A este respecto, puedo mencionar una experiencia personal. Nunca llegué a ver la belleza de los rascacielos en Nueva York, y sólo cuando fui a Chicago comprendí que un rascacielo puede ser muy imponente y muy hermoso, si tiene un buen frente y por lo menos cuatrocientos metros de espacio desocupado a su alrededor. Chicago es afortunado a este respecto, porque tiene más espacio que Manhattan. Los altos edificios están mejor espaciados, y existe la posibilidad de obtener una vista ininterrumpida de ellos, desde una gran distancia. En sentido figurado, también nosotros estamos tan amontonados en la vida que no podemos gozar una libre perspectiva de las bellezas de nuestra vida espiritual. Nos falta frente espiritual.
III. EL CULTO DE LA VIDA OCIOSA
El amor chino por la holganza resulta de una combinación de causas. Nació de un temperamento, fue erigido en culto literario y halló su justificación en una filosofía. Se nutrió en un intenso amor por la vida, fue activamente sostenido por una corriente básica de romanticismo literario a través de las dinastías y, eventualmente, una filosofía de la vida, que en términos generales podríamos llamar taoísta, lo sancionó justo y sensato. La aceptación tan general de este criterio taoísta de la vida sólo prueba que hay sangre taoísta en el temperamento chino.
Y aquí debemos aclarar primero un punto. El culto romántico de la vida ociosa, que hemos definido como producto de la holganza, no fue, decididamente, para la clase acaudalada, según la comprendemos comúnmente. Habría sido ése un error inexcusable en el planteo del problema. Fue un culto para el estudioso pobre y sin buen éxito y humilde, que había escogido la vida ociosa o se vio forzado a llevarla. Al leer las obras maestras de la literatura china, y al imaginar al pobre maestro que enseñaba a los pobres estudiosos esos poemas y ensayos de glorificación de la vida sencilla y ociosa, no puedo dejar de pensar que deben haber obtenido con ello una inmensa satisfacción personal y un gran consuelo espiritual. Las disquisiciones sobre las desventajas de la fama y las ventajas de la oscuridad resultaban placenteras a quienes habían fracasado en los exámenes civiles, y dichos como "comer tarde (con acrecido apetito) es comer carne" tendían a hacer que el mal ganapán se avergonzara menos ante su familia. No se puede cometer mayor error de juicio sobre la historia literaria que el de los jóvenes escritores proletarios chinos que acusan a los poetas Su Tungp'o y T'ao Yüanming y otros de pertenecer a la odiada inteligencia de la clase holgazana: Su, que cantó "la clara brisa sobre el arroyo y la luciente luna sobre las colinas", y T'ao, que cantó al "rocío que humedece su falda" y a "una gallina anidada en lo alto de la morera". ¡Como si la brisa del río y la luna en las colmas y la gallina anidada en la morera pertenecieran solamente a la clase capitalista! Estos grandes hombres del pasado fueron más allá de la etapa de hablar de la situación de los campesinos y vivieron por sí mismos la vida de los pobres campesinos y hallaron paz y armonía en ella.
En ese sentido considero que el culto romántico de la vida ociosa es esencialmente democrático. Podemos comprender mejor este culto romántico cuando nos imaginamos a Laurence Sterne en su viaje sentimental, o a Wordsworth y Coleridge en su caminata por Europa, con una gran sensación de belleza en el pecho pero muy poco dinero en la bolsa. Hubo una época en que no era menester ser rico para viajar, y aun hoy los viajes no tienen que ser sólo un lujo de ricos. En conjunto, el goce de la holganza es algo que cuesta decididamente menos que el goce del lujo. Todo lo que se necesita es un temperamento artístico dedicado a buscar una tarde perfectamente inútil vivida de una manera perfectamente inútil. La vida ociosa, en verdad, cuesta poquísimo, como se tomó el trabajo de señalar Thoreau en Walden.
Los románticos chinos, en general, eran hombres dotados de una alta sensibilidad y una naturaleza vagabunda, pobres en posesiones terrenas pero ricos en sentimientos. Tenían un intenso amor por la vida, que se mostraba en su odio por toda la vida oficial y en una severa negativa a hacer al alma esclava del cuerpo. La vida ociosa, lejos de ser una prerrogativa de los ricos y poderosos y triunfantes (¡cuan ocupados están los norteamericanos triunfantes!) fue en China una consecución de la altura de ánimo, una altura de ánimo muy cercana al concepto occidental de la dignidad del vagabundo, que es demasiado orgulloso para pedir favores, demasiado independiente para trabajar, y demasiado sabio para tomar muy en serio los triunfos del mundo. Esta altura de ánimo surgió y estuvo inevitablemente asociada a cierto sentido de desapego en cuanto al drama de la vida; provino de la cualidad de poder ver a través de las ambiciones y las locuras de la vida y las tentaciones de fama y riqueza. Por algún motivo, el estudioso de ánimo superior que estimaba más su carácter que sus realizaciones, su alma más que la fama o la riqueza, llegó a ser, por consenso común, el supremo ideal de la literatura china. Era, inevitablemente, un hombre con gran sencillez de vida y orgulloso desprecio por el triunfo terrenal tal como lo entiende el mundo.
Los grandes hombres de letras de esta clase -T'ao Yüan-ming, Su Tungp'o, Po Chüyi, Yüan Chunglang, Yüan Tsets'aí- fueron llevados generalmente a cumplir un breve mandato de vida oficial, actuaron maravillosamente en ella, y se exasperaron luego por las eternas reverencias y recepciones y despedidas de otros funcionarios, abandonaron de buena gana las cargas de la vida oficial y volvieron sabiamente a la vida retirada. Yüan Chunglang escribió siete solicitudes sucesivas a su superior, cuando era magistrado en Soochow, para quejarse de estas eternas reverencias, y para rogar que se le permitiera retornar a la vida del individuo libre y despreocupado.
Encontramos un ejemplo muy singular del elogio de la ociosidad en la inscripción que otro poeta, Po Yüchien, escribió para su estudio, al que llamaba El salón del ocio:
Soy demasiado perezoso para leer los clásicos taoístas, porque Tao no reside en los libros.
Demasiado perezoso para recorrer las Sutras ( [23]), porque no ahondan más en Tao de lo que parecen.
La esencia de Tao consiste en un vacío, claro y fresco. Pero, ¿qué es este vacío salvo ser todo el día como un loco? Demasiado perezoso soy para leer poesía porque, cuando ceso, la poesía se ha marchado;
Demasiado perezoso para tocar el ch'in porque la música muere en la cuerda donde nace;
Demasiado perezoso para beber vino porque allende el sueño del ebrio hay tíos y lagos;
Demasiado perezoso para jugar ajedrez porque además de peones se pierden y ganan otras cosas;
Demasiado perezoso para mirar colinas y arroyos porque hay una pintura dentro del portal de mi corazón;
Demasiado perezoso para afrontar el viento y la luna porque dentro de mi está la Isla de los Inmortales;
Demasiado perezoso para atender asuntos terrenos porque dentro de mí están mi choza y mis posesiones;
Demasiado perezoso para contemplar el cambio de las estaciones porque dentrode mí hay cortejos celestiales.
Han de secarse los pinos y podrirse las rocas; pero yo seré siempre lo que soy.
¿No es propio que llame a esto el Salón del Ocio?
Este culto del ocio estaba ligado siempre, pues, a una vida de calma interior, un sentido de despreocupada irresponsabilidad y un goce intenso y pleno de la vida de la naturaleza. Los poetas y los estudiosos se- han dado siempre nombres raros, como "El Huésped de Ríos y Lagos" (Tu Fu); "El Recluso de la Colina Oriental" (Su Tungp'o); "El Hombre Despreocupado de un Lago Nebuloso", y "El Anciano de la Torre Envuelta en Niebla", etcétera.