no cambian…

– Siento oírlo.

– ¿Vamos a seguir así -dijo Myron- o vas a decirme por qué has venido?

– ¿No podemos seguir así unos minutos más?

Myron se encogió de hombros como diciendo «tú verás».

– ¿Cómo están tus padres? -preguntó ella.

– Bien.

– Nunca les caí bien.

– No, no creo.

– ¿Y Esperanza? ¿Todavía me llama la Bruja Reina?

– Hace siete años que ni siquiera te menciona.