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– Seguro que no puedes hacer nada, Bird.

– Tal vez no llegue a correrme, ¡pero sin duda podré comportarme como el Song Goku y empujarte por encima del muro!

– No es tan fácil, ¿sabes?…, que tenga un orgasmo. Bird, me parece que no recuerdas muy bien lo ocurrido en el suelo del depósito de madera. No tienes por qué recordarlo. Pero para mí representó un rito de iniciación. Un rito frío y sórdido, además de ridículo y patético. Desde entonces estoy corriendo una carrera de fondo, y todo ha sido una gran batalla, Bird.

– ¿Te hice frígida?

– Si te refieres al orgasmo común, lo descubrí muy pronto con la colaboración de algunos compañeros de clase, casi antes de que se secara por completo el barro del depósito de madera que me quedó bajo las uñas. Pero desde entonces busco un orgasmo mejor, y luego otro mejor aún… ¡Como si estuviera subiendo una escalera!

– ¿Eso es todo lo que has hecho desde que acabaste la universidad?

– Desde antes de graduarme. Ahora comprendo que ése ha sido mi verdadero trabajo desde mi época de estudiante.

– Deberás de estar harta de él.

– No, no es así, Bird. Cualquier día te lo demostraré… a menos que el único recuerdo sexual que prefieras conservar de mí sea lo del depósito de madera.

– Y yo te enseñaré lo que he aprendido en mi propia carrera de fondo -dijo Bird-. Dejemos de picotearnos como un par de polluelos frustrados. ¡Vámonos a la cama!

– Has bebido demasiado, Bird.

– ¿Crees que el pene es el único órgano relacionado con el sexo? Una exploradora que busca el orgasmo supremo debería saber que no es así.

– ¿Utilizarás los dedos, entonces? ¿O los labios? ¿O tal vez algún miembro extravagante…? Lo siento, pero no me sirve. Se parecería demasiado a la masturbación.

– Sí que eres sincera -dijo Bird, sorprendido.

– En realidad, Bird, hoy no buscas nada sexual. Presiento que el sexo te daría asco. Supongamos que fuésemos a la cama; todo lo que lograrías sería arrodillarte entre mis piernas y vomitar. Tu repugnancia te abrumaría y embadurnarías mi vientre con whisky y bilis. En cierta ocasión me ocurrió, y fue espantoso.

– Supongo que a veces se aprende por experiencia. Tus observaciones son correctas -dijo Bird, abatido.

– No hay prisa -lo consoló Himiko.

– No, ninguna prisa. Me parece que ha pasado muchísimo tiempo desde la última vez que tuve que darme prisa. De joven siempre tenía prisa. Me pregunto por qué.

– Quizá porque se es niño durante muy poco tiempo. Quiero decir que crecemos tan rápido…

– Crecí muy rápido, es cierto. Y ahora tengo edad suficiente como para ser padre. Pero no la preparación; y no pude procrear un hijo normal. ¿Crees que alguna vez seré padre de un niño normal? No estoy seguro -dijo Bird con tono sentimental.

– Nadie está seguro de ese tipo de cosas, Bird. Cuando tu próximo bebé resulte totalmente sano, tendrás la certeza de ser un padre normal. Y sentirás seguridad también hacia el pasado.

– Te has vuelto sabia en las cosas de la vida. -Bird se sentía animado-. Himiko, quiero preguntarte…

La anémona del sueño lo envolvía en oleadas. Bird se dio cuenta de que no resistiría más de un minuto. Le echó un vistazo al vaso vacío que fluctuaba en su campo visual y sacudió la cabeza. Se preguntó si todavía podría beber, y decidió que no toleraría ni una gota más de whisky. El vaso se le escurrió entre los dedos y cayó al suelo.

– Himiko, quiero preguntarte algo -dijo Bird, mientras intentaba ponerse en pie-. ¿A qué tipo de mundo van los bebés cuando mueren?

– Quizá un mundo muy sencillo, Bird. Pero ¿por qué no aceptas mi universo pluralista? ¡Tu bebé vivirá hasta la madurez de los noventa en su último universo!

– Hum, hum -masculló Bird-. Bien. ¡Me voy a dormir, Himiko! ¿Ya es de noche? Compruébalo por la ventana, por favor.

– Todavía es de día, Bird. Si quieres dormir puedes utilizar mi cama. Yo me iré en cuanto anochezca.

– O sea, abandonas a un amigo en desgracia, te marchas en un coche deportivo escarlata y me dejas aquí.

– Cuando un amigo en desgracia está ebrio, lo mejor que puedes hacer es dejarlo en paz. De lo contrario, ambos podríamos lamentarlo más adelante.

– ¡Tienes toda la razón! Dominas lo mejor de la sabiduría humana. ¿Por eso vas a toda velocidad en el MG hasta el amanecer?

– Algunas veces, Bird. Necesito hacer rondas… Como el personaje del cuento que hace dormir a los niños con su arena mágica, yo busco a los niños que no consiguen dormir.

Cuando Bird logró por fin levantarse de la silla, débil y pesado, pasó un brazo alrededor de los hombros robustos de Himiko y se encaminó al dormitorio. Se sentía como si fuese el cuerpo de otro hombre. Un enano alegre bailaba dentro del sol ardiente de su cabeza, desparramando polvo de luz como el hada de Peter Pan en la película de Disney. Bird rió, la alucinación le hacía cosquillas. Al derrumbarse sobre la cama alcanzó a exclamar:

– ¡Himiko! ¡Eres como una dulce y comprensiva tía abuela!

Bird se durmió. En su sueño, un hombre cubierto de escamas se movía a través de una plaza crepuscular. Tenía ojos oscuros y tristes, y una boca horrible como de salamandra. Pero enseguida le envolvió el remolino de un crepúsculo negro rojizo: el ruido de un coche deportivo alejándose. Un sueño profundo, completo.

Durante la noche Bird despertó dos veces. Himiko no estaba. Lo despertaron voces sofocadas y persistentes desde el exterior.

– ¡Himiko! ¡Himiko!

La primera voz todavía tenía eco de adolescente. A la siguiente vez oyó la voz de un hombre de mediana edad. Saltó de la cama, separó las cortinas y espió al visitante nocturno. A la pálida luz de la luna vio a un caballero menudo vestido de esmoquin. Con su cabeza redonda, en forma de huevo, alzada hacia la ventana, el hombrecillo llamaba a Himiko con expresión sombría, como desconcertado y asqueado de sí mismo. Bird se dirigió a la habitación contigua en busca de la botella de whisky. Bebió de un trago lo que quedaba, se refugió nuevamente en la cama de su amiga y se durmió al instante.

CAPÍTULO V

El gemido invadió su sueño una y otra vez hasta que, a regañadientes, se despertó. Al principio pensó que él mismo había gemido; de hecho, al abrir los ojos, los numerosos demonios que se reproducían en su vientre perforaron sus entrañas con minúsculas flechas y le obligaron a suspirar de dolor. Pero ahora volvió a oír un gemido que no provenía de su garganta. Sin moverse, levantó sólo la cabeza y miró hacia abajo: Himiko dormía sobre el suelo, en el espacio que había entre la cama y el televisor. Y gemía como un animal poderoso, transmitiendo sonidos como señales del mundo de su sueño. Las señales indicaban temor.

Bird observó que el rostro joven, redondo y ceniciento de Himiko se endurecía, como dolorido, y luego se aflojaba en una expresión estúpida. La sábana se le había deslizado hasta la cintura. Bird le escudriñó el cuerpo. Tenía los pechos como hemisferios perfectos, pero le colgaban a ambos lados de forma poco natural, evitándose el uno al otro. La zona entre ambos era ancha, plana y algo sosa. Bird sintió que ese pecho inmaduro le era familiar: debía de haberlo visto aquella noche invernal en el depósito de madera. Sin embargo, los costados de Himiko y su prominente vientre, casi oculto bajo la sábana, no le producían nostalgia alguna. Podía percibirse un atisbo de la grasitud que la edad comenzaba a instalar en su cuerpo, pero eso pertenecía a una parte de la vida de Himiko que Bird ignoraba por completo. Probablemente esas raíces adiposas se extenderían como el fuego y modificarían por completo la forma de su cuerpo. Incluso sus pechos perderían la poca juventud y frescura que aún conservaban.

Himiko volvió a gemir y de pronto sus ojos se abrieron como sobresaltados. Bird simuló dormir. Cuando un minuto después abrió los ojos, Himiko dormía nuevamente. Ahora permanecía inmóvil como una momia, tapada hasta el cuello por las sábanas, sumida en un sueño tan silencioso e inexpresivo como el de un insecto. Seguramente había llegado a un acuerdo con los ogros que poblaban su sueño. Aliviado, Bird cerró los ojos y volvió a concentrarse en su estómago, que se comportaba como un chantajista amenazante. De pronto, el estómago se le hinchó hasta invadir todo su cuerpo y su conciencia. Algunos fragmentos de pensamiento pretendieron escapar hacia el centro de su cerebro: ¿cuándo había regresado Himiko? ¿Ya habrían llevado al bebé a la mesa de disección, con la cabeza vendada como Apollinaire? ¿Sería capaz de acabar la clase de hoy sin ningún contratiempo? Pero la presión ejercida por su estómago los desalojó uno a uno. Bird se sintió a punto de vomitar y el temor enfrió la piel de su cara.