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Eso la hizo sonreír.

– Como si fuera Voldemort. De los libros de Harry Potter.

– Sí, tú eres La-que-no-debe-nombrarse.

Myron se agitó en la silla. Apartó la mirada unos segundos. Era tan consagradamente hermosa. Era como mirar un eclipse. Tienes que apartar la mirada de vez en cuando.

– Ya sabes por qué estoy aquí -dijo.

– ¿Un último flirteo antes de casarte con Stoner?

– ¿Estarías dispuesto?

– No.

– Mentiroso.

Se preguntó si ella tendría razón, así que cogió la ruta más madura.

– ¿Te das cuenta de que «Stoner» * rima con «boner»?

– Te burlas del nombre de los demás -dijo Jessica- tú que te llamas Myron.

– Sí, lo sé.

Tenía los ojos rojos.

– ¿Has bebido?

– Estoy un poco alegre. He bebido lo suficiente para armarme de valor.

– Para entrar en mi casa.

– Sí.

– ¿Qué pasa, Jessica?

– Tú y yo -dijo ella-. No hemos terminado del todo.

Él no dijo nada.

– Yo finjo que hemos terminado, tú finges lo mismo. Pero los dos sabemos que no es así.

Jessica se volvió y tragó saliva. Él le miró el cuello. Vio que sus ojos estaban doloridos.

– ¿Qué fue lo primero que pensaste cuando te enteraste de que iba a casarme?

– Os deseé lo mejor a ti y a Stoner.

Ella esperó.

– No sé lo que pensé -dijo Myron.

– ¿Te dolió?

– ¿Qué quieres que diga, Jess? Estuvimos juntos mucho tiempo. Por supuesto que sentí una punzada.

– Es como -se calló para pensar-, es como si, a pesar de no haber hablado en siete años, fuera sólo cuestión de tiempo que volviéramos a estar juntos. Como si esto formara parte del proceso. ¿Entiendes lo que digo?

Él no dijo nada, pero sintió que algo muy adentro empezaba a deshilacharse.

– Entonces, hoy he visto el anuncio de mi compromiso, el que yo escribí, y de repente ha sido como si «Un momento, esto es de verdad, Myron y yo no volveremos a estar juntos». -Meneó la cabeza-. No lo estoy diciendo bien.

– No hay nada que decir, Jessica.

– ¿Así de fácil?

– Tú sólo estás aquí por los nervios de la boda -dijo él.

– No seas condescendiente.

– ¿Qué quieres que diga?

– No lo sé.

Se quedaron un rato en silencio. Myron levantó una mano. Ella la cogió. Él sintió que algo le corría por dentro.

– Sé por qué estás aquí -dijo Myron-. Ni siquiera diré que me sorprende.

– Todavía hay algo entre nosotros, ¿no?

– No lo sé…

– Oigo un «pero».

– Cuando se pasa todo lo que nosotros pasamos: el amor, las rupturas, mis lesiones, todo ese dolor, todo el tiempo juntos, que yo quisiera casarme contigo…

– Eso puedo corregirlo, ¿vale?

– Un momento. Estoy inspirado.

Jessica sonrió.

– Perdona.

– Cuando has pasado todo eso, las vidas acaban entrelazándose una con otra. Y un buen día, se acaba, se corta de golpe con un machete. Pero estás tan entrelazado, que siguen quedando cosas.

– Nuestras vidas están enredadas -dijo ella.

– Enredadas -repitió él-. No suena muy bien.

– Pero es bastante preciso.

Él asintió.

– ¿Y qué hacemos ahora?

– Nada. Forma parte de la vida.

– ¿Sabes por qué no me casé contigo?

– Ya no importa, Jess.

– Yo creo que sí. Creo que tenemos que hablar de eso. Myron le soltó la mano y le hizo un gesto de «bueno, adelante». -La gente suele odiar la vida que ha llevado con sus padres. Se rebela. Pero tú querías ser como ellos. Querías la casa, los hijos…

– Y tú no -le interrumpió-. Ya lo sabemos.

– No es así. Yo podría haber deseado esa vida también.

– Pero no conmigo.

– Sabes que no es eso. Pero no estaba segura… -Ladeó la cabeza-. Tú querías esa vida. Pero yo no sabía si querías esa vida más que a mí.

– Esa es la mayor estupidez que he oído en mi vida -dijo Myron.

– Puede, pero era lo que sentía.

– Claro, no te quería bastante.

Ella le miró meneando la cabeza.

– Ningún hombre me ha amado como tú.

Silencio. Myron se tragó el comentario de «qué pasa con Stoner».

– Cuando te lesionaste la rodilla…

– No vuelvas con eso. Por favor.

Jessica siguió de todos modos.

– Cuando te lesionaste la rodilla, cambiaste. Te esforzaste tanto por superarlo…

– Habrías preferido que me autocompadeciera -dijo Myron.

– Eso podría haber sido mejor. Porque lo que tú hiciste, lo que acabaste haciendo, fue aterrorizarte. Te aferraste tan fuerte a todo lo que tenías que era sofocante. De repente eras mortal. No querías perder nada más y de repente…

– Todo esto está muy bien, Jess. Lo había olvidado. En Duke, hiciste clase de Introducción a la Psicología, ¿no? Tu profesor estaría orgullosísimo de ti ahora.

Jessica se limitó a mirarlo meneando la cabeza.

– ¿Qué? -dijo él.

– No te has casado todavía, ¿no, Myron?

– Tú tampoco -dijo él.

– Touché. Pero ¿has tenido muchas relaciones serias en los últimos siete años?

Él se encogió de hombros.

– Ahora mismo tengo una.

– ¿En serio?

– ¿Por qué te sorprende tanto?

– No tanto, pero piensa un poco. Tú que estás tan dispuesto a comprometerte, a tener una relación a largo plazo, ¿por qué tardas tanto en encontrar a una mujer?

– No me lo digas. -Levantó una mano-. ¿Después de ti ya no me gusta ninguna otra mujer?

– Bueno, eso sería comprensible. -Jessica arqueó una ceja-. Pero no, no lo creo.

– Bueno, soy todo oídos. ¿Por qué? ¿Por qué no estoy ya felizmente casado?

Jessica se encogió de hombros.

– Todavía no lo sé.

– Que no te quite el sueño. Ya no es asunto tuyo.

Ella volvió a encogerse de hombros.

Se quedaron quietos. Era curioso lo cómodo que se sentía a pesar de todo.

– ¿Te acuerdas de mi amiga Claire? -dijo Myron.

– ¿La que se casó con el tipo estirado? Fuimos a su boda.

– Erik. -No quería explicarle toda la historia así que empezó por otra cosa-. Anoche me dijo que Claire y él tenían problemas. Dijo que era inevitable, que al final todo se apaga y desvanece y se convierte en otra cosa. Dice que echa de menos la pasión.

– ¿Tiene un lío? -preguntó Jessica.

– ¿Por qué lo preguntas?

– Porque parece que esté intentando justificarse.

– ¿Tú no crees que la pasión se desvanezca?

– Evidentemente, sí. La pasión no puede mantenerse a ese nivel.

Myron lo pensó.

– Nosotros sí.

– Sí -dijo ella.

– No se desvaneció.

– No. Pero éramos jóvenes. Y tal vez por eso, al final, acabara.

Myron pensó en ello. Ella le tomó otra vez la mano. Sintió una descarga. Después Jessica le miró. Fue la mirada, para ser más concretos. Myron se quedó paralizado.

Uau.

– Esa mujer y tú -dijo Jessica-, ¿no salís con nadie más?

– Stoner-Boner y tú -contraatacó él-, ¿no salís con nadie más?

– Golpe bajo. Pero no se trata de Stone ni de tu nueva novia. Se trata de nosotros.

– ¿Y crees que con un polvo rápido aclararemos las cosas?

– Sigues teniendo el don de la palabra con las mujeres, está claro.

– Otra palabra elocuente: no.

Jessica jugó con el botón superior de la blusa. Myron sintió que se le secaba la boca. Pero ella se detuvo.

– Tienes razón -dijo.

Myron se preguntó si le decepcionaba que ella no hubiera insistido. Se preguntó qué habría hecho.

Entonces empezaron a hablar y se pusieron al día de los últimos años. Myron le habló de Jeremy, de que estaba haciendo el servicio militar en el extranjero. Jessica le habló de sus libros, de su familia, del tiempo que pasaba trabajando en la Costa Oeste. No le habló de Stoner. Él no habló de Ali.

Se hizo de día. Seguían en la cocina. Llevaban horas hablando, pero no lo parecía. Se sentían bien. A las siete sonó el teléfono y Myron contestó.

– Nuestro profesor preferido se va al trabajo -dijo Win.

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* Stoner significa alguien que fuma hierba y boner alguien que mete la pata. (N. de la T.)