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– Parece que Trevor y Aaron ya son amigos. ¿Cuánto tiempo lleváis viéndoos?

– Nos conocemos desde hace sólo dos semanas. No somos más que amigos. ¿Qué aderezo le pongo a la ensalada? -cuando se dio la vuelta para mirar a su anfitriona, ésta la estaba estudiando con expresión divertida-. ¿Qué pasa?

Lynn se rió.

– Nada. Que si lo que Ted dice de Trevor Rule es verdad, será mejor que te andes con cuidado.

– ¿Por qué? ¿Qué dice Ted?

– Que Trevor es ambicioso, que no le tiene miedo a nada, que los negocios por los que ha apostado hasta ahora han salido siempre bien… En otras palabras, que consigue lo que quiere -sonrió y esbozó una sonrisa cómplice-. Por la manera en que te miraba la otra noche, en la cena, yo diría que ese hombre va detrás de ti. Si no quieres que te atrape, será mejor que corras deprisa -sacó dos latas de cerveza del frigorífico y le pasó una a Kyla-. Vamos, me parece que ahí fuera agradecerán otra cerveza.

Trevor había sacado a Aaron de la piscina. Estaba en cuclillas y tenía al niño entre sus rodillas. Lo estaba secando enérgicamente con una toalla, como si fuera algo que hiciera todos los días. Kyla abrió la lata de cerveza y se la pasó.

– Si prefieres, me ocupo yo.

Trevor levantó la mirada. Su sonrisa era de infarto. Dio un sorbo de cerveza y lamió la espuma que le había quedado en el bigote.

– Todo va estupendamente. Gracias por la cerveza.

– De nada.

Nerviosa, se dio la vuelta justo cuando Lynn le estaba pasando la lata a su marido.

– Gracias, cariño -dijo Ted, y le dio una palmadita a Lynn en el trasero. Su mano se quedó allí y jugueteó un poco antes de retirarse.

Lynn se inclinó y posó un beso en la coronilla de su marido.

Kyla sintió una soledad más profunda que cualquiera que hubiera experimentado antes.

– La casa está a oscuras -comentó Trevor mientras estacionaba el coche de Kyla en la entrada del garaje.

– Supongo que mamá y papá todavía no habrán vuelto -era raro que no hubieran regresado todavía. Habitualmente, las partidas de dominó no duraban más allá de las once y ya eran casi las doce. Sospechaba que estaban retrasando su vuelta premeditadamente.

– Tendríais que habernos dado la revancha a Ted y a mí.

– Los hombres nunca ganan a las mujeres en juegos de palabras.

– ¿Cómo es eso?

– Las mujeres son más intuitivas que los hombres.

– Mi intuición me dice que Aaron se ha quedado dormido en tu hombro.

– Esta vez has acertado.

Aaron, que se había quedado dormido en el sofá del salón de los Haskell, no se había puesto muy contento cuando lo habían levantado de allí para volver a casa. Para evitar una rabieta, contraviniendo sus normas de seguridad, Trevor había aceptado que el niño viajara en brazos de Kyla en vez de meterlo en la sillita.

Bajó del coche y lo rodeó para abrirle la puerta a ella.

– ¿Tienes la llave en el bolso?

– En la cremallera lateral.

La encontró cuando ya llegaban a la puerta de la casa. Maniobrando con la llave, el bolso de Kyla y la bolsa con las cosas del niño, consiguió arreglárselas para abrir la puerta y dejarla pasar.

– Gracias, Trevor. Me lo he pasado muy bien.

– No voy a dejaros a Aaron y a ti en una casa vacía a esta hora de la noche.

No había lugar a discusión, aunque a Kyla le resultaba incómodo tenerlo allí, precediéndola escaleras arriba, en la casa a oscuras. Trevor encendió la luz de mesa del cuarto de Aaron. Éste seguía dormido. Ella lo puso en la cuna.

– ¿Puedes desvestirlo sin que se despierte?

– Me parece que le voy a dejar la camiseta. Me da miedo que se despierte y crea que es hora de desayunar.

Trevor emitió una risa ahogada mientras dejaba la bolsa del bebé encima de la mecedora. Contempló, fascinado, la habilidad de Kyla para sacarle los zapatos y los calcetines.

Sin despertarlo, le bajó los pantalones y se los quitó. Las manos de Kyla fueron mecánicamente hasta las bandas adhesivas que sujetaban el pañal, y se quedaron allí quietas.

Se había dado cuenta de que él estaba detrás de ella, observando la operación. La habitación parecía haber encogido, como si apenas quedara sito para los dos. Había tensión en el ambiente. Hacía calor, casi bochorno. La casa estaba en completo silencio.

Era una tontería. Era ridículo, se dijo ella. Aaron era un bebé, no estaba sexualmente desarrollado. Pero el hombre que estaba a su lado sí, y quitarle el pañal a Aaron con Trevor a su lado suponía una intimidad entre ellos que la hacía sentirse violenta.

Al parecer, él reparó en que sus dedos hábiles se habían vuelto de pronto torpes e ineficaces, porque se aclaró la garganta y se alejó.

Kyla cambió el pañal al niño más deprisa de lo que lo había hecho en su vida. Éste, milagrosamente, no se despertó. Trevor estaba apoyado en el marco de la puerta cuando ella se dio la vuelta, después de tapar a Aaron con una mantita fina y apagar la luz.

– ¿Todo en orden?

– Sí. Tenía mucho sueño. Me parece que voy a comprarle una de esas piscinas inflables.

Empezó a bajar la escalera. Notaba una tensión en el pecho y nervios en el estómago. Le entraron ganas de hablar alto para quebrar el silencio que envolvía la casa en la oscuridad.

Uno de los escalones gimió bajo el peso de Trevor. Éste se rió.

– Hay un escalón que cruje.

– Me temo que varios -Kyla suspiró al recordar una situación que en realidad nunca olvidaba del todo-. Mis padres soñaban con vender esta casa cuando papá se jubilara. Querían comprar una de esas caravanas modernas y recorrer el país.

– ¿Y por qué no lo han hecho?

– Porque mataron a Richard.

Trevor no dijo nada, aunque ella notó que vacilaba antes de seguir bajando.

– Me he convertido en una carga para ellos.

– Estoy seguro de que tus padres no lo ven de ese modo.

– Pero yo sí -notó que él se había parado a mitad de la escalera. Se volvió para mirarlo. Estaba varios escalones más arriba.

– ¿Por qué no la venden ahora?

– No quieren que Aaron y yo vivamos solos. Además, el mercado inmobiliario en esta zona de la ciudad ya no es lo que era. A menos que el barrio se revalorice, no sacarían mucho si la vendieran ahora.

– Todo eso te preocupa, ¿verdad? No quieres que se sientan responsables de ti.

Ella sonrió con pesar.

– Siento que no hayan podido cumplir su sueño por causa mía.

Se miraron el uno al otro. Se hizo el silencio, como si cayera un telón. Aunque Trevor había encendido una luz en el vestíbulo, el resto de la casa estaba a oscuras.

El lado derecho de su cara estaba iluminado. Ella notó que él estaba en tensión a pesar de que sus cuerpos no se tocaban. El pelo, muy negro, arrojaba sombras sobre su cara. Delgado, moreno, intenso, era como el héroe de una novela gótica. No representaba una amenaza física, pero no por ello resultaba menos peligroso. Lo que debería haber parecido siniestro era en realidad atrayente.

La hacía temblar.

– No te entretengo más, te acompaño a la puerta -dijo Kyla apresuradamente, sin aliento, y continuó bajando.

Sólo había descendido un escalón cuando notó los dedos de Trevor en el pelo, capturando sus cabellos. Un quejido surgió de su garganta, pero no tenía escapatoria. La mano de Trevor se cerró en torno a su pelo y lo sujetó con decisión. Luego, sin soltar, la obligó a girar la cabeza hacia atrás y, finalmente, a darse la vuelta en el escalón.

Con la otra mano la hizo subir y bajó la cabeza. Posó su boca sobre la de ella con fuerza y la estrechó contra sí.

Las manos de Kyla intentaban en vano empujarlo, separarlo de ella, pero el pecho de Trevor era recio como una pared. El corazón le latía con fuerza y el eco de esos latidos le retumbaba en la cabeza. ¿O era el corazón de Trevor? En lo único en lo que podía concentrarse era en el roce de su bigote y en la firme presión de sus labios.