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Cuando Thomas televisaba un pensamiento a Julie, Bobby lo recibía algunas veces en su lugar. Como esta mañana. Cuando él televisó un aviso a Julie…

… algo malo va a suceder Julie, algo malo de verdad se aproxima…

… Bobby lo recogió. Tal vez fuera porque Thomas y Bobby querían a Julie. Thomas no lo sabía. No podía figurárselo. Pero sucedió así, sin duda. Bobby sintonizó.

Ahora, Thomas continuaba ante la ventana, en pijama, mirando la amedrentadora noche, e intuyó que la Cosa Malévola estaba allí fuera, la sintió cual un murmullo en su sangre, cual un escalofrío en sus huesos. La Cosa Malévola estaba lejos, en ningún lugar cercano a Julie. Pero se aproximaba.

Hoy, durante la visita de Julie, Thomas había querido contarle lo de la aproximación de la Cosa Malévola. Pero no pudo encontrar la forma de decirlo con claridad y le atemorizó la posibilidad de parecer tonto. Julie y Bobby sabían que él era tonto, seguro, pero le espantaba parecer tonto delante de ellos, recordarles lo tonto que era. Cada vez que él empezaba casi a contarle lo de la Cosa Malévola, olvidaba cómo emplear las palabras. Tenía las palabras en la cabeza, todas alineadas para salir de la boca, pero de pronto se producía una mezcolanza entre ellas, y él no podía ordenarlas de nuevo, por lo que le resultaba imposible pronunciarlas porque serían palabras sin sentido, y él no quería pasar por tonto de verdad.

Además, él no sabía decirle lo que era la Cosa Malévola. Pensaba que podía ser una persona, una persona terrible de carne y hueso, allí fuera, dispuesta a hacer algo a Julie, pero no se dejaba sentir, exactamente, como una persona, en parte persona, pero también algo más. Algo que estremecía de frío a Thomas, no sólo por fuera, sino también en su interior, como si aguantara un viento invernal y comiese helado al mismo tiempo.

Thomas tembló.

No quería tener esas impresiones amargas sobre lo que había fuera, pero tampoco podía volver a la cama y desentenderse, porque cuanto más detectase a la distante Cosa Malévola, tanto mejor podría advertir a Julie y Bobby cuando la cosa no estuviese tan lejos.

Detrás de él, Derek murmuró en sueños.

El Hogar estaba sobremanera silencioso. Toda la gente tonta estaba profundamente dormida. Excepto Thomas. A veces le gustaba estar despierto cuando nadie más lo estaba. Eso le hacía sentirse más listo que todos ellos juntos, viendo cosas que ellos no podían ver y sabiendo cosas que ellos no podían saber porque estaban dormidos.

Thomas miró el vacío de la noche.

Apretó la frente contra el cristal.

Por amor a Julie profundizó en el vacío. Hacia la lejanía.

Se abrió a los sentimientos. Al escalofrío.

Algo grande y de una fealdad espantosa le golpeó. Como una ola. Surgió de la noche y le golpeó haciéndole retroceder de la ventana y caer de espaldas junto a la cama; luego no pudo sentir más a la Cosa Malévola, pero lo que había sentido había sido tan inmenso y tan feo que le cortó la respiración y su corazón latió desbocado. Sin más tardar, televisó un mensaje a Bobby:

Corre, escapa, salva a Julie, la Cosa Malévola se está aproximando, la Cosa Malévola, corre, corre.

Capítulo 23

El sueño se llenó con la música de Moonlight Serenade de Glenn Miller, aunque, como ocurre con todos los sueños, hubiera una diferencia indefinible entre esa canción y la verdadera melodía. Bobby se encontraba en una casa que le era familiar y totalmente extraña al mismo tiempo, y por una razón u otra sabía que aquello era el bungalow a orillas del mar, en donde él y Julie iban a retirarse todavía jóvenes. Él atravesaba la sala, hollando una alfombra persa oscura, pasando ante butacas forradas de aspecto confortable, un viejo e inmenso sofá de respaldo redondeado y mullidos almohadones, una vitrina Ruhlmann con paneles de bronce, una lámpara Art Decó y estanterías rebosantes de libros. La música provenía del exterior, así que él se dirigió hacia allí. Disfrutó de las convenientes transiciones del sueño atravesando una puerta sin necesidad de abrirla, cruzando un espacioso porche y descendiendo una escalera de madera sin levantar siquiera un pie. El mar retumbaba a un lado, y la espuma fosforescente de las rompientes relucía, pálida, en la noche. Bajo una palmera, en la arena, y rodeada de conchas diseminadas, se alzaba una Wurlitzer 950, destellando con luces doradas y rojas, gacelas dando saltos perpetuos, figuras de Pan tocando perpetuamente la flauta, el mecanismo para cambiar discos brillando como plata auténtica y una gran placa negra dando vueltas en el plato giratorio. Bobby se sintió como si Moonlight Serenade fuera a sonar eternamente, lo cual le plació mucho porque nunca había estado tan eufórico, tan en paz consigo mismo; presintió que Julie había salido de la casa detrás de él, que le esperaba en la húmeda arena cerca del agua, que quería bailar con él… Así que se volvió y allí estaba ella, bajo la luz exótica de la Wurlitzer. Dio un paso hacia Julie…

¡Corre, escapa, salva a Julie, la Cosa Malévola se está aproximando, la Cosa Malévola, corre, corre!

El océano índigo saltó de repente como si recibiera el latigazo de una tormenta y la espuma explotó en el aire nocturno.

Vientos huracanados sacudieron las palmeras.

¡ La Cosa Malévola! ¡Corre! ¡Corre!

El mundo se ladeó. Bobby cayó tambaleándose hacia Julie. El mar se embraveció alrededor de ella. La quiso absorber; se dispuso a atraparla; aquello era agua con voluntad, un mar penante con una conciencia malévola reluciendo oscura en sus profundidades.

¡ La Cosa Malévola!

La melodía de Glenn Miller aceleró su ritmo, el disco giró a doble velocidad.

¡ La Cosa Malévola!

La luz suave y romántica de la Wurlitzer llameó, hirió sus ojos y, sin embargo, no ahuyentó la noche. Era una luz radiante, como si la puerta del infierno se hubiese abierto, pero la oscuridad que les rodeaba se intensificó, sin rendirse a aquel resplandor sobrenatural.

¡ LA COSA MALÉVOLA! ¡ LA COSA MALÉVOLA!

El mundo se ladeó aún más. Se levantó y giró.

Bobby se tambaleó por la ondulante playa hacia Julie, que parecía incapaz de moverse. El mar hirviente y negruzco estaba engulléndola.

¡ LA COSA MALÉVOLA, LA COSA MALÉVOLA, LA COSA MALÉVOLA!

Con un crujido estrepitoso de piedra hendida, el cielo se abrió sobre sus cabezas pero ningún relámpago asaeteó la resquebrajada bóveda.

Surtidores de arena se alzaron alrededor de Bobby. Agua negra como la tinta surgió de orificios que se abrieron súbitamente en la playa.

El miró hacia atrás. El bungalow había desaparecido. El mar se alzaba por todas partes. La playa estaba disolviéndose bajo sus pies.

Dando un alarido, Julie desapareció bajo el agua.

¡COSAMALÉVOLA COSAMALÉVOLA COSAMALÉVOLA COSAMALÉ-VOLA!

Una ola de seis metros se cernió sobre Bobby. Y rompió, arrastrándole consigo. Él intentó nadar. La carne de sus brazos y manos se llenó de ampollas y empezó a pelarse dejando al descubierto destellos de hueso blanco como el hielo. El agua de medianoche era un ácido. Su cabeza se sumergió. Se esforzó por respirar, alcanzó la superficie, pero el mar corrosivo le había comido ya los labios y él sintió que las encías se le desprendían de los dientes y que la lengua se le tornaba gachas rancias en la bocanada de salmuera cáustica que había engullido. Incluso el aire lleno de espuma corría, y le devoró los pulmones en un instante, de modo que cuando intentó respirar no pudo. Se fue hacia el fondo batiendo las olas con brazos y manos que eran sólo hueso y, atrapado por una corriente submarina, se sumió en la eterna oscuridad, la disolución, el olvido.

¡COSAMALÉVOLA!

Bobby se sentó de un salto en la cama.

Aunque estuviera gritando no emitía ni un sonido. Cuando se dio cuenta de que había estado soñando, cesó en sus intentos de gritar y, por último, dejó escapar un gemido sordo, patético.