Изменить стиль страницы

Era un camino lleno de baches, y la grúa bailaba en todas direcciones y le vibraban todas las planchas. El lugar seguía siendo relativamente salvaje, con árboles y arbustos tupidos, pero había que hacer un esfuerzo para olvidar los papeles aceitosos, descoloridos por el sol, y todas las porquerías que los delicados visitantes tiraban por las ventanillas; todas esas cochinadas que nacían del alma de los cretinos que iban de excursión. El viejo conducía con una mano, y con la otra hacía aparecer los pequeños dulces pegajosos que se iba metiendo en la boca a toda velocidad. Aún hacía calor y yo hice una observación sobre el tema mientras entornaba los ojos. -Sí -dijo-, ¿pero te imaginas en África, chico? ¿Te imaginas a esos cretinos en plena selva bajo un sol de infierno y sin una malta alma viviente a la vista, sin nada más que animales acostados a a sombra y las luces del cielo?

Pasamos una cerca y después de dos curvas caímos sobre el coche averiado, un VW rojo con adhesivos y banderines en la parte trasera. El viejo paró a su lado, pero no veíamos el interior debido al vaho. Se enjugó la frente con el dorso de la mano antes de golpear la ventanilla.

– ¡Eh, los de adentro! ¿Se han muerto? -gritó.

Un pájaro lanzó un grito lúgubre en los árboles, y la ventanilla del VW bajó lentamente. Un tipo al borde de la asfixia, con los ojos extraviados, sacó la cabeza por la abertura envuelto en una pequeña nube de vapor. Tenía a su lado a una mujer, situada en la cincuentena, descolorida, con un vestido estampado con grandes girasoles y que mantenía su bolso apretado contra el vientre.

– Es el carburador -suspiró el tipo-. Seguro que es el carburador. No es la primera vez que me lo hace.

– Uno de estos días, este coche va a ser nuestra tumba -gruñó la mujer.

– Vamos, cariño, no digas eso…

– ¡¡Es la última vez que pongo los pies aquí adentro, ¿oyes?!! ¡¡Cómprate un coche nuevo, como todo el mundo!! ¡¡Venga, a ver si eres capaz de hacerlo!!

– Me haces gracia. Te juro que me haces mucha gracia -rechinó el tipo.

– Pues tienes suerte. La verdad es que tú a mí me pareces más bien siniestro. Menos mal que estamos saliendo de ésta.

El viejo dio un golpe en el techo del VW.

– Bueno, ciérrenme esa ventanilla. Nosotros nos ocuparemos de todo.

Hizo una maniobra y paró justo delante del Escarabajo. Se rascó la oreja cuando se volvió hacia mí.

– Ahora voy a bajar el gancho -dijo-. Y tú no te busques problemas, simplemente lo pones en el parachoques del VW. No hay nada más sólido que el parachoques de un VW.

Lo que me pedía no era excesivamente complicado, y además era un atardecer muy suave y calmado; podía hacerlo tranquilamente, y entreabrí mi puerta mirando el horizonte sostenido pot unas nubes de color rosa. En el mismo momento me quedé totalmente paralizado, sentí a la vez frío y calor en el estómago.

– ¡¡La puta!! -lancé- ¿Qué significa esto? ¡Veo un LEÓN que se acerca, allí!

– Pues claro, es el parque número siete -dijo el viejo-. Trece leones adultos y unas cuantas leonas. Pero no corres ningún peligro, muchacho, a esta hora ya han comido y sólo son como gatos grandes.

– Óyeme -le dije-, estás maduro para que te metan en el asilo de ancianos, si te crees que voy a poner un pie afuera. No lo haría ni por todo el oro del mundo.

– Cuando yo tenía tu edad, no lo habría dudado ni por un momento. ¡Me habría parecido EXCITANTE!

– Lo único que me excita es trabajar en mi novela. En cuanto a lo demás, sólo trato de no aburrirme demasiado.

– Sí, la verdad es que pareces más que un poco especial -comentó.

– Sí, y no acabo de tragar eso de que no me hayas avisado. He estado a punto de encontrarme afuera con esos putos leones, a lo mejor me habría estirado bajo el parachoques y total para que me comieran una pierna. Sólo de pensarlo me siento mal, mamón.

– Vale, muchacho, tampoco es tan grave. Vistas las circunstancias, yo me encargo de todo. Por otro lado siempre me las he apañado sin nadie, es el mejor método.

– Estoy totalmente de acuerdo -le dije-. Puedes empezar cuando quieras, yo te estaré mirando.

El león se paró a un centenar de metros y se dedicó a mover la cola.

– Según mis cálculos -continué-, a partir del momento en que el bicho ese se lance, tendrás cuatro o cinco segundos, no más. Deja tu puerta abierta.

Alzó los ojos al cielo y luego bajó de la grúa. Sin dejar de mirar a la fiera, agarró el cable y lo enrolló alrededor del parachoques. A continuación, volvió tranquilamente y se instaló al volante.

– Son como gatos grandes, ya te lo había dicho, no hay que exagerar.

Dio el contacto, embragó y la grúa dio un salto hacia delante. Se oyó un leve silbido seguido de un choque espantoso, como si el techo de la cabina hubiera chocado con la entrada de un túnel.

El viejo giró hacia mí su rostro deshecho.

– ¡Dios! ¿Qué ha pasado, muchacho?

Me volví, pero ya tenía una vaga idea del asunto.

– Lo que me había imaginado -dije-. Hemos arrancado el parachoques y nos ha dado el porrazo.

Oh, Virgen Santísima, gruñó el viejo mientras bajaba la cabeza; luego puso la marcha atrás y volvió hasta el VW. Arrastrábamos el parachoques por las piedras y a veces veíamos saltar un destello plateado a la altura de los cristales. El tipo del VW nos recibió con gritos histéricos, medio colgado fuera de la ventanilla, pero no lo oíamos demasiado bien.

El viejo permaneció un momento triturando el volante, la cabeza medio hundida entre los hombros, y le echó una mirada al retrovisor, mientras el otro seguía chillando. Luego abrió su ventanilla a todo trapo y sacó la cabeza.

– Óyeme bien -gritó-, te doy treinta segundos, imbécil. Baja de tu cacharro y ata el jodido cable tú sólito, porque si no te vas a pasar la noche aquí y los buitres te destrozarán los neumáticos a picotazos, ¿oído?

La mujer lanzó un grito y el tipo salió casi instantáneamente. Lanzó miradas de pánico a su alrededor y agarró el cable. El león rugió antes de tumbarse en la hierba y patear no sé qué cosas invisibles. El tipo se arrodilló frente al VW, luego se estiró debajo y puso manos a la obra. Sólo se veían sus piernas que sobresalían del coche; sus perneras estaban llenas de polvo. Con un gesto de la cabeza el viejo me señaló al león, que seguía jugando y lanzando gruñidos a la caída de la tarde, en el aire tibio y azulado.

– Mira qué bonito es -comentó.

Encendí un cigarrillo, con los dos pies apoyados en el parabrisas. Me hubiera quedado así horas y horas, meditando sobre la Creación de manera abstracta y deshilvanada, pero el viejo siguió desarrollando su idea:

– Fíjate, voy a decirte algo. Aquí ya hemos tenido accidentes. Dos tipos dejaron que se los comieran, dos listillos. Pero no puedo culpar a los leones, incluso me parece normal que de vez en cuando puedan darse el gusto de zamparse a un tipo.

Se detuvo un momento, sólo el tiempo necesario para mirarme, y añadió:

– ¿Sabes?, no pasa un día sin que algún gilipollas se divierta quemándolos con un espejo o intentando pisarles las patas con su maldito coche.

Reflexioné un momento acerca de lo que acababa de decirme y luego abrí mi ventanilla. El otro seguía estirado debajo de su coche.

– ¡¡CUIDADO, TIENES A UNO OLIÉNDOTE LAS PIERNAS!! -grité.

El chorbo se acurrucó bajo su VW gimiendo y yo le sonreí al viejo.

– Yo sería partidario de dejarlos ahí tirados -dije-. Podríamos volver por la mañana a ver qué tal.

– Sería estupendo -dijo.

Esperamos cinco minutos más y el tipo emergió de debajo de su cacharro, recuperó su parachoques y se instaló al volante del VW sin mirarnos. El viejo arrancó y esa vez todo fue bien. Volvimos sin apresurarnos, pasando al lado de unas roderas para sacudirlos un poco. Ya casi era de noche, y oí que un perro ladraba, o tal vez fuera un coyote; un pájaro enorme levantó el vuelo delante de los faros y desapareció entre los árboles.