CAPITULO VI
Ante la petición de Nanak de buscar una ocupación provechosa, Jairam habló con el Khan sobre él consiguiéndole un puesto de administrador. Nanak se entrevistó con el Khan, causándole una favorable impresión.
Y así Nanak se ocupó de sus tareas, quedando todos muy contentos con él. Toda la corte decía: "Este es ciertamente un hombre recto y bueno"; todos le alababan ante el Khan, el
cual tenía a Nanak en gran estima.
Al atardecer, después de haber finalizado sus labores, Nanak se reunía con sus amigos, y pronto un numeroso grupo de nobles, cortesanos y sirvientes acudían noche tras noche a escuchar sus bellísimas canciones.
CAPÍTULO VII
Un día, como era su costumbre, Nanak fue a tomar su baño matinal al río cercano. Dándole sus ropas a un sirviente, se introdujo en la corriente y comenzó a bañarse. Después de un largo rato salió sin ser visto y como impelido por una irresistible llamada se sentó a meditar en un oculto paraje. Y Nanak sintió como si unas manos divinas transportaran su espíritu ante la presencia del Señor.
Mientras tanto, su sirviente, después de haber esperado durante mucho tiempo, volvió a casa, comunicando a todo el mundo que Nanak se había ahogado. Llamaron a un pescador y le ordenaron que arrojara su red a lo largo y ancho de la corriente. Mas todo esfuerzo fue vano y llorando regresaron todos a Sus casas.
Naríak se hallaba con el Señor en ese lugar donde el tiempo no existe. Y Dios le dijo: "Nanak, bebe este néctar, es una copa de mi Nombre". Y éste, postrándose obedeció. Y el Señor continuó: "¡Cuando te vayas, recuerda mi Nombre y enseña al mundo a hacerlo también! ¡Permanece siempre sin contaminarte por él! ¡Te he dado mi propio Nombre, recuérdame en todo momento!"
De nuevo se dejó oír la voz del Señor: "Nanak, mi agya te ha sido dada, mi visión suprema revelada. ¿Quién tocaba las. miríadas de instrumentos que has oído? ¿Acaso hay alguien que haga algo sin Mí?"
El Baba respondió y un dulce son inundó de nuevo el aire:
Y el Señor le contestó: "Nanak, en quien se pose tu mirada complacida, en él se posará la mía; quien obtenga tu benevolencia, obtendrá también la mía. Mi nombre es el Supremo Brahma, el Supremo Señor; y tu Nombre es el Guru, el Supremo Señor".
Nanak cayó al suelo a sus pies. De lo más profundo de su corazón salió un himno de alabanza, y acompañado por la música celestial cantó el Arti.
Concluida su estancia ante el Señor, Nanak fue llevado de nuevo al río. Habían transcurrido tres días desde su repentina desaparición y Nanak, en vez de volver a la corte, fue a sentarse con los faquires. Envió a llamar a su mejor amigo Mardana, el Dum, el cual había dejado Talvandi para acompañar a Nanak al dejar éste el hogar paterno. Y después de haber guardado silencio un día y una noche, dijo: "No hay ni hindúes ni musulmanes, la Palabra del Señor está en todos por igual".
Las muchedumbres, maravilladas ante sus palabras, se agolparon para verle. Su aspecto era magnífico, sus ojos relucían y sus ademanes eran cautivadores. Su voz conmovía y
exhortaba, y sus razones destruían la ignorancia.
El Khan supo de la prodigiosa transformación de Nanak y le mandó llamar. Junto a éste se hallaba el Kazi, consejero espiritual de la corte.
Al verle el Khan le habló así:
– Nanak, ¿dónde has estado? Te creíamos ahogado y de repente nos dicen que estabas con los faquires hablando de Dios a las gentes del pueblo y diciendo que no existen ni hindúes ni musulmanes. ¿Qué quieres decir con esto?
Y Nanak por toda respuesta cantó este himno:
– Aquellos que beben su néctar, por él son saciados, Harí es un árbol lleno de frutos.
El kazi, sorprendido se dirigió al Khan:
– Es un error preguntarle nada, está completamente loco.
La hora de la oración vespertina había llegado. Todos se levantaron y fueron a decir sus oraciones y el Baba también fue con ellos. El kazi, adelantándose, comenzó a rezar. Entonces Nanak, mirándole, se echó a reír y acabada la oración, aquél le dijo al Khan:
– ¿Has visto, oh Khan, cómo el hindú se ha reído del musulmán? ¡Y tú que le creías un buen hombre!
El Khan dijo:
– Nanak, ¿qué es lo que dice el kazi de ti?
– Oh Khan, ¿qué me importa el kazi? -respondió el Baba-. Su oración no ha sido aceptada por Dios. Por eso me he reído.
El kazi exclamó:
– Está haciendo subterfugios. Que manifieste mi falta.
El Baba replicó:
– Khan, cuando éste se hallaba orando, su mente no estaba concentrada en Dios. No hace muchos días un carnero se extravió en un espeso bosque cercano a su casa. Durante la
oración se ha acordado que entre los árboles hay un pozo, y estaba pensando que el carnero podría haber caído allí. Su mente se había ido hasta el pozo.
El kazi, al oírle, cayó a sus pies, alabándole:
– Maravilloso Señor, en ti está el favor de Dios -y aquél creyó en Nanak.
El Baba entonces cantó este poema:
Cuando el Baba terminó su canción, todos los presentes estaban profundamente sorprendidos. Alrededor de él se sentaron los Sayyids, los hijos de los jeques, el kazi, el emir, el Khan, los jefes y los capitanes. Todos guardaron silencio ante la belleza y grandeza de Nanak.
El Khan habló así:
– Nanak ha llegado a la verdad, su destino está escrito con letras de oro entre los pliegues del manto de Alá. Ante él no somos sino una mota de polvo bajo su sandalia.
Y todos se postraron y le rindieron adoración. Entonces el Khan, colocando la cabeza entre sus pies, dijo:
– Oh Nanak, mis dominios y mi autoridad son tuyos.
Nanak le contestó:
– Dios te recompensará. Mas ahora debo partir. Todo es tuyo, haz buen uso de ello.
Y habiendo partido fue a reunirse con los faquires, los cuales al verle se levantaron y con las manos unidas le alabaron diciendo:
– Nanak se ha vuelto nuestro verdadero pan cotidiano y está teñido por el color del Verdadero Señor.
Nanak se sentó y pidiéndole a Mardana que tañera la cítara entonó este himno:
Los faquires besaron sus pies y estrecharon su mano. El Baba estaba ciertamente complacido y conversó con ellos durante largo rato, mostrándose misericordioso y rebosante de felicidad.