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Lo hice así y nos encontramos en un camino de tierra, lleno de baches, y en medio de grillos excitados. Logré aparcar bajo un árbol. Salté por encima de la portezuela y le hice una señal para que me siguiera. Era necesario tener algo muy importante que hacer para dar uno o dos pasos con aquel calor, era necesario tener realmente muchas ganas. Cuando me giré vi que la chica no me seguía. Volví al coche.

Ella no se había movido, simplemente tenía la cabeza baja y apretaba sus shorts contra el pecho.

– Bueno, ¿qué te pasa ahora? -le pregunté.

No dijo nada. Los bichos chirriaban a nuestro alrededor y algo parecido a moscas revoloteaban en el aire.

– A ver, ¿de verdad sabes lo que quieres? -solté-. Estás un poco majara, ¿no?

Puse las dos manos sobre el capó ardiente y cerré los ojos. Luego arranqué un tallo de hierba y di unos cuantos pasos reduciendolo a migajas entre mis dedos. Di una vuelta para relajarme, aunque la verdad es que no abandonaba el paraíso, y cuando regresé al coche ella había vuelto a ponerse los pantalones y su increíble camisa.

– Ahora lo más duro va a ser encontrar algo para beber -dije.

– Preferiría un helado -dijo ella.

Cuando llegamos a casa del abuelo, me quedé realmente sorprendido. La chica no había dado detalles, y yo abría los ojos como platos.

– ¿Pero qué demonios es esto? -pregunté-. ¿Qué es lo que apesta así?

– Bueno, ¿sabes?, es una reserva -me dijo-. Y eso es el olor de los animales salvajes. Están aquí al lado.

– Ah… Pero no veo las jaulas. ¿Dónde están las jaulas?

– No he dicho que fuera un zoo. La mayor parte de los animales están en el parque, al aire libre, y sólo hay un cacharro cerrado para los reptiles. Hay otro para el personal, lo llaman cafetería.

– ¿Y todo esto es de tu abuelo?

– No, qué va, sólo es el guarda, pero se encarga de todo, dirige el equipo de mantenimiento y el equipo de vigilancia. Es el único que vive siempre aquí.

– Santo Dios, pues la verdad es que me esperaba una casita pulcra, con un anciano perfumado con agua de colonia y con dos o tres gatos remoloneando por los cojines.

– Pues no es exactamente así -dijo ella.

Dejé el coche en el aparcamiento y nos dirigimos hacia una casa de una sola planta que se encontraba justo a la entrada. Cada uno de nosotros llevaba una gran bolsa de golosinas en los brazos. Un poco más lejos había un tipo, en una cabina de plástico; un tipo que accionaba la barrera y que vendía las entradas. La chica le dirigió un leve saludo y el otro hizo un gran gesto, se inclinó peligrosamente hacia afuera y me pareció que estuvo a punto de caerse o de volcar su cabina, pero debía de estar acostumbrado. -Está arriba -gritó-. Allá, allá arriba.

– ¿Por qué dice arriba? La casa no tiene piso -le dije a la chica.

– Así son las cosas -me contestó-. El Jefe siempre está «allá arriba».

Entramos en la casa y la chica abrió una puerta a su izquierda. Lanzó un grito de alegría, se desprendió de sus tres kilos de porquerías gelatinosas poniéndolas en mis brazos, y corrió hacia un tipo de cabellos blancos sentado al fondo de la habitación.

Mientras se abrazaban y se besaban, miré hacia arriba y mordisqueé distraídamente unas cuantas cosas de aquéllas, inundado por el sol poniente que atravesaba la ventana. A continuación el viejo se dio cuenta de mi presencia.

– Así que ése es tu amigo, ¿eh? -dijo.

– No -le contestó ella-, el otro no aguantó el viaje. Además, que no habría servido.

– Mierda, pero es que yo contaba con él, habría podido ayudarme, tengo la mitad de la gente de vacaciones…

Pareció reflexionar un momento y luego se dirigió directamente a mí:

– Estoy pensando una cosa -explicó-. ¿Qué te parecería un trabajito tranquilo…? No pareces totalmente imbécil, muchacho, ¿qué te parece?

– No, estoy de paso -dije.

– Por supuesto, todos estamos de paso, pero ¿qué contestas a mi propuesta?

– Durante toda mi vida he buscado esos pequeños trabajitos tranquilos -dije-, he tenido un montón pero siempre escondían algo. La última vez sólo tenía que limpiar cristales, pero el tipo no me había dicho que estaban en el octavo piso y que tenía que hacerlo desde afuera.

El viejo se rascó la mejilla, yo aproveché la ocasión para adelantarme y dejar las bolsas encima de la mesa. Le brillaban los ojos. Hizo un movimiento para levantarse, pero en aquel momento una luz roja parpadeó en un panel situado enfrente suyo, y el cacharro se puso a meter más bulla que un flipper electrónico.

El viejo empuñó un micrófono, pulsó un botón y una voz nasal explotó en la habitación:

– ¿Jefe? Soy Henri. Me parece que tenemos un problema en el número siete.

El viejo le pegó un puñetazo a la consola y a continuación lanzó un suspiro espantoso.

– ¡Me cago en la puta, Henri, es la tercera vez hoy! ¿Qué coño pasa ahora, a ver, qué chorrada se le puede haber ocurrido ahora a uno de esos gilipollas?

– Parece que hay uno por ahí que tiene problemas con su coche. Acaban de avisarme.

– De verdad, te lo juro, estoy harto de esas historias… Bueno, ¿lo ves?

– Pues claro que no, cómo voy a verlo si estoy del otro lado de la barrera. Estoy demasiado lejos.

– ¿Y tus prismáticos, Henri? ¡¡¿Y tus PUTOS PRISMÁTICOS?!! Me peleé durante meses con la Dirección para que todos mis muchachos tuvieran esos aparatos que ni tienen precio y parece que tú ni siquiera sabes cómo se usan. ¡Henri, ¿te interesa conservar tu puesto, especie de imbécil?!

– Vale, de acuerdo, tranquilo… Sí, espere, los veo, pero por un ojo veo totalmente desenfocado.

– No importa. Dime qué cono están haciendo. ¿Han salido de su coche? ¡Dime algo ya!

– No, creo que no. El coche está lleno de vaho y están parapetados adentro, creo que al menos son dos.

– Vale. Oye, estaré allí antes de cinco minutos. Coge el megáfono y diles que tranquilos. ¡La puta, ya tenemos suficientes complicaciones sin ellos!

– ¿Eh, pero de qué megáfono está hablando…? Aquí nunca hemos tenido nada parecido.

– ¡¡PUES ENTONCES, ESPECIE DE CRETINO, YA ESTÁS CORRIENDO HASTA LA CERCA Y QUIERO OÍR TUS GRITOS DESDE AQUÍ, QUIERO QUE DEJES PARALIZADOS A ESOS GILÍ POLLAS SÓLO CON TUS GRITOS!! ¡¡TE HAGO RESPONSABLE, HENRI, TE LA VAS A CARGAR EN SERIO COMO HAYA LA MENOR COMPLICACIÓN, ¿OÍDO?!!

Cortó la comunicación pegándole un viaje a un botón, y la lucecita roja se apagó. Qué buen ambiente, me dije con una sonrisa en los labios. Inmediatamente el viejo se levantó de un salto, tirando casi su silla. Era un tipo de estatura media, todo nervio y con el pelo hirsuto, e iba vestido como usted o como yo, pero llevaba en los pies unas zapatillas deformes y gastadas hasta lo imposible. De un manotazo agarró un puñado de golosinas de una de las bolsas, mientras le guiñaba un ojo a la chica, y a continuación se plantó frente a mí mascando una de aquellas cosas.

– Oye -me dijo-, no vas a negarme un pequeño favor, ¿verdad? Hay que remolcar ese coche y a lo mejor necesitaré que me eches una mano, muchacho.

No le contesté, pero el viejo me dedicó una gran sonrisa mientras me ponía unos cuantos cocodrilos en la mano.

– Bueno, prepárate -me dijo.

Salimos a la carrera con una luz cegadora y dorada, y el viejo corrió a través del aparcamiento como si lo persiguiera una jauría de perros rabiosos. Yo iba justo detrás de él, tenía treinta y cuatro años y me consideraba en plena forma, así que cuando lo vi encaramarse a aquella enorme grúa todo terreno, hice como si no hubiera visto el escalón, me agarré a la barra del retrovisor y, gracias al impulso, caí limpiamente en el asiento del otro lado. Muy pocos escritores pueden hacer una cosa así, hay que tener los brazos sólidos y una cierta fuerza en las manos, pero he hecho tantos trabajos chorras, tantas cosas agotadoras e inimaginables, que aún conservo algo. Cuando trabajaba en los muelles, era capaz de atrapar al vuelo un saco de cincuenta kilos de café únicamente con mi gancho, y de mandarlo más lejos. Había centenares de sacos para descargar durante el día, y por la noche no podía dormir de lo que me dolían los brazos. Era una época en la que escribía historias propias de loco furioso. El viejo puso el motor en marcha, y el tipo de la barraca apenas tuvo tiempo de levantar su barrera, porque salimos a todo gas levantando una nube de polvo.