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Kenzaburo Oé

Una cuestión personal

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Título de la edición original: Kojinteki na Taiken

Traducción de Yoonah Kim con la colaboración de Roberto Fernández Sastre

Introducción de Justo Navarro

EN LA ENCRUCIJADA

Un hombre quiere huir a África. Estamos en junio, en Tokio, a las seis y media de la tarde. Mientras el hombre que quiere huir de Tokio, de su casa, de sí mismo, mira un mapa de África en la agencia de viajes, su mujer suda por cada poro y gime de dolor en un hospital, dando a luz. Nace el niño: es un monstruo. Así empieza Una cuestión personal (1964), de Kenzaburo Oé (Ose, Japón, 1935). La obra de Kenzaburo Oé descubre, como pocas, las líneas maestras de la literatura japonesa contemporánea: insiste en la vía elegida por los escritores que, después de la derrota en la Guerra del Pacífico y los horrores de Hiroshima y Nagasaki, optaron por una literatura del desastre, una forma de novela que tenía muy en cuenta las tradiciones de la novela occidental. El período literario de posguerra, entre la derrota y la ocupación norteamericana, parece un eco deformado de los años posteriores a la restauración Meiji (1868) y la publicación de La esencia de la novela (1885), de Shoyo Tsobouchi, aquel recetario para introducir en la novela japonesa los usos estilísticos y morales del realismo europeo.

Kenzaburo Oé estudió literatura francesa en la Universidad de Tokio. Bird, el héroe caído de Una cuestión personal, se desgarra entre el fervor por África y sus obligaciones como padre de un monstruo: ¿el dilema de Bird, frente al compromiso con la realidad que no puede ser negada y la responsabilidad personal que no puede ser eludida, sólo es una versión novelesca, japonesa, de las lecciones de Jean-Paul Sartre y Albert Camus? Bird, de 27 años, que se siente envejecido y acabado, frustrado, que sueña con África, es un recuerdo del propio Kenzaburo Oé, que, como Bird, llegó a Tokio desde un pueblo del interior, y se sintió perdido como Bird, y, como Bird, debió plantearse el significado de vivir con un hijo anormal. Los modelos literarios extraídos de otras tradiciones adquieren valor nuevo en las historias de Kenzaburo Oé. La literatura es una operación de la memoria, un ejercicio moral: Oé utiliza la fábula para pensar la propia vida. Así, más allá de la superficie existencialista, no es difícil detectar las obsesiones de la moral tradicional japonesa, basada en el respeto de las obligaciones familiares y el deber de aplastar los deseos personales.

Pero la fábula moral está llena de aventuras, de sensorialidad. Kenzaburo Oé encuentra siempre el signo que ilumina la página: quiso aprender a escribir poemas, domina el arte de las diecisiete sílabas del haiku y las treinta y una sílabas del waka, las formas poéticas clásicas de Japón. Oé captura y fija el mundo con la mayor precisión. Es inquietante el choque entre la nitidez de las frases de Oé y la experiencia de una realidad desquiciada; en Una cuestión personal abundan las metáforas, las dislocaciones: la tarde de junio se enfría como el cuerpo de un gigante muerto, los ojos de una mujer se cierran como los de un faisán abatido por un disparo, las manos sucias de una dependienta son las patas de un camaleón que se agarra a un arbusto. Los seres humanos se animalizan; las cosas, los vegetales, los animales se humanizan: los árboles amenazan, el viento se queja, los pájaros son descarados. En las coks de los gatos callejeros hay gotas de agua como piojos. La cuna blanca del niño monstruoso, vacía, le destroza los nervios a Bird como un tiburón rechinando los dientes. Bird se encierra en sí mismo como un molusco atacado.

Kenzaburo Oé imagina personajes cercados, a punto de deshacerse: así es Bird, que, después de casarse, se convirtió en un Robinson embrutecido, perdido en un mar de alcohol. Descuidó sus estudios, sus obligaciones, y arruinó una incipiente carrera universitaria. Se perdió en una dolorosa borrachera. Sufrió en sí mismo la desolación de una ciudad derrotada por la guerra: como si el individuo Bird asumiera en un instante, miserablemente, el destino japonés. Cuando lo conocemos, Bird quiere irse a África para escribir sus impresiones de África; sabe que los exploradores que vuelven de África hablan de las celebraciones con alcohol en las aldeas de Sudán, donde la vida carece de algo fundamental y profundas insatisfacciones llevan a sus habitantes a la desesperación y el abandono de sí mismos. Bird es ahora alguien que no merece que se le tome en cuenta. Es, según antiguos condiscípulos, un personaje singular que se fue de juerga sin ningún motivo y dejó la Universidad: un hombre dominado por una pasión inexplicable. A nadie le extraña que alguien tan raro como Bird se haya topado con un accidente inaudito, con el niño monstruoso. De acuerdo con la moralidad tradicional, cada uno tiene lo que se merece.

Oé acierta a conciliar tradición e innovación. Quiso crear un lenguaje nuevo: el premio Nobel Yasunari Kawabata le parecía vago, impreciso, ingenuo. Kenzaburo Oé, que aceptaba su deuda con los modelos narrativos de Europa y Estados Unidos, lector de traducciones, buscó un estilo impersonal, semejante a una traducción, lejos del japonés literario. Conocía los pasos de Taijun Takeda, Yukio Mishima, Rinzo Shiina, Hiroshi Noma, Shoei Ooka, Kobo Abe, los novelistas de posguerra. Pero las aventuras de Bird, el héroe de Una cuestión personal, se distribuyen en cuadros, como si cumplieran el rito de una antigua representación teatral: el encuentro con el travesti y los muchachos con la cazadora del dragón; la reunión con los médicos espantosos; las visitas al hospital; las escenas con Himiko, la amiga; la Universidad; el desastre en la academia; la historia de Delchef, el diplomático huido de una embajada; el final en el bar del travesti, cuando los signos empiezan a repetirse con significados nuevos. Oé inventa siempre una realidad monstruosa, habitada por demonios personales que lo han seguido atormentando en obras posteriores como Fútbol en el primer año de la era Manen, Inundación en mi alma, El jugador de béisbol, Juegos contemporáneos. Las deformaciones de Kenzaburo Oé me recuerdan a veces el universo fantástico de Kurt Vonnegut.

Una cuestión personal narra una pesadilla. Bird está soñando que se encuentra a orillas del lago Chad, al este de Nigeria. Está en África, sin equipo, sin preparación, en busca de tribus desconocidas y peligros mortales: cuando lo ataca una fiera, suena el teléfono. Trae malas noticias el teléfono que suena de madrugada: el hijo es anormal. Así empieza la vergüenza de Bird, la conciencia de que es incapaz de tener un hijo normal. La cosa, el niño recién nacido, parece que tuviera dos cabezas. Bird le mira la cabeza vendada y piensa en el poeta Apollinaire, herido en el campo de batalla. Mi hijo ha sido herido en un campo de batalla oscuro y silencioso, lo enterraré como un soldado muerto en combate, piensa Bird, que siente una extrema vergüenza personal que no puede discutir con nadie, ni compartir con nadie: la vergüenza es una cuestión personal.

El viajante de comercio de Kafka se despertó una mañana transformado en insecto. A Bird lo despierta el teléfono, y también sufre una transformación: ya conoce la vergüenza, la angustia que te ahoga como una tina de alquitrán. ¿Puede huir, desaparecer como el jugador de baloncesto que abandona la pista por sus repetidos errores, malhumorado, desdeñoso, disgustado? ¿Qué significaría para Bird y su mujer vivir con un monstruo, prisioneros de un monstruo? Comete la vileza de plantearse la pregunta. Decide librarse del fenómeno. Emprende una batalla, no una batalla heroica, sino lamentable: desembarazarse del monstruo, sin mancharse las manos con un asesinato. La vergüenza es un tumor maligno, mientras adivina que la suegra lo apremia para que mate al niño, para que elimine la perturbación. Todo el mundo, piensa Bird, representa un papel, todo es la mala comedia de una banda de canallas: todo es una comedia, menos el bebé monstruo, lo único real. Y siente Bird la vergüenza de no ser lo suficientemente bueno para hacer que viva el niño, ni lo suficiente malvado para matarlo.