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– Creo que ya no da más de sí -le dijo Jeffrey, con una expresión sombría-. Hemos entrevistado a toda la residencia, y nadie sabía nada del chaval.

– Por el hedor que despedía su cuarto, diría que se pasaba la vida encerrado.

– Si Dickson traficaba, nadie va a admitir que le conocía. Cuando empezamos a hacer la ronda para interrogar a los estudiantes, oímos tirar de la cadena de todos los retretes de la residencia.

Sara reflexionó acerca de lo que sabían.

– Así que él y Rosen eran tipos solitarios. Y los dos tomaban drogas.

– Él análisis toxicológico de Rosen no reveló que tomara nada.

– Eso es muy aleatorio -le recordó Sara-. El laboratorio sólo busca las sustancias que yo especifico. Hay miles de otras drogas que podría haber tomado y que yo no sabría que debía buscar.

– Creo que alguien limpió la habitación de Dickson.

Sara esperó a que prosiguiera.

– Había una botella de vodka en la nevera, medio llena, pero sin huellas. Y latas de cerveza y otras cosas con huellas de la víctima y otras invisibles a simple vista que debían de ser del dependiente o de quien se las vendió. -Hizo una pausa-. Vamos a analizar la jeringa para ver qué había dentro. La que estaba en el suelo está rota. Rasparon la madera, pero no sé si podrán obtener una buena muestra. -Hizo otra pausa, como si hubiera algo que no quisiera decir-. Lena encontró la jeringa.

– ¿Cómo ocurrió?

– La vio bajo la cama.

– ¿La tocó?

– De arriba abajo.

– ¿Tiene coartada?

– Estuve con Lena toda la mañana -dijo Jeffrey-. Pasó la noche con White. Su coartada es mutua.

– No te veo convencido.

– En este momento no me fío de ninguno de los dos, sobre todo considerando el pasado delictivo de White. Uno no deja de ser racista de la noche a la mañana. Lo único que les relaciona a todos, incluyendo a Tess, es el tema racial.

Sara sabía adónde quería ir a parar con eso.

– Ya hemos hablado de eso. ¿Cómo iba a saber alguien que yo llevaría a Tessa a la escena del crimen? Es totalmente inverosímil.

– Lena está protagonizando demasiado este caso como para no formar parte de él.

Sara sabía a qué se refería. Lo mismo les pasaba con el supuesto suicidio de Andy Rosen. Las coincidencias casi nunca lo eran.

– Este tal White -comenzó Jeffrey- es una mierda seca, Sara. Espero que nunca le conozcas. -Su tono sonó áspero-. ¿Qué demonios hace con alguien así?

Sara se reclinó en la silla, y esperó a que él le prestara atención.

– Teniendo en cuenta todo lo que Lena ha pasado, no me extraña que se haya liado con alguien como Ethan White. Es un tipo peligroso. Sé que sigues calificándolo de chaval, pero, por lo que me has dicho, no actúa como tal. A Lena podría atraerle el peligro. Sabe con quién se las gasta.

Jeffrey negó con la cabeza, como si fuera algo que no pudiera aceptar. A veces Sara se preguntaba si Jeffrey conocía de verdad a Lena. Jeffrey solía ver a la gente tal como él quería que fueran, y no como eran en realidad. Eso había sido un problema continuo en su matrimonio, y Sara ahora no quería recordarlo.

– A excepción de Ellen Schaffer, todo esto podría ser una serie de coincidencias, a la que hemos de añadirle la madre de todas las batallas que estáis librando tú y Lena. Sara le acercó un dedo a los labios para acallarlo-. Sé lo que vas a decir, pero no puedes negarme que hay cierta hostilidad entre tú y Lena. De hecho, a lo mejor está protegiendo a White sólo para cabrearte.

– Es posible -aceptó Jeffrey, para sorpresa de Sara.

Sara se reclinó en su silla.

– ¿De verdad crees que ha estado bebiendo? -le preguntó-. ¿Que bebe lo bastante como para considerarlo un problema?

Jeffrey se encogió de hombros, y Sara volvió a acordarse de lo mucho que Jeffrey odiaba a los alcohólicos. Su padre había sido un alcohólico violento y, aunque Jeffrey afirmaba haber superado una infancia llena de malos tratos, Sara sabía que un alcohólico podía hacer estallar a Jeffrey mucho más rápidamente que un asesino.

– Que tenga resaca no significa que tenga un problema… sólo significa que una noche ha bebido demasiado. -Sara dejó que Jeffrey asimilara esas palabras antes de proseguir-. ¿Y qué me dices de esto? -preguntó, mirando las fotos.

Le enseñó la fotografía de la jeringa pisoteada en el suelo.

– Estoy casi seguro de que no lo hizo ella -admitió Jeffrey-. La huella del zapato es casi idéntica a la de White.

– No -dijo Sara-. Estás pasando por alto la pregunta importante. Dickson tenía dos jeringuillas de la metanfetamina más pura que se puede comprar. Si quería matarse (o si alguien quería que pareciera que se había suicidado), ¿por qué no utilizar la otra jeringa? La dosis era tan fuerte que le habría matado casi al instante.

– Cascarse la nuez es una manera bastante vergonzosa de matarse -señaló Jeffrey, utilizando la expresión en argot para la asfixia autoerótica-. Pudo hacerlo alguien que le odiaba.

– El gancho de la pared llevaba allí mucho tiempo -dijo Sara, buscando la fotografía-. La correa muestra señales que indican que ya la había utilizado antes. La espuma evitaba que el cuero le dejara marcas en el cuello. Lo tenía todo preparado, incluyendo la película porno en el televisor. -Pasó las fotos con rapidez mientras hablaba-. Probablemente pensó que lo más seguro era sentarse en el suelo. En estos casos lo que siempre falla son barras de armario y sillas que resbalan. -Indicó los frascos de medicinas-. Si era anorgásmico, sin duda estaba buscando una manera de montárselo mejor.

Jeffrey no podía olvidarse de Lena.

– ¿Y por qué Lena contaminó la escena del crimen si no tenía nada que ocultar? Antes nunca lo había hecho.

Sara no tenía ninguna respuesta.

– Si White es el autor, ¿qué motivos tenía para matar a Scooter?

Jeffrey negó con la cabeza.

– Ninguno que yo sepa.

– ¿Drogas? -preguntó Sara.

– White tiene que darle orina cada semana a su agente de libertad condicional para que vea que está limpio, pero Lena tenía Vicodin en su apartamento.

– ¿Le preguntaste para qué?

– Dijo que era para el dolor, por lo del año pasado.

La imagen no deseada de Lena durante su examen posviolación apareció en la mente de Sara.

– Tenía una receta válida -dijo Jéffrey.

Sara se dio cuenta de que había perdido el hilo.

– ¿Schaffer no tomaba drogas?

– No.

– Dickson no parece un nombre muy étnico.

– Baptista del sur, nacido y criado.

– ¿Salía con alguien?

– ¿Con ese olor? -le recordó Jeffrey.

– Buena observación. -Sara se puso en pie, preguntándose dónde estaba Brock-. ¿Podemos empezar? Le dije a mi madre que volvería al hospital en cuanto pudiera.

– ¿Cómo está Tessa? -preguntó Jeffrey.

– ¿Físicamente? Se recuperará. -Sara sintió que algo se le partía por dentro-. No me preguntes más, ¿entendido?

– Muy bien. Entendido.

Sara abrió la puerta y entró en el depósito.

– Carlos -dijo-. Brock llegará enseguida. Puedes tomarte un descanso en cuanto llegue.

Jeffrey sentía curiosidad, pero no hizo la pregunta obvia.

– Enhorabuena. Tenías razón en lo del tatuaje -dijo a Carlos.

Carlos sonrió, algo que nunca hacía cuando Sara le felicitaba. Sara se ató el cordón de la bata en torno a la cintura y se acercó a la caja de luz para mirar las radiografías que Carlos le había sacado a William Dickson. Tras asegurarse de haber observado detenidamente cada placa, volvió junto al cadáver.

La balanza que colgaba a un lado de la mesa se mecía en la brisa y, aunque a Carlos nunca se le olvidaba, Sara comprobó que estuviera a cero. Brock había dicho que llegaría en un momento, pero aún no había aparecido. Sara no quería empezar la autopsia hasta que él se hubiera ido.

– Haré un examen superficial mientras llega Brock -dijo.

Se puso un par de guantes y apartó la sábana, exponiendo el cadáver de William Dickson a la fuerte luz que había sobre sus cabezas. En su cuello se veía, perfectamente impresa, la marca del cinturón. Aún tenía la mano izquierda en torno al pene.