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b) laMANERA DE VIAJAR.

"Emprendo el viaje con un amigo que ama la bruma de las montañas, y cada uno lleva una calabaza y viste una sotana, y llevamos cien monedas. No queremos más, pero tratamos de tener siempre cien monedas para afrontar emergencias. Y los dos vamos mendigando por las ciudades y las aldeas, junto a puertas bermejas y blancas mansiones, ante templos taoístas y chozas de monjes. Tenemos cuidado de lo que mendigamos: pedimos arroz y no vino, verduras y no carne. El tono de nuestro reclamo es humilde, no trágico. Si alguien nos da, le dejamos, y si no nos da, le dejamos también; porque el objeto es solamente prevenir el hambre. Si nos hacen una grosería, la aceptamos con una reverencia. A veces, cuando no hay lugar donde pedir y no nos queda otro medio, gastamos una o dos monedas de las cien que llevamos, y las reponemos apenas nos es posible. Pero no gastamos ninguna moneda a menos que nos veamos forzados a ello.

"Viajamos sin destino y nos detenemos donde nos encontremos, y marchamos muy lentamente, acaso diez U por día, acaso veinte, o quizá treinta, cuarenta, cincuenta. No tratamos de hacer mucho, para no fatigarnos. Y cuando llegamos a montañas y arroyos, y nos encantan los manantiales y las blancas peñas y las aves acuáticas y los pájaros de la montaña, escogemos un lugar en una isleta del río y nos sentamos en una peña, y miramos a la distancia. Y cuando nos encontramos con leñadores o pescadores o aldeanos o rústicos ancianos, no les preguntamos nombres y apellidos, ni damos los nuestros, ni hablamos del tiempo, sino que conversamos brevemente de los encantos de la vida campestre. Al cabo de un rato nos separamos de ellos sin pesares.

"En épocas de gran frío o mucho calor tenemos que buscar albergue, para que no nos afecte el tiempo. En el camino nos hacemos a un lado y dejamos que pasen los demás, y al cruzar un río dejamos que los otros su'ban primero a la barca. Pero si hay tormenta no tratamos de cruzar el agua, o si aparece la tormenta cuando ya estamos a mitad de camino calmamos nuestro espíritu, y al destino dejamos todo, con una comprensión de la vida, y decimos: «Si nos ahogamos cuando cruzamos, es la voluntad del Cielo. ¿Nos salvaremos acaso si nos preocupamos?» Si no nos salvamos, allí terminará el viaje. Si, por fortuna, nos salvamos, seguimos como antes. Si en el camino encontramos a algún joven pendenciero y tropezamos accidentalmente con él, y si el joven es grosero, le pedimos disculpas cortésmente. Si después de las disculpas no podemos salvarnos de una pelea, allí terminará el viaje. Pero si nos salvamos, seguimos como antes. Si uno de nosotros cae enfermo, nos detenemos a atender a su mal, y el otro trata de mendigar un poco para comprar remedios, pero lo toma con calma. Mira para sus adentros y no teme a la muerte. Y, así, una enfermedad grave se convierte en una enfermedad ligera, y una enfermedad ligera se cura inmediatamente. Si está decidido que estén contados nuestros días, allí terminará nuestro viaje. Pero si nos salvamos, seguimos como antes. Es natural que durante nuestras andanzas podamos despertar la sospecha de policías o guardias y que se nos arreste como espías. Tratamos de escapar entonces, sea por astucia o por sinceridad. Y si no podemos escapar, allí terminará nuestro viaje. Pero si nos salvamos, seguimos como antes. Es claro que nos detenemos a pasar la noche en una choza de techo de estera o una casucha de piedras, pero si nos es imposible encontrar un lugar así, nos detenemos por esa noche junto a la puerta de un templo, o dentro de una caverna de roca, o junto a la pared de una casa o bajo altos árboles. Quizá nos miren loa espíritus de la montaña y los tigres o los lobos, y ¿qué hemos de hacer? Los espíritus de la montaña no pueden hacernos daño, pero somos incapaces de defendernos contra tigres o lobos. Pero, ¿no tenemos un destino dirigido desde el cielo? Lo dejamos todo, pues, a las leyes del universo, y no mudamos siquiera el color de la cara. Si nos comen, tal es nuestro destino y allí termina el viaje. Pero si nos salvamos, seguimos como antes…"

c)en AUSTERAS ALTURAS.

"En cuanto a mis metas, visito sobre todo las Cinco Montañas Sagradas y las Cuatro Aguas Sagradas y generalmente los lugares sacros en lo alto de las montañas, y en segundo término incluyo también las famosas montañas y los ríos de los Nueve Estados. Pero me limito solamente a las regiones dentro de la jurisdicción de los Nueve Estados, y donde han puesto pie los seres humanos. En cuanto a las regiones que están fuera del Celeste Imperio, como los Himalaya y las Diez Islas Pequeñas y las Tres Islas Grandes del Mar de la China, no creo que podría ir hasta allí, porque no dispongo de un par de alas. Además, espero encontrar solamente estudiosos viajeros de los lagos y los ríos, u hombres retirados en las montañas; en cuanto a los varios inmortales, no creo poder cruzarme con ellos, porque no dispongo de un cuerpo inmortal.

"Cuando subo a las Cinco Montañas Sagradas, allí permanezco muy por encima de los vientos celestes y miro a los Cuatro Mares, y los mil picos de montañas parecen caracoles, los mil ríos parecen ensortijados cinturones y los mil árboles parecen brezales. La Vía Láctea parece rozarme el cuello, blancas nubes me pasan por las mangas, las águilas del aire vuelan al alcance de la mano, y el sol y la luna me acarician las sienes y siguen de largo. Y allí tengo que hablar en voz baja, no sólo por temor de asustar al espíritu de la montaña, sino para que no me escuche Dios en Su trono. Por encima tenemos el puro firmamento, sin una mácula de polvo en esa vasta extensión de espacio, y por debajo la lluvia y el trueno y la tormentosa oscuridad ocurren sin nuestro conocimiento, y el eco del trueno se oye apenas como el gorgoteo de un niño. En este momento mi vista está deslumbrada por la luz y mi espíritu parece volar allende los límites del espacio, y tengo la sensación de ir cabalgando en vientos que me llevan muy lejos, pero no sé adonde voy. O cuando el sol poniente está por ocultarse y la luna naciente estalla desde el horizonte, la luz de las nubes resplandece en todas direcciones y el púrpura y el azul chispean en el cielo y los picos distantes y los cercanos cambian de matiz, de oscuro a claro, en breve instante. O quizá en medio de la noche escucho el sonido de las campanas del templo y el rugido de un tigre, seguidos por una ráfaga de viento, y como está abierta la puerta del salón principal del templo me pongo la túnica y me levanto y ¡ah! allí está reclinado el Espíritu del Conejo ( [59]) y algunos restos de la última nevada cubren todavía las laderas superiores, la luz de la noche yace como una masa blanca e indefinida, y las montanas distantes presentan un contorno apenas visible. En un momento así, siento el cuerpo penetrado de aire fresco, y se han diluido todos los deseos de la carne. O acaso veo al Dios de la Montaña Sagrada sentado en su trono, dando audiencia a los espíritus inferiores. Hay una profusión de estandartes y doseles, y el aire se llena de la música de flautas y campanas, y los techos del palacio están envueltos en un manto de nubes y en gasas de bruma, y parecen tener y no tener un contorno visible, y da la ilusión de estar ora tan cerca y ora tan lejos. ¡Ah, triple felicidad es escuchar la música de los dioses! Más, ¿por qué la interrumpe de pronto una ráfaga de frío viento?

"Además de estas Cinco Montañas Sagradas hay muchas otras montañas famosas, como Szeming, T'ient'ai, Chinhua, Kuats'an, Chint'ing, T'ienmu, Wuyi, Lushan, Omei, Chungnan, Chungt'iao, Wut'ai, T'aiho, Lofu, Kweich'i, Maoshan, Chiuhua y Linwu, y lugares sagrados innumerables, que han sido llamados albergues de hadas o moradas de espíritus. A ellos voy, calzando sandalias y portando una caña de bambú, y aunque acaso no pueda visitarlos todos, ambulo tanto como dan mis energías. Bebo el agua de las Heces de los Dioses, inquiero el nombre de Hada Laucha, mastico granos de sésamo y bebo el rocío de los pinos. Cuando llego a un picacho empinado o a un peñón que se alza abruptamente hasta el cielo, jamás escalado por un hombre, me ato a una cuerda y trepo a la cumbre. Al llegar a un puente roto, o a una vieja puerta que inesperadamente descubro abierta, paso sin temor; o al llegar a una caverna rocosa tan oscura que no se puede ver el fondo, porque apenas hay un rayo de luz que pasa por una rendija en el techo, enciendo una antorcha y entro solo y sin temor, con la esperanza de encontrar algún taoísta culto, o plantas inmortales, o quizá los restos mortales de algún taoísta que ha ido al cielo.