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Acéptalo, porque cada vez que rechazas algo te estás tensando. Todas las negaciones provocan tensión. Acepta. Si quieres relajarte, el camino es la aceptación. Acepta todo lo que esté sucediendo a tu alrededor; deja que sea un todo orgánico. Aunque no lo sepas, todo está interrela-cionado. Esos pájaros, esos árboles, ese cielo, este sol, esta tierra, tú, yo… todo está relacionado. Es una unidad orgánica. Si desaparece el sol, desaparecerán los árboles y los pájaros; si desaparecen los pájaros y los árboles, desaparecerás tú; no seguirás existiendo. Esto es la ecología. Todo está íntimamente relacionado con lo demás. De manera que no niegues nada, porque en el momento que niegas, estás negando algo tuyo. Si niegas a esos pájaros que cantan, estás negando algo de ti.

Cuando niegas, cuando rechazas, cuando estás distraído o enfadado, estás rechazando algo tuyo. Escucha de nuevo a los pájaros sin ninguna sensación de distracción ni de enfado, y súbitamente verás que el pájaro que hay en tu interior responde. Entonces, esos pájaros no son extraños o intrusos, sino que toda la existencia se vuelve una familia. Lo es; la persona que ha llegado a comprender que toda la existencia es una familia es la que yo llamo religiosa. Quizá no vaya a la iglesia, ni rinda culto en ningún templo o rece en una mezquita o santuario, pero eso no importa, es irrelevante. Si lo haces está bien y si no lo haces mejor. Pero quien ha entendido la unidad orgánica de la existencia está constantemente en el templo frente a lo sagrado y lo divino.

Si estás repitiendo algún estúpido mantra, creerás que los pájaros son tontos. Si estás repitiendo algún disparate dentro de ti o pensando en alguna trivialidad -puedes llamarlo filosofía o religión- entonces los pájaros serán una distracción. Sus sonidos son divinos. No dicen nada, simplemente burbujean de deleite. Su canción no tiene ningún sentido; es solo energía desbordante. Quieren compartirla con la existencia, con los árboles, con las flores y contigo. No tienen nada que decir, solo están ahí siendo ellos mismos.

Cuando te relajas, aceptas; la aceptación de la existencia es la única manera de relajarse. Si te molestan las pequeñas cosas, entonces es que te molesta tu actitud. Siéntate en silencio, escucha todo lo que está ocurriendo a tu alrededor y relájate. Acepta, relájate y de pronto sentirás una inmensa energía que nace dentro de ti. Primero, sentirás esa energía como si tu respiración se volviera más profunda. Normalmente tu respiración es muy superficial y, a veces, cuando intentas respirar profundamente o empiezas a hacer ejercicios de yoga con tu respiración, estás haciendo un esfuerzo. Este esfuerzo no es necesario. Sencillamente acepta la vida, relájate y de repente sentirás que tu respiración se vuelve más profunda. Relájate más y la respiración será aún más profunda. Se vuelve lenta, rítmica, casi la puedes disfrutar y proporciona cierto deleite. Después te darás cuenta de que la respiración es el puente entre tú y la totalidad.

Observa sin más y no hagas nada. Y cuando digo, observa, no intentes observar, de lo contrario estarás tenso y empezarás a concentrarte en la respiración. Relájate y nada más, sigue relajado, suelto, y observa… porque ¿qué más puedes hacer? Estás ahí, no hay nada que hacer, nada que aceptar, nada que negar o rechazar, no hay lucha ni pelea, no hay conflicto, la respiración se va haciendo profunda, ¿qué puedes hacer? Simplemente observar. Recuerda, observa sin más. No hagas un esfuerzo para observar. Esto es lo que Buda ha llamado vipassana: la observación de la respiración, atención a la respiración o satipatthana: recordar, estar alerta de la energía vital que se mueve con la respiración. No intentes respirar profundamente, no intentes inhalar o exhalar, no hagas nada. Relájate simplemente dejando que la respiración fluya naturalmente -entrando y saliendo por su cuenta-, y tendrás muchas cosas al alcance de la mano.

La primera es que la respiración se puede entender de dos formas diferentes, porque es un puente. Una parte está unida a ti y la otra está unida a la existencia. Por eso se puede entender de dos maneras. Puedes tomarlo por un acto voluntario. Si quieres inhalar profundamente, inhalas profundamente; si quieres exhalar profundamente, puedes exhalar profundamente. Puedes intervenir en ella. Una parte está unida a ti, pero si no haces nada, la respiración continúa de todas formas. No es necesario que hagas nada; continúa. También es involuntaria.

La otra parte está unida a la existencia misma. Puedes pensar en ella como si la estuvieses tomando, respirando, o puedes pensar justo lo contrario, como si te estuviese respirando. Y hay que entender esta otra forma porque te llevará a una profunda relajación. No es que estés respirando, sino que la existencia te está respirando. Es un cambio de y sucede espontáneamente. Si te sigues relajando, aceptándolo todo, aceptándote, poco a poco, te darás cuenta de que tú no estás tomando esas respiraciones sino que están yendo y viniendo por su cuenta. Con tanta gracia, con tanta dignidad, con tanto ritmo, con un ritmo tan armonioso. ¿Quién lo está haciendo? La existencia está respirándo-te. Entra dentro de ti y sale de ti. A cada momento te rejuvenece y vuelve a llenarte de vida.

De pronto ves la respiración como un acontecer… y así es como debería crecer la meditación. Puedes hacerlo en cualquier parte, incluso en medio de la calle, porque ese ruido también es divino. Y si te sientas en silencio, podrás ver que incluso en el ruido de la calle hay cierta armonía. Ya no es una distracción. Si estás en silencio puedes ver muchas cosas, enormes olas de energía moviéndose por todas partes. Cuando lo aceptes, lo sentirás vayas donde vayas.

El pájaro no es importante pero sentirás algo enormemente sublime, sentirás algo sagrado, luminoso, misterioso. A tu alrededor se están produciendo milagros constantemente, pero tú te los pierdes.

Cuando la meditación se asienta en ti y sigues el ritmo de la existencia, la compasión es una consecuencia. De repente sientes que estás enamorado de la totalidad y que el otro ya no es el otro; tú también estás vivo en el otro. El árbol ya no es simplemente «ese árbol»; de alguna manera está relacionado contigo. Todo está interrelacionado. Tocas una hoja de hierba y has tocado todas las estrellas, porque todo está relacionado. No puede ser de otra manera. La existencia es orgánica. Es una. Es una unidad.

Como no estamos atentos no nos damos cuenta de lo que nos hacemos. Ocurre una cosa y entonces empieza a suceder algo que nunca habrías pensado que estuviera relacionado.

Precisamente la otra noche estaba leyendo algo sobre el olfato. Este sentido, la capacidad de oler, prácticamente ha desaparecido para la humanidad pero en los animales está muy desarrollado. Un caballo puede oler a muchos kilómetros de distancia y un perro puede oler más que un hombre. Solo por el olor, un perro sabe si está viniendo su amo y después de muchos años el perro seguirá reconociendo el olor de su amo. Sin embargo, el hombre se ha olvidado por completo.

¿Qué le ha pasado al sentido del olfato de los seres humanos? ¿Qué calamidad ha ocurrido? No parece haber ningún motivo para que se haya reprimido el sentido del olfato. Conscientemente, ninguna cultura lo ha reprimido. Pero sí ha sido reprimido. Se ha reprimido a causa del sexo. La humanidad vive con una sexualidad profundamente reprimida y el olfato está conectado con el sexo. Antes de hacer el amor, el perro olfatea a su pareja y no hace el amor hasta que no huela una profunda armonía entre los dos cuerpos. Cuando el olor encaja, sabe que los cuerpos están en armonía, pueden llevarse bien y convertirse en una canción: la unidad es posible incluso un solo instante.

Al reprimirse el sexo en todas las partes del mundo, se ha reprimido también el sentido del olfato. La palabra misma es un poco peyorativa. Si te dígo: «¿oyes?» o «¿ves?», no te ofendes, pero si te digo «¿hueles?» tampoco deberías ofenderte puesto que estás usando el mismo lenguaje. El olfato es una facultad, igual que la vista o el oído. Cuando pregunto «¿hueles?» te ofendes porque has olvidado que es una facultad y no un reproche.