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Antes tendrás que ser el modelo de lo que quieres que sea el mundo. Deberás pasar la prueba de fuego para demostrar tu filosofía de la vida con tu ejemplo. No basta con discutir sobre ello. El razonamiento y la discusión no sirven para nada, solo tu experiencia puede dar a los demás una prueba del amor, la meditación, el silencio y la religiosidad.

No intentes ayudar a nadie sin antes experimentarlo tú mismo, porque solo los confundirás aún más. Ya están confundidos. El bagaje de los siglos ha confundido a todo el mundo. Y sería muy amable por tu parte no ayudar, porque puede ser arriesgado; tu ayuda podría poner a la otra persona en un serio peligro.

Antes debes haber hecho el camino y saber perfectamente adónde conduce, solo entonces podrás cogerlos de la mano y enseñarles el camino.

En este mundo es muy difícil comunicarse. Debes aprender a comunicar tus experiencias para que llegue a los demás exactamente lo que quieres decir; de lo contrario, quizá estés pensando que estás compartiendo néctar y, sin embargo, estés introduciendo veneno en las vidas de los demás. ¡Ya están bastante envenenados!

Antes es mejor que te limpies y que tus ojos estén más transparentes para poder ver con más claridad. Quizá -y aun así, solo quizá- seas capaz de ayudar a los demás. La intención es buena, pero el bien no ocurre solo porque haya buenas intenciones.

Hay un antiguo refrán que dice que el camino hacia el infierno está hecho de buenas intenciones. Hay millones de personas que intentan ayudar con muy buena intención, dando consejos a los demás y sin preocuparse de seguir ellos mismos sus propios consejos. Es tan grande la felicidad de dar consejos que ¿a quién le importa que yo los siga?

La felicidad de dar consejos a los demás es una felicidad muy sutil y egoísta. La persona a la que aconsejas se convierte en un igno-rante y tú eres quien sabe. El consejo es lo único que todo el mundo da pero nadie sigue; y es mejor que así sea, porque quienes los dan no saben nada, aunque no vayan con malas intenciones.

Recuerda, si quieres cambiar el mundo tienes que cambiarte primero a ti mismo; esta es la naturaleza de las cosas. La revolución empieza por uno mismo. Solo así podrás irradiarla a los corazones de los demás. Primero, debes comenzar el baile y entonces verás el milagro: los demás también empezarán a bailar.

El baile es contagioso, el amor también lo es, y la gratitud, y la religiosidad, y la rebelión; todos son contagiosos. Pero antes tienes que encender la llama que quieres ver en los ojos de los demás.

BONDAD AMOROSA Y OTROS DELIRIOS DE GRANDEZA

La compasión es el florecimiento absoluto de la conciencia. Es la pasión despojada de toda la oscuridad, liberada de todas las ataduras, purificada de todo el veneno. La pasión se convierte en compasión. La pasión es la semilla y la compasión es su florecimiento.

Pero la compasión no es bondad y la bondad no es compasión. La bondad es una actitud que, guiada por el ego, fortalece tu ego. Cuando eres bondadoso con alguien sientes que tienes ventaja. Cuando eres bondadoso con alguien hay oculto un profundo insulto; estás humillando al otro y te sientes feliz con su humillación. Por eso, la bondad no se puede perdonar nunca. De alguna forma y en algún lugar, la persona con la que has sido bondadoso estará enfadada contigo y se tomará inevitablemente la revancha. Esto sucede porque en la superficie, la bondad surge como si fuese compasión, pero en el fondo no tiene nada que ver con la compasión. Tiene otros motivos ulteriores.

La compasión es inmotivada, no tiene ningún motivo en absoluto. Ocurre simplemente porque tienes, porque das, y no porque el otro necesite nada. En la compasión no hay ninguna consideración hacia el otro. Tienes tanto que te desborda. La compasión es como la respiración, espontánea y natural. La bondad es una actitud que hay que cultivar. La bondad es una especie de artimaña, calculada y matemática.

Habrás oído uno de los dichos más importantes que está, de una forma u otra, en casi todas las escrituras del mundo:

«Compórtate con los demás como te gustaría que se comportasen contigo». Esto es una actitud calculada, pero no es compasión. No tiene nada que ver con la religiosidad, y es un tipo de moralidad muy baja, una moralidad muy mundana. «Compórtate con los demás como te gustaría que se comportasen contigo.» Es una especie de transacción, pero no tiene nada de religioso. Lo estás haciendo sencillamente porque te gustaría recibir lo mismo a cambio. Es egoísta, egocéntrico e interesado. No estás al servicio del otro, no estás amando al otro, sino que, de una manera indirecta estás haciéndote un favor a ti mismo. Estás utilizando al otro. Es un egoísmo iluminado, pero es egoísmo; es un egoísmo muy inteligente, pero es egoísmo. La compasión es un florecimiento no calculado, es algo que emana. Das porque no puedes hacerlo de otra manera.

Recuerda esto: en primer lugar, la compasión no es bondad en este sentido -en el sentido en el que se usa la palabra bondad-, no es bondad. En otro sentido, la compasión es la única

verdadera bondad. No estás «siendo bondadoso» con alguien, simplemente eres la otra persona y te desprendes de una energía que recibes de la totalidad. Procede de la totalidad y vuelve a la totalidad; simplemente no te metes en medio como si fueses un obstáculo.

Cuando Alejandro Magno viajó a la India fue a ver al gran místico Diógenes. Diógenes estaba tumbado a la orilla del río, tomando el sol. Alejandro siempre había abrigado el deseo de conocer a Diógenes, porque había oído decir que ese hombre no tenía nada y, sin embargo, no había nadie tan rico como él en la tierra. Tenía algo, era un ser luminoso. La gente decía: «Es un mendigo pero, en realidad, es un emperador». De manera que Alejandro estaba intrigado. Mientras viajaba oyó decir que Diógenes se hallaba cerca y fue a verle.

Al amanecer, Diógenes está desnudo sobre la arena mientras sale el sol, y Alejandro le dice: «Me alegro de verle. Todo lo que he oído decir parece ser verdad, nunca he visto a nadie tan feliz. ¿Puedo hacer algo por usted, señor?». Y Diógenes dijo: «Apártate un poco, me estás tapando el sol, recuerda que no debes obstruir el sol. Eres una persona peligrosa, puedes impedir que el sol le llegue a mucha gente. Apártate un poco». La compasión no es algo que das a los demás; simplemente es no tapar el sol. Date cuenta de este detalle, se trata sencillamente de no obstruir la divinidad. Es convertirse en un vehículo de la divinidad, permitir que lo divino fluya a través de ti. Te conviertes en un bambú hueco y lo divino fluye a través de ti. Solo un bambú hueco se puede convertir en una flauta, porque solo un bambú hueco es capaz de permitir que la música fluya a través de él.

La compasión no proviene de ti, forma parte de la existencia, de lo divino, pero la bondad proviene de ti; esto es lo primero que debes comprender. La bondad es algo que tú puedes hacer pero la compasión la hace la existencia. Tú sencillamente no lo impides, no te colocas en medio. Permites que dé el sol, que penetre y llegue hasta donde quiera.

La bondad fortalece el ego, pero la compasión solo es posible si el ego ha desaparecido del todo. No dejes que los diccionarios te confundan, en ellos encontrarás que compasión y bondad son sinónimos, pero no es así en el verdadero diccionario de la existencia.

El zen solo tiene un diccionario y es el del universo. El Corán son las escrituras de los musulmanes, los hindúes tienen el Veda, los Sikhs tienen el Gurugranth, los cristianos tienen la Bi blia y los judíos tienen el Talmud. Si me preguntases cuál es la escritura del zen, te diría que el zen no tiene escrituras, sus escrituras son el universo. Esa es la belleza del zen. El sermón está en cada piedra, Dios está recitando en el sonido de cada pájaro, la existencia misma está bailando en todo lo que sucede a tu alrededor.